Editorial
Sin margen para echar mano de la munición argumental que le queda y que consiste principalmente en ataques personales contra su rival demócrata, Barack Obama, el candidato republicano a la presidencia estadunidense, John McCain, experimentó en el debate televisado de ayer un nuevo descalabro y otra reducción en sus posibilidades, de por sí menguantes y escasas, de suceder en la Casa Blanca a su correligionario George W. Bush. Así lo consideraron la mayoría de las encuestadoras y las cadenas televisivas del país vecino, con base en sondeos de opinión realizados en los minutos posteriores al encuentro. El dato resulta reconfortante para México, América Latina y el resto del mundo, no porque Obama represente una opción de cambio radical, sino porque McCain ha demostrado que carece de propuestas en la nueva circunstancia estadunidense e internacional creada por la crisis financiera que alcanza ya una escala global.
En efecto, la dimensión del quebranto económico, originado precisamente en Estados Unidos, ha dejado sin argumentos a los neoliberales puros y duros del Partido Republicano, quienes, tras negarse de manera sistemática y pertinaz a hacer intervenir al Estado para paliar los desastres sociales creados por su propio modelo, ahora adoptan medidas estatistas con tal de salvar a las corporaciones privadas de la debacle causada por su propia voracidad. McCain, férreo promotor de la desregulación financiera y del “sálvese quien pueda”, característico del neoliberalismo, aparece incoherente y poco verosímil ahora, cuando se ve obligado a improvisar promesas sobre programas gubernamentales de apoyo a los deudores. A pesar de su empeño por deslindarse del presidente saliente, la desastrosa gestión económica de los pasados ocho años –Bush recibió unas finanzas públicas superavitarias y las entregará con un déficit de cientos de miles de millones de dólares– constituye un lastre para su campaña, y sus probabilidades de obtener un triunfo en las elecciones del mes entrante se hunden junto con la economía.
Resulta significativo que la perspectiva de un cambio político en Washington, por modesto que sea, coincida con el réquiem por las actuales reglas del sistema financiero mundial, pronunciado esta semana por el presidente del Banco Mundial, Robert B. Zoellick, quien tuvo que reconocer, muy a su pesar, que “el nuevo multilateralismo debe tender a la responsabilidad compartida por el Estado”.
Aunque incierto y hasta angustioso, el escenario generado por la crisis es mucho menos cómodo para el republicano que para el demócrata, quien, por filiación partidista y convicción personal, parece dispuesto a emprender una política económica próxima a posiciones neokeynesianas y que parece, hoy por hoy, la única tabla de salvación posible para el capitalismo global.
En los ámbitos de la política internacional y la defensa, que McCain presume como sus puntos fuertes frente a Obama, el republicano tampoco convenció: su discurso se fundamenta, de manera inevitable, en las mentiras “patrióticas” urdidas por el gobierno de Bush para invadir Irak, mentiras que hace cinco años y medio fueron creídas por la mayor parte de la sociedad, pero que se han ido erosionando hasta dejar meridianamente claras, hasta para el grueso de los estadunidenses, la indecencia político-empresarial y la avaricia criminal que motivaron la invasión y la ocupación de esa infortunada nación árabe.
Cuando esa aventura genocida empieza ya a convertirse en una resaca moral en Estados Unidos, la circunstancia política resulta desfavorable a McCain. Y es que el senador por Illinois no será precisamente un pacifista, pero su adversario republicano se exhibió como un halcón: “La seguridad de sus hijos en el campo de batalla es mi responsabilidad principal”, dijo el veterano de Vietnam, acaso sin reparar en que, a estas alturas, la mayoría de los estadunidenses ya no quiere que los campos de batalla sean “seguros” –disparates aparte–, sino clausurar los que fueron abiertos por el belicismo corrupto del gobierno de Bush.
Desde el 11 de septiembre de 2001, el mundo ha padecido más de siete años de barbarie bélica, impulsada en primer lugar por el gobierno de Estados Unidos; un deterioro sostenido de los derechos humanos y las libertades básicas, y un deslizamiento a la inestabilidad, la incertidumbre y la zozobra. Los electores del país vecino tienen ante sí y ante el planeta el deber de poner fin a esa insensatez y de propiciar, de esa forma, un cambio en las prioridades planetarias: la recuperación económica y ambiental, así como el combate al hambre, a las epidemias globales, al atraso y a la desigualdad entre naciones y entre individuos.
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