21 enero 2010
“La guerra por la independencia no ha terminado; la Revolución Mexicana fue parte épica de ese anhelo independentista malogrado”.
John Womack, Jr.
I
El aserto del celebrado historiador estadunidense Womack, autor del libro “Zapata” –prohibido en México por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, quien censuró también “La cultura de la pobreza”, de Oscar Lewis— antójase verismo insoslayable.
Y tráese a cuento dicho verismo por los sucedidos siguientes:
Uno, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) informó que 39 millones 700 mil mexicanos de la otrora clase media han transitado (no por voluntad propia) al umbral de la pobreza, estando a punto de sumarse así a 50 millones de pobres.
Otro, la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), grupo de interés y de presión política del gran empresariado, informó que las causas del alzamiento indígena zapatista de 1994 “continúan vigentes”. Sin resolver, pues.
Uno más, el gobierno contempla diseñar y aplicar un programa de erradicación de la pobreza en México en el contexto de las celebraciones del bicentenario del Grito de Dolores y el centenario de la convocatoria maderista a derrocar a Porfirio Díaz.
Y otro más, el gobierno informó que más del 50 por ciento de los alimentos básicos (maíz, chiles incluso, etc.) de los mexicanos es importado de Estados Unidos.
II
Señálese que esas informaciones enuncian con nitidez su propia naturaleza: son efectos que, en su turno, adquieren también el atributo de causas de otros fenómenos. Un mayor número de mexicanos en el umbral de la pobreza tiene secuelas obvias.
Y la pobreza es más lacerante, por severísima, en los pueblos indios de México –dueños históricos del territorio que habitan desde hace 30 siglos, pero en los hechos forasteros en su propio lar— y en el mestizaje rural y lumpenproletario.
Esa miseria prevaleciente en los pueblos indíos es consecuencia de despojos, saqueos, rapiña y explotción desde 1519 a la fecha, primero por los españoles y, luego, por los novohispanos y, ahora, por los descendientes –criollos— de éstos.
Ante ello, ¿cómo pretende el poder político panista del Estado (es decir, el gobierno) erradicar la pobreza en el marco del bicentenario y el centenario? Lo que en el fondo lo que realmente pretende es engañarnos. La pobreza deviene del modelo económico.
Modificar dicho modelo implicaría, por añadidura, afectar los intereses de la élite oligárquica –descendiente de los conquistadores-- y sus operadores políticos que se benefician del statu quo actual.
III
Un modelo económico de honda vocación social sólo puede ser establecido desde abajo –por los pueblos de México— y no por el poder político del Estado o por las élites oligárquicas que han instalado a éste e influyen en él.
Esto nos lleva al cuarto sucedido enunciado: la importación de alimentos básicos, lo cual se traduce, primero, en dependencia alimentaria y, segundo, de inseguridad alimentaria. Éste es, visto así, un colosal problema de seguridad nacional.
A ello incorpóranse otros sucedidos: alzas en esos alimentos, en combustibles, en impuestos, en inflación, en devaluación del peso (en menos de tres años la devaluación ha sido casi del 50 por ciento) en un contexto dramático de desempleo creciente.
Esas informaciones nos describen, aun sin análisis metodológico de causas y efectos y elaboración de escenarios prospectivos y sin concatenaciones dialécticas realidades terriblemente ominosas, a saber:
Por un lado, que a 200 años de haberse iniciado la guerra por la independencia de México (que a la sazón se llamaba Nueva España, oprimidos sus habitantes por la Corona hispana en poder de los Borbón), los mexicanos continuamos oprimidos.
Y, por otro lado, que a cien años de haberse convocado un levantamiento armado por las mismas razones del Grito un siglo antes, la opresión sobre los mexicanos no sólo continúa imparable y creciente, sino que se ha agudizado monstruosamente.
ffponte@gmail.com
John Womack, Jr.
I
El aserto del celebrado historiador estadunidense Womack, autor del libro “Zapata” –prohibido en México por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, quien censuró también “La cultura de la pobreza”, de Oscar Lewis— antójase verismo insoslayable.
Y tráese a cuento dicho verismo por los sucedidos siguientes:
Uno, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) informó que 39 millones 700 mil mexicanos de la otrora clase media han transitado (no por voluntad propia) al umbral de la pobreza, estando a punto de sumarse así a 50 millones de pobres.
Otro, la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), grupo de interés y de presión política del gran empresariado, informó que las causas del alzamiento indígena zapatista de 1994 “continúan vigentes”. Sin resolver, pues.
Uno más, el gobierno contempla diseñar y aplicar un programa de erradicación de la pobreza en México en el contexto de las celebraciones del bicentenario del Grito de Dolores y el centenario de la convocatoria maderista a derrocar a Porfirio Díaz.
Y otro más, el gobierno informó que más del 50 por ciento de los alimentos básicos (maíz, chiles incluso, etc.) de los mexicanos es importado de Estados Unidos.
II
Señálese que esas informaciones enuncian con nitidez su propia naturaleza: son efectos que, en su turno, adquieren también el atributo de causas de otros fenómenos. Un mayor número de mexicanos en el umbral de la pobreza tiene secuelas obvias.
Y la pobreza es más lacerante, por severísima, en los pueblos indios de México –dueños históricos del territorio que habitan desde hace 30 siglos, pero en los hechos forasteros en su propio lar— y en el mestizaje rural y lumpenproletario.
Esa miseria prevaleciente en los pueblos indíos es consecuencia de despojos, saqueos, rapiña y explotción desde 1519 a la fecha, primero por los españoles y, luego, por los novohispanos y, ahora, por los descendientes –criollos— de éstos.
Ante ello, ¿cómo pretende el poder político panista del Estado (es decir, el gobierno) erradicar la pobreza en el marco del bicentenario y el centenario? Lo que en el fondo lo que realmente pretende es engañarnos. La pobreza deviene del modelo económico.
Modificar dicho modelo implicaría, por añadidura, afectar los intereses de la élite oligárquica –descendiente de los conquistadores-- y sus operadores políticos que se benefician del statu quo actual.
III
Un modelo económico de honda vocación social sólo puede ser establecido desde abajo –por los pueblos de México— y no por el poder político del Estado o por las élites oligárquicas que han instalado a éste e influyen en él.
Esto nos lleva al cuarto sucedido enunciado: la importación de alimentos básicos, lo cual se traduce, primero, en dependencia alimentaria y, segundo, de inseguridad alimentaria. Éste es, visto así, un colosal problema de seguridad nacional.
A ello incorpóranse otros sucedidos: alzas en esos alimentos, en combustibles, en impuestos, en inflación, en devaluación del peso (en menos de tres años la devaluación ha sido casi del 50 por ciento) en un contexto dramático de desempleo creciente.
Esas informaciones nos describen, aun sin análisis metodológico de causas y efectos y elaboración de escenarios prospectivos y sin concatenaciones dialécticas realidades terriblemente ominosas, a saber:
Por un lado, que a 200 años de haberse iniciado la guerra por la independencia de México (que a la sazón se llamaba Nueva España, oprimidos sus habitantes por la Corona hispana en poder de los Borbón), los mexicanos continuamos oprimidos.
Y, por otro lado, que a cien años de haberse convocado un levantamiento armado por las mismas razones del Grito un siglo antes, la opresión sobre los mexicanos no sólo continúa imparable y creciente, sino que se ha agudizado monstruosamente.
ffponte@gmail.com