28 junio 2010
“Nunca, aun cuando como escritor imagino cosas terribles, he creído que podía vivir así un pueblo”.
José Saramago, tras visitar Chiapas, en 2003.
I
Lo que vio el Nobel de Literatura lusitano en un viaje que hizo con su esposa a los pueblos indígenas, en su mayoría zapatistas, en el Estado de Chiapas, no ha cambiado mucho en los últimos siete años, excepto para empeorar.
A Saramago –fallecido el 18 de junio, a los 87 años de edad-- le llamaron la atención los acusados contrastes en particular en el entorno chiapaneco y en lo general el ámbito mexicano. Tanta desigualdad e injusticia le parecían inconcebibles.
A su regreso al Distrito federal, Saramago externó su sentir y su parecer: es una tragedia. No es posible, comentó, que los mexicanos sean indiferentes a su propia suerte y a la de sus ancestros vivientes, los indígenas. Es difícil imaginarlo.
Ignórase si Saramago se mantuvo al tanto de las cosas de México después de esa visita traumática y se enteraba de que esa indiferencia de los mexicanos con respecto a su propia situación y la de los indígenas se había acentuado no sin dramatismo.
Y ese es el México de estos días. La indiferencia ha hecho muy ricos –de hecho, inmensamente ricos—a unos cuantos y, por supuesto, muy felices. La indiferencia impide a los mexicanos discernir su propia realidad y enfrentarla.
II
En vísperas de las elecciones convocadas en 12 de los 31 Estados Unidos Mexicanos y un Distrito Federal, la ciudadanía parece concentrada y enfocada su atención existencial y energía vital en los avatares del Campeonato Mundial de Fútbol.
Escapismo puro, la habría definido Carlos Monsiváis, quien, como Saramago, falleció hace unos días. Menciónese que no en vano al fino y perceptivo escritor y buen amigo Carlos se le describía como la conciencia de México.
Precisaríamos que más que la conciencia –una abstracción--, Monsiváis era la voz incómoda de esa conciencia. Esa voz le recordaba a los mexicanos lo que otras mentes lúcidas --como la de Saramago— que escapar de la realidad no es aconsejable.
Tampoco huelga recordar que esas elecciones fueron convocadas para renovar poderes Ejecutivo y Legislativo y más de dos mil ayuntamientos. Los ciudadanos no tienen opciones reales pues los candidatos usan el lenguaje de las palabras ocultas.
Los ciudadanos en esos 12 Estados votarán –si acaso-- distraídos por los incidentes del torneo futbolero, sin la mínima inclinación por razonar profundamente su voto en función del terrible contexto en el cual vivimos. Ese contexto es de opresión.
III
Más no sólo eso. La opresión tiene muchos rostros, uno de los cuales es el de la simulación. El poder político del Estado incurre en la práctica grotesca de simular que la forma de organización política prevaleciente es democrática y vive en normalidad.
Predeciblemente, ese poder político –dividido en varios grupos antagónicos de una misma mafia— nos dice una y otra vez, torturadoramente, que sólo en una democracia se realizan elecciones con muchos candidatos. Ello no deja de ser sofisma.
Cierto es que en algunos Estados –notoriamente el de Veracruz-- hay hasta tres candidatos a gubernaturas y, no se diga, a diputaciones locales y alcaldías. Sí. Pero los candidatos todos sin excepción no tienen propuestas concretas para romper el statu quo.
Es decir, romper la opresión. De hecho, ninguno de los 25 o más candidatos a gubernaturas ha reconocido que vivimos bajo ese statu quo de opresión; tampoco ha aceptado que el contexto nacional y los entornos locales son anormales y peligrosos.
Pero, manipulada la conducta colectiva mediante el uso de los medios de control social para idealizar al futbol, los candidatos actúan como si no hubiese pobreza, desempleo, guerra civil y represión. El Estado simula normalidad electoral.
ffponte@gmail.com
José Saramago, tras visitar Chiapas, en 2003.
I
Lo que vio el Nobel de Literatura lusitano en un viaje que hizo con su esposa a los pueblos indígenas, en su mayoría zapatistas, en el Estado de Chiapas, no ha cambiado mucho en los últimos siete años, excepto para empeorar.
A Saramago –fallecido el 18 de junio, a los 87 años de edad-- le llamaron la atención los acusados contrastes en particular en el entorno chiapaneco y en lo general el ámbito mexicano. Tanta desigualdad e injusticia le parecían inconcebibles.
A su regreso al Distrito federal, Saramago externó su sentir y su parecer: es una tragedia. No es posible, comentó, que los mexicanos sean indiferentes a su propia suerte y a la de sus ancestros vivientes, los indígenas. Es difícil imaginarlo.
Ignórase si Saramago se mantuvo al tanto de las cosas de México después de esa visita traumática y se enteraba de que esa indiferencia de los mexicanos con respecto a su propia situación y la de los indígenas se había acentuado no sin dramatismo.
Y ese es el México de estos días. La indiferencia ha hecho muy ricos –de hecho, inmensamente ricos—a unos cuantos y, por supuesto, muy felices. La indiferencia impide a los mexicanos discernir su propia realidad y enfrentarla.
II
En vísperas de las elecciones convocadas en 12 de los 31 Estados Unidos Mexicanos y un Distrito Federal, la ciudadanía parece concentrada y enfocada su atención existencial y energía vital en los avatares del Campeonato Mundial de Fútbol.
Escapismo puro, la habría definido Carlos Monsiváis, quien, como Saramago, falleció hace unos días. Menciónese que no en vano al fino y perceptivo escritor y buen amigo Carlos se le describía como la conciencia de México.
Precisaríamos que más que la conciencia –una abstracción--, Monsiváis era la voz incómoda de esa conciencia. Esa voz le recordaba a los mexicanos lo que otras mentes lúcidas --como la de Saramago— que escapar de la realidad no es aconsejable.
Tampoco huelga recordar que esas elecciones fueron convocadas para renovar poderes Ejecutivo y Legislativo y más de dos mil ayuntamientos. Los ciudadanos no tienen opciones reales pues los candidatos usan el lenguaje de las palabras ocultas.
Los ciudadanos en esos 12 Estados votarán –si acaso-- distraídos por los incidentes del torneo futbolero, sin la mínima inclinación por razonar profundamente su voto en función del terrible contexto en el cual vivimos. Ese contexto es de opresión.
III
Más no sólo eso. La opresión tiene muchos rostros, uno de los cuales es el de la simulación. El poder político del Estado incurre en la práctica grotesca de simular que la forma de organización política prevaleciente es democrática y vive en normalidad.
Predeciblemente, ese poder político –dividido en varios grupos antagónicos de una misma mafia— nos dice una y otra vez, torturadoramente, que sólo en una democracia se realizan elecciones con muchos candidatos. Ello no deja de ser sofisma.
Cierto es que en algunos Estados –notoriamente el de Veracruz-- hay hasta tres candidatos a gubernaturas y, no se diga, a diputaciones locales y alcaldías. Sí. Pero los candidatos todos sin excepción no tienen propuestas concretas para romper el statu quo.
Es decir, romper la opresión. De hecho, ninguno de los 25 o más candidatos a gubernaturas ha reconocido que vivimos bajo ese statu quo de opresión; tampoco ha aceptado que el contexto nacional y los entornos locales son anormales y peligrosos.
Pero, manipulada la conducta colectiva mediante el uso de los medios de control social para idealizar al futbol, los candidatos actúan como si no hubiese pobreza, desempleo, guerra civil y represión. El Estado simula normalidad electoral.
ffponte@gmail.com