viernes, septiembre 10, 2010

EDITORIAL. Los mexicanos al parecer somos un Pueblo tan olvidadizo

Año 8, número 3468
Viernes 10, septiembre del año 2010


El que en los 80s don Barack Hussein Obama anduviera por los floridos 20s (nació en el 61) hace difícil pensar que estuviera muy enterado de lo que por ese entonces sucedía en Colombia.

Pero eso no fue obstáculo para que le hiciera al Rubén Aguilar y le corrigiera su dicho a doña Hillary Clinton, la belicosa secretaria de Estado norteamericano que dijo que nuestro México ya se parecía a Colombia.

Pero lo cierto es que ya lo dijo, y muchos lo hemos venido diciendo desde hace años; pero como los mexicanos al parecer somos un Pueblo tan olvidadizo y encima crédulo (creemos todo lo que nos dicen) que pensamos que es algo nuevo.

El que no haya muchos coches bomba, no quiere decir que más de la mitad de nuestro territorio no esté en manos de los poderosos narcotraficantes.

Pero si se ha de hablar con franqueza, solo le faltó agregar a doña Hillary, que de ese entonces a la fecha no se ha avanzado mucho, por no decir que más bien se ha retrocedido (aunque esto depende del ángulo del que se observe) pues los territorios siguen estando dominados por quienes tienen el dinero.

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Vitral.Un frío Bicentenario

Por Javier Solórzano




10 septiembre 2010

No levanta emociones el Bicentenario porque el estado de las cosas nos tiene abrumados. Está difícil pensar en otros tiempos, cuando el nuestro está cargado de confrontaciones, desigualdades, incredulidad y, sobre todo, de desesperanza. Las festividades han sido un dolor de cabeza para más de alguno. Se cierran calles, el tránsito se vuelve inaguantable, a lo que se suma la gran cantidad de obras interminables, como sucede en el DF y Guadalajara.

Es difícil ver el pasado cuando tenemos el presente que tenemos, el cual augura un incierto futuro. Para nuestro país, el Bicentenario se ha convertido, más que en un recuerdo y una fiesta del pasado y de nuestra historia, en un “debe” que pasa a segundo plano, un jubiloso recuerdo. Varios países latinoamericanos llevan años organizando sus bicentenarios. Argentina, por ejemplo, lleva 10 años organizando “su” bicentenario, el cual ha sido pensado como una fiesta de la reflexión, análisis, recuerdos, y diversión. La importancia que le han concedido tiene como eje central el que tenga que ver auténticamente con los argentinos.

Ni el bicentenario ni el centenario han sido vistos como propios en nuestro país. Pueden tener que ver con el imaginario colectivo, una especie de memoria colectiva, pero de ahí no pasa. No trasciende a las festividades de no ser que les pase por enfrente la “fiesta” encargada a chinos y australianos.

Lo que define estos tiempos es la desesperanza. Las actuales condiciones de vida y los estados de ánimo que nos están abrumando, no dan espacio para mirar lo que nos rodea de otra manera. La desesperanza tiene su razón de ser. Somos hoy una nación confrontada y atrapada en su pasado. Nadie piensa el futuro porque nadie puede deshacerse del rijoso pasado y del turbio e ininteligible presente. Estamos por momentos hartos de nosotros mismos, y esto es lo peor que nos puede pasar. No vemos el futuro porque a como dé lugar nos quieren imponer su visión del pasado y presente. Todo se ve de manera unilateral, y la convicción democrática se diluye en medio de un juego de vencidas en donde quien hoy es ganador, mañana puede ser el nuevo derrotado.

No hay futuro porque nos abruma la desesperanza, y porque hemos empezado a dejar de creer y querer lo que nos rodea, que finalmente es el país mismo. Estamos entrampados entre historias reales y ficticias. Pareciera que necesitamos de temblores, inundaciones o cosas parecidas para vernos unos a otros. Últimamente, hasta en esto andamos fallando. La atención a las inundaciones en Veracruz navega entre la falta de solidaridad y las sospechas de mal uso de los recursos para los damnificados. Veremos si los spots “no sexys” de Ana de la Reguera cambian las cosas.

No estamos para celebrar el presente. Pero debemos ser capaces de reconocer nuestro pasado en la reflexión y la fiesta. Hasta ahora vamos encaminados hacia un Bicentenario frío y lejano, que no tiene que ver con lo que hace 200 y 100 años construyeron mexicanas y mexicanos, las cuales, si algo hicieron, fue vencer su presente para diseñar el futuro.

¡OUUUUCHCHC! Es muy serio el tema de trata de personas como para que termine en una bronca particular.

El mundo al revés. Intolerancia en el bicentenario

Por Gabriela Rodríguez




10 septiembre 2010
El mundo al revés

Si la Independencia de México contribuyó a formar un Estado soberano y la Revolución a desarrollar una sociedad democrática, es claro que en dos siglos estamos lejos de alcanzar esos ideales. Indigna en especial la incapacidad del Estado para garantizar la igualdad y la libertad, así como la falta de tolerancia.

Dice el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, que el Estado está formado por pueblo, territorio y poder, y opina que no puede haber laicidad en un territorio ni en un pueblo creyente como México, donde la mayoría de los mexicanos son creyentes católicos. "En todo caso, somos un Estado gobernado por un gobierno laico, por eso el Estado laico es una jalada." Más allá de la elegancia de su vocabulario, Cepeda no recurre a las disertaciones semánticas para fortalecer las libertades ni la igualdad que se vinculan con la laicidad, sino para imponer su moral católica a la mayoría de católicos mexicanos, y también, a la minoría que no lo son. En esa ocasión también coincidió con su colega Juan Sandoval Íñiguez al negar el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, por considerar que en esas uniones "no hay matriz que engendra". Su concepto de libertad de culto implica permitir que la jerarquía eclesial defina las leyes y las políticas sociales y ha influido en entidades donde se condena y encarcela a mujeres que abortan, incluyendo los actos involuntarios de mujeres que lo hicieron de manera espontánea.

La intolerancia y las confusiones crecen y debilitan la soberanía. Voy a referir aquí algunos comentarios que recibí hace dos semanas en este diario, como reacción a mi anterior colaboración sobre las disputas en la Conferencia Mundial de Juventud realizada en León, Guanajuato. Juan Rodríguez opina que yo debería ser más tolerante con quienes opinan diferente, y que no debo imponer mi mundo maniqueo porque no soy la poseedora de la verdad. Otro chico, identificado como Fariseo, considera que mi artículo denota desprecio por la equidad de género atacando visceralmente al género masculino, que mi posición es manipuladora de pasiones y no doy espacio a la contrarrespuesta, sólo quiero generar encono y odio entre las diferencias en vez de mostrar equilibrio periodístico.

Opinan distinto y hasta salieron en mi defensa otros: Elena: ¿Por qué la Iglesia ha cometido tantos crímenes durante toda su historia? E. Elizalde: Nunca se puede tolerar la violencia ni las prácticas que buscan coartar la libertad de expresión de otros que opinen diferente, la denuncia es clara y objetiva contra los malos manejos de esas juventudes adoctrinadas en la intolerancia. Silvia: Y tú, ¿qué artículo leíste? A mí me parece que la persona odiadora es usted. Eduardo: Asistí a este evento, lo que ahí se escribe es verdad. Carlos: Pienso que las bodas gay son una forma de reacomodo, pero desde el punto de vista de la naturaleza (aunque es pleonasmo) es contra natura; si teóricamente se poblara una ciudad con puros hombres gay esa población desaparecería.

Juan Nabucodonosor: Qué contradictorio es ese artículo, porque habla de intolerante el que no se esté de acuerdo con el libertinaje sexual, si realmente los promotores de las ONG y gobiernos se preocuparan por disminuir el sida y evitar que las mujeres aborten, promoverían la abstinencia y una educación sexual basada en la responsabilidad y el respeto. Maximiliano: El Bajío es el gestor de esas células conservadoras que poseen filtros a las grandes esferas del poder, la tarea para los grupos sería vigilar esas instituciones y sus mecanismos. Carlos cita a Niezche: "La predicación de la castidad es una incitación pública de la contra naturaleza".

Algunos pensadores nos ayudan a dialogar en mejores términos. Para John Locke la autoridad del Estado se sostiene en los principios de soberanía popular y legalidad, el poder no es absoluto sino que ha de respetar los derechos humanos; lo que debe ser respetado son las personas y sus derechos civiles, no sus opiniones o su fe, las cuales pueden ser objeto de discusión y crítica. La diversidad de opiniones e intereses entre los hombres es fruto de las distintas vías individuales de búsqueda de la felicidad, por lo que el desacuerdo y los conflictos son inevitables. Voltaire llegó a afirmar que para que un gobierno no tenga derecho a castigar los errores de los hombres es necesario que esos errores no sean crímenes, y sólo sean crímenes cuando perturban la sociedad, y perturban la sociedad si inspiran fanatismo. Los hombres deben empezar por no ser fanáticos para merecer la tolerancia. Por su lado, J.S. Mill avizora sobre el peligro de un poder gubernamental represivo y la amenaza de una "tiranía de la mayoría" que puede ser "la opinión pública". Se requiere de una protección contra la tiranía de las opiniones y pasiones dominantes, contra la tendencia de la sociedad a imponer como reglas de conducta sus ideas y costumbres a los que difieren de ellas, contra su tendencia a obstruir el desarrollo e impedir la formación de individualidades diferentes. El reconocimiento de estas libertades es el reconocimiento del valor de la tolerancia y el respeto por el otro, que al reconocer su valor debe existir completa libertad de procesar y discutir, como materia de convicción ética.

grodriguez@afluentes.org