Manuel Millera
RebeliónUn día cualquiera los pasajeros escuchamos sin querer por la emisora del transporte público, a varios tertulianos de la radio poner a caldo al señor Evo Morales. Decían que se estaba desviando, que estaba perdiendo las esencias de la “verdadera democracia” y me pregunté cómo es posible que se digan tantas medias verdades no contrastadas por nadie. Reflexioné sobre si a eso (un lugar donde todos están de acuerdo previamente) se le puede llamar una mesa de debate. A mi me da la impresión de que tenemos un envoltorio muy aparatoso para un regalo decepcionante. Que importan más las formas que el fondo. Intentaré explicarme. Las llamadas democracias occidentales presumimos de ser sistemas basados en la libertad del individuo, garantizada a través de elecciones por sufragio universal y de tener la mejor organización social posible. Vivimos en un sistema político que presume ante todo de ser democrático, en lo que ello supone de garantizar la realización de los deseos y expectativas de tod@s sus ciudadan@s, o al menos los de la mayoría ganadora en las urnas.
Esta simple afirmación nos sirve para mirar por encima del hombro al resto de sistemas del mundo y basta para deslegitimar de raíz a muchos regímenes políticos extranjeros, sean tercermundistas, socialistas, islámicos, asiáticos, latinoamericanos, algunos de ellos, incluso llamados despectivamente bananeros (vean “Sicko” la última película de Michael Moore, donde se pone en evidencia al sistema sanitario estadounidense, en comparación con una de estas repúblicas bananeras). Pero es interesante recalcar que algunos de ellos, están empezando a tomar decisiones que revierten en el interés de sus propios pueblos, por el mismo y evidente principio democrático, puesto que para eso los han elegido, aunque sea afectando al beneficio de empresas con capital español. Este escrito pretende rebajar nuestros humos, evidenciar ciertas lagunas de nuestro supuestamente “superior” sistema político europeo. Por cierto, negado en referéndum por los ciudadanos franceses y holandeses, por perder bastantes de sus colores en la paleta de lo social, sin que hasta el día de hoy, nadie haya dado una alternativa al mismo, ni una respuesta coherente. Doy por supuesto, que, en cualquier caso lo actual es mucho mejor que la democracia orgánica del régimen anterior, donde, según rezaba “La Codorniz” como parte meteorológico “reina en España un fresco general procedente del noroeste”.
Para empezar, es conocido que no existe una democracia participativa llamémosla “diaria” para afrontar problemas que surgen, que antes no existiesen o no fuesen considerados relevantes. El último referéndum que podemos recordar fue el de la OTAN, donde la opinión de los ciudadanos, fue modificada a última hora por dos intervenciones del primer ministro, en aras a una futura entrada en la Unión Europea, acompañados de diferentes temores sobre las funestas consecuencias de la victoria del “no”. Pero desde hace 21 años ha habido otras cuestiones que han preocupado a l@s ciudadan@s, incluso desde ámbitos menores, como el autonómico (el señor Ibarretxe quiere hacer uno y no le dejan) o el municipal (el aparcamiento subterráneo de la Plaza del Castillo en Pamplona) y donde no se ha realizado ningún tipo de consulta popular, aun cumpliendo punto por punto con las exigentes condiciones que imponen las propias leyes, que finalmente se han visto autoburladas por quienes debían hacerlas respetar.
Hasta el año 89 el muro de Berlín era un tema recurrente muy denostado por los contertulios. Sin embargo, otros muros construidos por las democracias como el de Río Grande entre EEUU y México, el levantado por Israel frente a los palestinos o sin ir más lejos, los levantados en Ceuta y Melilla para detener la inmigración hacia España, no han merecido el mismo rechazo, ni mucho menos. La caída del telón de acero y el derrumbe de la Unión Soviética en el 91, llevó a los voceros del sistema de mercado, incluso los mejores diarios como EL PAIS que llenaron de páginas, confirmando la derrota definitiva del comunismo, y por tanto, la victoria de su contrincante. Los EEUU se vieron por fin después de la guerra fría, como los reyes de un imperio donde nada ni nadie podría toserles. Pues bien, sólo 16 años después, vemos que los ciudadanos de los países del Este no viven ahora mejor, sino todo lo contrario. Son más libres que antes en las cuestiones formales, pero no pueden hacer lo que quieren porque el salario no les alcanza, ni para lo que antes era gratuíto. Y lo paradójico es que, justamente ahora que no tiene enemigos directos, el imperio languidezca por sus propias contradicciones y sólo se espera el día no muy lejano, en que China pase a ocupar su lugar. ¿Acaso es de recibo que el control del número de votos en los EEUU, sea controlado por ordenadores dependientes de programas y empresas privadas? Muchos analistas sospechan de las dos últimas elecciones presidenciales.
Para continuar, decir que cuando (cada cuatro años) se nos pide opinión, las alternativas son cada menores, la abstención aumenta sin cesar, los programas políticos (cuando hay) se vacían de contenido y se parecen más, los ciudadanos se muestran hastiados y alejados de una política que parece un coto cerrado, ni demasiado honesto, ni demasiado interesante, aunque saben que es donde se corta el bacalao. En muchos casos incluso, cuando la voluntad del pueblo es clara en una dirección, como en los casos ya referidos de la constitución europea en Francia u Holanda; del estatuto catalán, votado por el 81% de su parlamento; o en un ejemplo más, la voluntad de cambio expresada por el pueblo navarro, se hace caso omiso de tal deseo, en base a razones, que como en el caso foral “no entienden ni los propios dirigentes provinciales del partido gobernante”. La capacidad de decisión de los políticos está cada vez más recortada en base a altos intereses exteriores normalmente económicos o militares (el acuerdo de bases militares estadounidenses, el Concordato con el Vaticano, el polígono de tiro de las Bardenas, las decisiones del BM, el FMI, o la CE) cuya profundidad e importancia no llegamos a comprender. El alcance de las decisiones de gobiernos y parlamentos se limita de manera progresiva a cuestiones cada vez menos importantes y las opiniones de votantes y periodistas a lo “políticamente correcto”.
Según la ley d´Hont un diputado por Barcelona o Madrid cuesta muchos más votos que uno de Soria o Huesca, lo que privilegia a las zonas rurales, en teoría menos desarrolladas en lo social y cultural sobre las zonas urbanas. No son democráticas muchas de las decisiones de un gobierno por mucho que tenga mayoría parlamentaria ¿acaso lo es, por ejemplo, la decisión de echar a Rosa Regás de su puesto de directora de la Biblioteca Nacional, por ser coherente con su adjetivo de socialista? Vamos, sin duda, hacia el establecimiento de un sistema bipartidista similar al de los EEUU (vota el 25% de su población) o Inglaterra, con todos sus defectos, derivados de una despolitización creciente, donde gana quien menos errores comete y haciendo ambos bandos una política bastante similar.
Los verdaderos centros de poder del planeta se encuentran lejos de parlamentos y cámaras. En los consejos de administración de las empresas multinacionales, el Banco Mundial, el FMI, el CFR, el G-7, el siniestro Club Bilderberg, las sectas o logias secretas, los colectivos paramilitares, los paraísos fiscales, y las mafias internacionales, todo ello en tiempos de calma. Y cuando las aguas de la estabilidad se revuelven o enturbian nunca faltan salvadores de la patria, que, colocando el sable encima de la mesa, llaman al orden y la unidad, cueste la sangre que cueste. ¿Ustedes han pensado alguna vez en elegir a un militar para construir más hospitales, para decidir si se construyen más centrales nucleares o mejorar el problema del paro? Pero ellos no piensan lo mismo, creen estar enviados “por la gracia de Dios” como podía leerse en las antiguas pesetas, para salvarnos a tod@s. El ejército es una institución por definición antidemocrática, en la que opinar es fuente de problemas, cuando no delito directamente. La guerra no es democrática, porque a ella van los pobres (pagados o engañados) a defender los intereses de los ricos.
Los verdaderos negocios no son los legales, de vender naranjas, televisiones, o seguros de circulación, sino los tráficos clandestinos de armas, órganos, niños, drogas o mujeres a través de un envoltorio perenne de corrupción impuesto y extendido a todos los niveles donde existe una verdadera capacidad de decisión. No existe ningún control democrático sobre ninguno de ellos. Los malpensados afirman que todo ello es deliberado para poder obtener unos beneficios muy superiores. ¿Tiene algún sentido que las cotas de gobierno de lo público se entreguen a partidos que no creen en lo público (normalmente identificados con la derecha, pero no exclusivamente) y que potencian lo privado antes que lo público? Como dijo un presidente de la patronal de cuyo nombre no deseo acordarme: ”la mejor empresa pública es la que no existe”. Es como poner al zorro a cuidar de las gallinas.
No es democrática la Iglesia, donde no sólo no podemos elegir a su cabeza visible (que no pierde ocasión de decirnos lo que está bien y mal bajo amenaza del fuego eterno) sino que nos resulta muy difícil librarnos de su influencia conservadora en colegios, universidades, cadenas de radio y demás foros mediáticos. Hasta la Unión Europea debe recordar a los estados español e italiano que la exención de impuesto a la Iglesia no es una práctica permitida por ilegal. Si una institución tiene actividades económicas, debe seguir las reglas de la competencia, es decir, pagar impuestos. No es justo que paguen impuestos sólo los que cobran a través de una nómina, ni que los beneficios multimillonarios de las grandes fortunas vayan a parar a un lugar tan productivo como la sombra de las cámaras acorazadas de los bancos de los paraísos fiscales. Yo no dejo de ver en mis sueños sin sentido a los millones de desheredados del mundo morirse de hambre o sed al lado de millones de dólares o montañas de lingotes de oro en sótanos muertos de aburrimiento. Ambas muertes se podrían contrarrestar mutuamente, si el dinero tuviese alma. Un estado por definición laico, pero que abona “religiosamente” los sueldos de miles de sacerdotes y profesores, de una asignatura que están empeñados sea obligatoria, seas creyente o no, habiendo cuestiones tan básicas como la educación, la salud, la sexualidad o la ecología que todavía no lo son.
Tampoco es democrática la banca, donde a la fuerza debemos depositar nuestros sueldos y ahorros, dado que la opción de meter el dinero debajo de un ladrillo escondido dentro de un calcetín no parece muy práctica. Resulta del todo contradictorio que un bien tan social como es el dinero, expresión de la riqueza global de un país, deba administrarlo un organismo privado con sus propias normas, sobre las que no podemos tener ni control ni casi acceso. Incluso para sacar una cantidad importante de tu propia cuenta corriente debes esperar dos días. Es totalmente justo que cada ciudadano pueda recuperar su dinero cuando quiera, pero es bien conocido que si una buena parte de los ciudadanos se pusiera de acuerdo en recuperarlo al mismo tiempo, se produciría una crisis financiera por resultar imposible. Los bancos utilizan nuestro dinero para prestarlo a otro solicitante, y así sucesivamente, obteniendo unos beneficios múltiples que no le corresponden.
Sin embargo, en sólo tres días (los pasados 9,10 y 13 de Agosto, durante la crisis de la bolsa) el BCE y los principales bancos públicos de EEUU, Japón, Suiza, Canadá y otros, inyectaron más de 300.000 millones de dólares en los mercados para frenar el derrumbe de las bolsas, impidiendo la quiebra en cadena de bancos y otras entidades financieras y la generalización mundial del “corralito” argentino-francés. Un buen recuerdo de la crisis del año 29 que hizo temblar los cimientos de un capitalismo egoísta y antisolidario. Una prueba de que el sistema económico no le hace ascos al “intervencionismo estatal” con nuestro dinero, cuando se trata de mantener llenos sus bolsillos. En los casos donde ambos factores se unen, la banca y la Iglesia, léase, en la Banca Vaticana (nombre común dado al IOR, Instituto para las Obras de la Religión) de la que se dice que es “la que lava más blanco” gracias al hecho de ser un tipo de banco muy especial y a que se trata de un paraíso fiscal, el hedor de sus cuentas ya es algo insoportable y no parece ser ajena a dicha pestilencia la muerte de Juan Pablo I, que sólo pudo ser infalible durante 33 días.
Y por fin, no es democrática la monarquía dado que el puesto de jefe del Estado no está sujeto a votación popular, sino a un “derecho de bragueta” hereditario donde no importa si el primogénito es más o menos desarrollado culturalmente, sino solamente que sea varón. El término “monarquía parlamentaria” es un concepto en sí mismo contradictorio en su concepción, una manera de querer ser a la vez círculo y cuadrado. La casa real ha decidido nombrar a un administrador de sus cuentas, no sabemos si porque hasta ahora era innecesario o porque el anterior lo hacía muy mal. Ambas opciones resultan inquietantes.
Por lo tanto, según mi humilde opinión, ni los europeos deberíamos sacar tanto pecho por nuestro sistema político, ni entiendo que es tan democrático como presume ser. Un núcleo creciente de ciudadan@s tenemos la sensación de que nuestro sentir cuenta cada vez menos. Hay demasiadas zonas en las que nos hemos acostumbrado a andar a oscuras, sin poner las manos por delante. Demasiados sapos tragados durante años de educación y televisión teledirigidos y excesivas necesidades falsas que nos convierten en esclavos de un trabajo poco edificante y consumidores compulsivos de mercancías innecesarias. No es democrático el empeoramiento de las condiciones laborales y sus siniestros (1.352 muertos en el año 2006) el cáncer por contaminación, la arrogancia del coche privado en nuestro sistema de transporte (4.000 muertos al año) el coste de la vivienda, la violencia doméstica, el sexismo, el encarecimiento exagerado de la vida desde la entrada del euro, ni la sobreexplotación de la Tierra que pide a gritos un minuto de descanso. Cualquier gobernante da por bueno un crecimiento económico positivo, sin plantearse, lo que esto conlleva a cambio, ni si se podría gastar o consumir menos: la escasez de petróleo, la desertización, las inundaciones, los incendios y talas forestales, el calentamiento del planeta, la disminución de la capa de ozono, las futuras guerras por el agua, o que el trigo y el maíz empiecen a encarecerse de forma irracional porque pueden convertirse en combustibles.
Discúlpenme, pero a mi esto de los tertulianos habituales que saben de todo, y discrepan lo mínimo, me recuerda mucho al cuento bíblico de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Y dudo mucho que en todos los casos sea una miopía inconsciente. Cuando basta un granito de arena para arruinarte un día entero de playa, estos señores andan arrastrando su viga por los estudios de grabación, un día tras otro sin acudir al oculista. ¿Será por eso que no pueden ver bien la realidad? Quizá las dejen aparcadas en el ropero de la entrada: La viga del Sr. Martínez, la del Sr. Cebollada... Algunos tienen tantas vigas que se podrían hacer un chalet. Pero seguramente no les hace falta, porque ya se lo ha regalado su jefe, por halagarle los oídos. A algunos de ellos les he escuchado pronunciarse en contra de la prostitución. ¿Pensarán que es más inmoral vender el culo que vender el cerebro? Paradojas de nuestra democracia. Seamos críticos, levantémonos de la dejadez, lea también prensa alternativa, apague la televisión, no crea la voz de los que mandan. Ni se crea tampoco nada de lo que acaba de leer. Podría ser todo absolutamente falso.