La información y la reflexión sobre el creciente poder del narcotráfico en México se impone en las agendas políticas –secretas o públicas– y en las conversaciones cotidianas. Por eso los medios de comunicación lo han convertido, inevitablemente, en su principal eje temático.
No se trata de una maniobra perversa: implica seguir la ruta del dinero, la escala del poder, el entramado de complicidades y de la impunidad. Este hilo negro lleva prácticamente a todas las zonas oscuras de nuestra sociedad: desde el tráfico de influencias, el financiamiento ilegal de campañas y la corrupción policiaca y militar, hasta los ajustes de cuentas y el lavado de dinero.
El libro El México narco (editorial Planeta, Temas de Hoy) es un intento de darle forma al grueso caudal informativo generado desde hace décadas, pero sobre todo desde que el presidente Felipe Calderón decidió darle preeminencia al enfoque militarista de la lucha contra el narcotráfico. Por eso este material, que originalmente fue publicado en las ediciones especiales 24 y 25, publicadas en 2009 con el mismo título, se editó de forma que conservara su impulso periodístico.
Bajo la coordinación del director de Proceso, Rafael Rodríguez Castañeda, los reporteros de este semanario averiguaron los antecedentes históricos, la situación actual y la magnitud de los cárteles en cada región y estado, e incluso en las ciudades más disputadas por ellos, como es el caso de Ciudad Juárez, martirizada por el narco y por la descontrolada intervención militar.
El libro abre con una revisión de la historia reciente, a cargo de Ricardo Ravelo, para ubicar los tiempos y los lugares de origen de las bandas que se enriquecieron y evolucionaron en organización hasta convertirse en los temibles cárteles de Tijuana, de Juárez y de Sinaloa, que se consolidaron con sus estructuras paramilitares y se procuraron la protección de la policía, el Ejército y las autoridades locales.
A partir de ahí, por estados y en orden alfabético, cada reportero hace la crónica de las confrontaciones, las alianzas y los crímenes que poco a poco se extendieron por ciudades, pueblos y rancherías, desde las áreas cultivables hasta los destinos turísticos.
En este aspecto, el libro es distinto de otros que cuentan historias entresacadas del submundo de la delincuencia organizada. Se trata de un trabajo periodístico en el que muchas de esas historias, en sí mismas dramáticas, se muestran en su contexto social y político, lo cual las hace todavía más preocupantes porque se revelan como expresiones, terribles pero no únicas, del altísimo grado de violencia y degradación que postra al país.
Información documentada, más allá del interés partidista de sesgar las versiones o del afán oficial de negarla. Hablan los hechos, estruendosos como disparos. Aunque ninguna evidencia puede evitar que los jefes policiacos o militares, o el propio presidente, digan después de leer datos como estos: Sigamos con el programa...
En El México narco se cuentan los orígenes de las organizaciones que hoy tienen al país en jaque, la trayectoria de los principales cabecillas, sus principales batallas y sus más sonados crímenes. Por otro lado, o del mismo lado, se indagan las acciones de las autoridades y las llamadas fuerzas del orden, coprotagonistas de esta guerra como verdugos y como víctimas, según la ocasión. Los únicos que siempre son víctimas de esa violencia son la sociedad civil y sus derechos.
El coordinador del volumen describe así el clima social que se ha ignorado olímpicamente en la estrategia contra el narco: “... demasiada violencia, demasiados muertos, demasiada sangre, demasiados descabezados, demasiados torturados... Pero con decenas de miles de soldados y de policías en las calles, con decenas de miles de sicarios dispuestos a matar o a morir, con millones de familias en la pobreza extrema, con millones y millones de jóvenes en la desesperanza, hoy en México nada es demasiado”.
Tampoco los capos tienen medida. De los militares que corrompieron y de aquellos que se integraron a sus bandas, aprendieron a utilizar granadas, bazucas y ametralladoras de grueso calibre. Pero también están atacando a la sociedad con propaganda y desinformación –que suelen ir ensambladas–, además de su más poderosa arma, que es el silencio.
Los cárteles quisieran acallar a los medios para que grite el miedo, y en estados como Nuevo León, Chihuahua y Tamaulipas esto les sale barato, ya que algunas obcecadas acciones y omisiones gubernamentales intensifican el poder intimidatorio del silencio, que destruye fortalezas sociales, como la defensa de los derechos civiles, al tiempo que otorga facilidades al crimen y a la corrupción.
Por eso El México narco se publica también como un homenaje a los 56 periodistas que, según la organización internacional Reporteros Sin Fronteras, han sido muertos por el crimen organizado en lo que va de la década. (CAJ)