Ricardo Monreal Avila ¿Cómo estaba el país en diciembre del 2006 y cómo está ahora un año después? ¿Han mejorado su situación económica familiar, el poder adquisitivo de su salario, la seguridad en las calles, la educación de sus hijos, sus expectativas de desarrollo personal? ¿Pudo cumplir sus propósitos para el 2007? ¿Cuánto de este incumplimiento se debe a usted y cuánto a los entornos económico, social y político del país? De estos entornos, ¿qué tanta responsabilidad asignaría usted al gobierno actual?
Para el 82 % de la población la situación económica ha empeorado (Consulta Mitofsky). No es para menos. La peor caída en el poder de compra de los trabajadores y empleados, desde la crisis de 1995, se dio en el 2007. De acuerdo con los propios datos de la Procuraduría Federal del Consumidor, en el primer año de gobierno de Felipe Calderón la canasta básica de 42 productos subió 35 % de precio, mientras que el salario sólo lo hizo en un 6 % promedio.
Esta brecha entre el costo de los productos básicos y el poder adquisitivo de los salarios y sueldos continuará a lo largo de la presente administración, en la que el aumento a los mínimos no rebasará el peso y centavos diarios, lo que no alcanza a cubrir el aumento de los productos más indispensables de la canasta alimenticia básica. Con ello, continuará el deterioro del poder adquisitivo que registraron los gobiernos de Zedillo (PRI) y de Fox (PAN) en los últimos diez años.
Esto nos indica que quienes apostaron a la continuidad, como marca de origen del gobierno de Felipe Calderón, no se equivocaron.
En 2007, continuó el deterioro gradual y sostenido en casi todos los indicadores estratégicos de gobernabilidad, competitividad y bienestar social. Las mediciones internacionales y nacionales coincidieron en señalar focos amarillos, naranjas y rojos en seguridad, justicia, productividad, educación, desigualdad y medio ambiente.
Lo poco que puede presumir el actual gobierno, como la estabilidad económica, los golpes al crimen organizado y las reformas en materia de pensiones, fiscal y electoral, no son propiamente autoría del Ejecutivo federal, sino una prolongación de las políticas públicas de los últimos gobiernos priístas (en el caso del control macroeconómico), un reflejo del trabajo de inteligencia de las agencias norteamericanas (en el caso del combate del crimen organizado) o fruto del acuerdo alcanzado al interior del Congreso por las diversas fracciones parlamentarias.
Quizás el cambio más notable radique en los estilos personales de gobernar de Vicente Fox y Felipe Calderón. La locuacidad dejó su lugar a la discreción; la pareja presidencial fue sustituida por el ejercicio unipersonal de la presidencia; el colorido gabinete "Montessori" se convirtió en un equipo gris y aburrido de gobierno y el desencuentro con el Congreso transitó a un esquema de negociación legislativa PAN-PRI.
Sin embargo, en un presidencialismo desalineado, los estilos personales de gobernar dejaron de ser sinónimo de eficacia gubernamental y solución de los problemas nacionales. Por ello, poco o nada ayuda a una evaluación objetiva centrarse en la figura del presidente. Nos dicen más los entornos institucional, económico y político dentro de los cuales se mueve el Ejecutivo federal, que las intenciones, propósitos y discursos de su titular.
Si en algún punto el actual gobierno está pagando la factura del continuismo es en la política económica. La promesa del empleo quedó a medias y, tal como ha acontecido desde el año 2000, la economía informal y la emigración son el principal destino laboral de los mexicanos. El crecimiento económico se ajustó a la baja desde este primer año y la reforma fiscal se traducirá en un exiguo incremento de medio punto del PIB. Por quinto año consecutivo, los excedentes del petróleo han permitido sacar a flote las finanzas públicas y sostener el enorme gasto corriente del gobierno, sin importar el declive en las reservas de este recurso natural.
Pero la economía no es el único campo donde el gobierno es rehén del continuismo. La educación se encamina a un desastre nacional. Mientas más se invierte en este sector, más se retrocede en los indicadores de calidad. Las niñas y niños mexicanos tienen estándares educativos (conocimiento, aptitudes y habilidades) ligeramente superiores a los del Africa subsahareana, pero muy atrás de los que hablan su propia lengua en el continente americano. El impedimento para dar una sacudida al sistema educativo nacional no es pedagógico, económico o cultural; es político y radica en la alianza electoral del magisterio oficial con el gobierno.
Por otra parte, Fox no se acaba de ir y Calderón no termina de llegar. Los Fox están nuevamente en campaña, con un esquema similar al de los Clinton (fundación, biblioteca y plataforma electoral de por medio), mientras que Calderón logró meter a los suyos al PAN y al gobierno. Fox seguramente piensa que Calderón está en los Pinos gracias a él, mientras que éste probablemente sienta que se encuentra allí a pesar de aquél. Pero este diferendo no pasará a mayores. El compromiso con el continuismo es un incentivo superior. Calderón tiene el compromiso de tolerar a Fox y éste el beneficio de seguir en campaña. Es la omertá panista: el lugar donde el hijo desobediente se convierte en el hijo pródigo.
El continuismo no descansa en fracturas sino en facturas. El PRI se ha presentado a cobrarlas en tiempo y forma. Tomar posesión el 1 de diciembre del 2006, sacar adelante la reforma del ISSSTE, aprobar el IETU, votar una reforma de justicia y seguridad lesiva a los derechos humanos y aumentar la gasolina, entre otros, tiene sus contraprestaciones claramente establecidas: la impunidad de los gobiernos de Oaxaca, Puebla y los que se sumen en el camino; la mayor asignación de recursos a los gobiernos locales priístas; el fortalecimiento de un bipartidismo de facto en varias regiones del país y acariciar la posibilidad de alternar la presidencia en el 2012, en un baile de salón donde sólo quepan dos.
Para alcanzar esto último, Calderón ha continuado la estrategia de sus antecesores de intentar marginar o disminuir a la izquierda electoral, específicamente al PRD. Con una variante: en lugar de perseguir o exterminar, ahora busca avasallar y cooptar. Después de todo, para el grupo que hurtó una elección, robar las banderas de su adversario debe ser pecata minuta.
Más que el primer año de un nuevo gobierno, lo que vivimos en este 2007 fue el séptimo aniversario de una alternancia sin alternativa y el año 25 de un México sin crecimiento económico real y cada vez más desigual.
ricardo_monreal_avila@yahoo.com.mx
* Las partes medulares de este artículo fueron publicadas en el suplemento Enfoque del Reforma, edición número 713, diciembre de 2007.