María Teresa JardíSi usted piensa ser feliz este año, siento informarle que no va a alcanzar la dicha, a menos que sea tele adicto a la telebasura y haya seguido puntualmente todos los consejos que, al respecto, los mismos que venden los productos indicaron, sin temor a equivocarse, que debían usarse para alcanzar el amor, la abundancia, la felicidad y la dicha.
Si no se untó un aceite por todo el cuerpo, antes de darse un baño con otras esencias, que se venden en paquete, es mejor que renuncie a enamorase, a tener dinero y a ser feliz.
Y si vio esto por casualidad el 31 de diciembre y, por ocupada que estaba preparando la cena, no fue a comprar los productos que le ofrecían, no sólo no alcanzará la felicidad este año sino que le caerán siete años de infelicidad total; y no crea usted que su infelicidad vaya a tener nada que ver con leer cada día que hay nuevos e impunes ejecutados o torturados o algún nuevo desaparecido. No, para nada, a la tele los ejecutados la tienen sin cuidado, son parte del sistema, del que también vive la telecracia mexicana, igual de corrupta, en los mismos canales donde obispos y cardenales contradicen, a nombre de la fe católica, tan probadamente decente, que de la Iglesia católica, por lo que toca a su jerarquía, las anteriores chorradas.
Si fue anfitrión el 31 de diciembre y no puso delante de cada invitado una vela dorada, para que la encendiera cada comensal a las doce, por un minuto y luego la apagara y se la llevara, usted falló y sus invitados no van a tener, por su culpa, la abundancia que merecen.
Si no quemó sus defectos, va a cargar con ellos a lo largo del año que recién empieza, tan mal espectado por razones menos triviales pero que no cuentan para la telecracia a modo del sistema.
Si no se puso bragas rojas del amor, nada de nada habrá, y si no se las puso amarillas es de aquellos a los que el gasolinazo va a convertir en más pobres de lo que el 31 en la noche ya eran.
No me han dado las horas, ocupada que estoy en otros menesteres, para ver más que pocos fragmentos, en la telebasura abierta mexicana, con relación a cómo se alcanza la felicidad y para saber el porqué no se alcanza, y el desvelo de una de mis gatas me ayudó a ver el primer supongo programa de "análisis" del año 2008.
Pero basta como un ejemplo más de para lo único que sirve la telebasura en México, es para desinformar o para vender una felicidad inalcanzable incluso por cuestiones de presupuesto para la inmensa mayoría.
El deporte favorito seguirá siendo el tírenle a AMLO, en programas que hasta se sueñan más sofisticados que los de por la mañana.
Sí, la telebasura es fácil de combatir, basta con apagarla por ser una gran enemiga de los mexicanos.
Telecracia, la mexicana, tan privilegiada que hasta dicta las líneas de la política: compre, compre, compre porque si no compra no puede alcanzar ni el amor ni la dicha ni nada de nada, no importa que no tenga, endróguese, endróguese, endróguese, endróguese, pero compre, compre, compre; la telebasura incluso local, malísima, de suyo, pero peor por estas fiestas, no sirve ni siquiera para hacer el único llamado que habría tenido sentido: el de que no se compraran los cohetes, que este año en Mérida, con el beneplácito o peor aún, con la complicidad o como negocio del panista ayuntamiento --¿a poco los rondines policíacos no los vieron?-- literalmente se vendieron en cada esquina, al menos, en el fraccionamiento Francisco de Montejo.
Y más allá de por lo que afectan los cohetes con su ruido, que a las mascotas enloquecen, a los niños pequeños les impide dormir, a los ancianos conciliar el sueño y a los enfermos agrava, más allá de que es contaminación auditiva, genera una contaminación enorme que perjudica a una naturaleza, que se empeña en mandarnos mensajes, de que ha dejado de ser sabia porque el hombre la ha convertido en muy tonta y, luego, hay quien se asombra de que en Yucatán pueda ocurrir un tsunami cuando se le está llamando a gritos para que venga.
Creo que llegó el momento de que todos apaguemos la telebasura como propósito de principio de este año difícil que recién empieza, si queremos alcanzar la decencia necesaria para volver a tener, algún día, una vida civilizada.