A más de 10 años de que las fuerzas militares más poderosas del planeta iniciaran la ocupación de Afganistán, la resistencia nacional de ese país controla casi todo el territorio. En contraste, para Estados Unidos es cada vez más difícil destinar los miles de millones de dólares que le permiten sostener a un ejército desmoralizado e inoperante. A pesar de casi 10 años de guerra, incluidas una invasión y una ocupación, el ejército estadunidense, sus aliados y las Fuerzas Armadas de los Estados clientelistas están perdiendo la guerra en Afganistán. Exceptuando los distritos centrales de algunas ciudades y las fortalezas militares, la resistencia nacional afgana, con todas sus complejas alianzas nacionales, regionales y locales, controla el territorio, el pueblo y la administración.
Esta guerra sin fin representa el mayor sangrado para la moral de las Fuerzas Armadas estadunidenses, socavando el apoyo civil dentro del país y limitando la capacidad de la Casa Blanca para emprender nuevas guerras imperiales.
El desembolso militar anual de miles de millones de dólares está agravando el déficit presupuestario desaforado e impulsando duros recortes impopulares en los programas sociales a todos los niveles gubernamentales.
No se vislumbra el fin, mientras el régimen de Obama sigue aumentando en decenas de miles el número de soldados desplegados y en decenas de miles de millones los desembolsos militares, pero la resistencia avanza, tanto militar como políticamente.
Confrontados con el creciente descontento popular y las demandas de control fiscal por parte de un amplio espectro de grupos ciudadanos y bancarios, Obama y el mando general han buscado una “salida parcial” mediante el reclutamiento y entrenamiento de un ejército mercenario y una policía afganos, a gran escala y largo plazo, bajo el mando de oficiales estadunidenses y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
La estrategia: crear una neocolonia afgana
Entre 2001 y 2010, el desembolso militar estadunidense suma 428 mil millones de dólares; la ocupación colonial se ha cobrado más de 7 mil 228 muertos y heridos hasta el 1 de junio de 2010.
A medida que la situación militar estadunidense se deteriora, la Casa Blanca incrementa el número de soldados, aumentándose a su vez el número de muertos y heridos. Durante los últimos 18 meses del régimen de Obama, ha habido más muertos o heridos que en los ocho años anteriores.
La estrategia del Pentágono y la Casa Blanca se basa en el flujo masivo de dinero y armas, y un incremento del número de sustitutos, señores de la guerra subvencionados y expatriados títeres educados en Occidente.
La “ayuda al desarrollo” de la Casa Blanca implica, literalmente, la compra de las lealtades efímeras de los líderes de los clanes. La Casa Blanca aparenta legitimidad celebrando elecciones, lo que acentúa la imagen corrupta del beneficiado régimen títere de Kabul y sus socios regionales.
En el terreno militar, el Pentágono emprende una “ofensiva” detrás de otra, anunciando un éxito detrás de otro, seguida de una retirada y el retorno de los combatientes de la resistencia.
Las campañas militares estadunidenses interrumpen el comercio, las cosechas y los mercados agrícolas, mientras que los ataques aéreos dirigidos a los talibanes y guerrilleros generalmente terminan matando a civiles que están celebrando bodas y fiestas religiosas o comprando en los mercados.
La razón del alto porcentaje de asesinatos de civiles es evidente para todos menos para los generales estadunidenses: no hay distinción entre “militantes” y los millones de civiles afganos, ya que los primeros forman parte esencial de sus comunidades.
El problema clave y decisivo de la ocupación estadunidense es que Afganistán es un enclave colonial en un pueblo colonizado. Estados Unidos, sus títeres locales y los aliados de la OTAN forman un ejército colonial extranjero y se considera a los policías y militares afganos reclutados como simples instrumentos de la perpetuación del gobierno ilegítimo.
Cada acción, violenta o no, se percibe e interpreta como la trasgresión de normas y legados históricos de un pueblo independiente y orgulloso.
En la vida diaria, cada movimiento de la potencia ocupante es destructivo; nada se mueve sin el permiso del mando militar y policial dirigido por los extranjeros. Bajo amenaza, la gente finge cooperación con la potencia ocupante para luego dar asistencia a sus padres, hermanos e hijos en la resistencia.
Los hombres reclutados cogen el dinero y entregan sus armas a la resistencia. Los informadores en los pueblos son agentes dobles o son identificados por sus vecinos y llegan a ser objetivo de los insurgentes.
Los colaboradores afganos, los aliados más cercanos de Washington, se ven como traidores corruptos, gobernadores transitorios que siempre tienen las maletas hechas y los pasaportes estadunidenses a mano por si tienen que huir cuando les toca hacer lo mismo a los estadunidenses. Todos los programas, los fondos de “reconstrucción”, las misiones de formación y los “programas cívicos” han fracasado en su propósito de ganar la lealtad del pueblo afgano, antes, ahora y en el futuro, porque se les ve como parte de la ocupación militar estadunidense que está fundamentada en último término en la violencia.
Las 10 razones por las cuales ganará la resistencia
1. La resistencia tiene profundas raíces en la población –una comunidad basada en la familia y unos vínculos culturales y lingüísticos que Estados Unidos no posee ni puede “inventar”, comprar, comercializar ni replicar mediante sus “colaboradores” afganos ni imponer por medios propagandísticos.
2. La resistencia tiene fronteras fluidas y un amplio apoyo internacional, especialmente en Pakistán, pero sobre todo por parte de otros grupos islámicos antiimperialistas que proveen armas y voluntarios, y participan activamente en los ataques a las vías de transporte logístico de los soldados estadunidenses-OTAN en Pakistán. Estos grupos también ejercen presión sobre los regímenes clientelistas de Estados Unidos en el extranjero, tales como Pakistán, Arabia Saudita, Yemen y Somalia, abriendo así múltiples frentes.
3. Una amplia infiltración y el apoyo pasivo, activo y voluntario de la resistencia entre los soldados y policías afganos reclutados y entrenados por Estados Unidos se convierten en labores cruciales de inteligencia sobre los movimientos de tropas. Las deserciones y el absentismo menoscaban la “competencia militar”.
4. El alcance y la amplitud de la actividad de la resistencia superan las posibilidades actuales de los ejércitos imperiales y obliga a éstos a depender de los cuerpos de seguridad afganos, remisos a matar a sus propios hermanos, sobre todo cuando las operaciones están dirigidas a comunidades donde viven parientes o congéneres étnicos.
5. Los aliados de la resistencia son más leales, dignos de confianza y menos corruptos, ya que comparten profundas creencias. Los aliados estadunidenses sólo son leales debido a las gratificaciones monetarias efímeras que reciben y a la presencia provisional de las fuerzas militares estadunidenses.
6. La resistencia es atractiva para el pueblo porque representa el retorno de la ley y el orden a la vida cotidiana presentes antes de la invasión desestabilizadora. La promesa estadunidense de que habría consecuencias positivas al final de una guerra realizada con éxito no tiene ninguna resonancia popular después de un decenio interminable de ocupación destructiva.
7. Estados Unidos no tiene valores comparables con el atractivo tradicionalista-nacionalista-religioso de la resistencia para la gran mayoría del pueblo, la gente de los pueblos, la de las ciudades y los desplazados.
8. El apoyo de la resistencia a los iraquíes, los palestinos y otras fuerzas antiimperialistas tiene un atractivo positivo entre el pueblo afgano, que ha padecido los resultados destructivos de las guerras emprendidas en Irak y encomendadas en Pakistán, Somalia y Yemen. Las agresiones israelíes, respaldadas por Estados Unidos y realizadas contra Líbano y el barco que portaba ayuda humanitaria a Palestina, y la presencia altamente visible de militantes sionistas en el gobierno estadunidense, causan rechazo a los afganos más informados políticamente.
9. Los afganos tienen, debido a la fuerza de la costumbre, mayor resistencia contra la ocupación militar estadunidense que el pueblo de Estados Unidos, con necesidades más urgentes, y que el propio ejército, con crecientes compromisos en la zona del Golfo.
10. La resistencia afgana no suele matar a civiles durante sus operaciones, ya que los soldados estadunidenses y de la OTAN van perfectamente identificados. En cambio, no sucede lo mismo en el bando contrario. Los afganos que viven en los pueblos de las comunidades ocupadas son objeto de asesinatos por parte de las “fuerzas especiales” y de bombardeos de los aviones teledirigidos. En estas circunstancias, la gente corriente sufre las mismas agresiones militares que los combatientes de la resistencia.
La incapacidad de construir un ejército mercenario eficaz
Una auditoría realizada por el gobierno estadunidense, publicada en junio, echó por tierra la afirmación del régimen de Obama de que está consiguiendo construir un ejército mercenario afgano efectivo y una policía afgana capaz de reforzar el actual régimen clientelista de Kabul.
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