Luis Hernández Navarro
Quienes soñaron con una derrota de Hugo Chávez despertaron este 8 de octubre con una pesadilla. El mandatario venezolano triunfó sobre Henrique Capriles con 54.4 por ciento de los sufragios, 10 puntos porcentuales más que su rival.
Esta diferencia sería la envidia de la mayoría de los candidatos a jefe del Ejecutivo en cualquier elección. Mariano Rajoy ganó los comicios en España con 44.6 por ciento de los votos, David Cameron lo hizo en Gran Bretaña con 36.1 por ciento y Enrique Peña Nieto en México con 38.21.
No obstante lo contundente e incontrovertible de la victoria chavista, ahora diversos analistas políticos y la prensa española, estadunidense y buena parte de la mexicana, pretenden disminuir el alcance y significado del triunfo del presidente, o presentarlo como un paso en su eternización.
Quienes se comportan así son los mismos que, sin evidencia alguna, vaticinaron la inminente llegada de Capriles al Palacio de Miraflores, cuando nunca tuvo posibilidad de que algo así sucediera. Ninguna encuesta seria le dio nunca ventaja al candidato opositor y, por el contrario, los niveles de aprobación hacia Hugo Chávez y su gobierno han sido siempre muy altos. Sin embargo, se creyeron sus propias mentiras –o las de sus patrocinadores– y ahora no encuentran una manera elegante de rectificar.
Sería recomendable que todos ellos tomaran nota de la sugerencia de Manuel Rivas en El País, del pasado sábado 6 de octubre. “No se puede despachar a Chávez como un chiflado. Porque no lo es y porque lo decisivo va a ser la percepción popular de si han mejorado o no las condiciones de vida para la mayoría –escribió el autor gallego–. Según la ONU, la tasa de pobreza en Venezuela se ha reducido en 10 años en 21 por ciento. Gane o no Chávez, la austeridad española debería incluir una cura de humildad óptica con América Latina.”
Antes, del pasado 7 de octubre, muchos de los indicadores del grado de aprobación popular del mandatario venezolano estaban a la vista de quien quisiera mirarlos. Según el Reporte de la Felicidad Mundial 2012, realizado por la Universidad de Columbia de EU, Venezuela ocupa el segundo lugar de América Latina, y el número 19 en el mundo, en la lista de los países más felices del mundo, por encima de Francia, España, México, Brasil, Alemania y Colombia, Japón e Italia. Entre los parámetros evaluados en el estudio se encuentran la educación, la salud, la expectativa de vida, las relaciones humanas, el empleo y el ingreso económico familiar.
En el estudio de Latinobarómetro 2011, en el que se mide la percepción de la población de 18 países de América Latina con sus gobiernos, instituciones y procesos socioeconómicos, Venezuela salió muy bien librado. Es el tercer país de la región en el que la distribución de la riqueza es vista como muy justa o justa. Curiosamente, Chile, el país que es presentado por los apologistas del libre mercado como ejemplo a seguir, ocupa el último lugar de calificación en el área.
Las conclusiones del sondeo muestran el grado distorsión con que los medios de comunicación internacionales juzgan el gobierno de Chávez en relación con las percepciones de los venezolanos. Mientras la prensa de los países desarrollados presentan a Venezuela como un país injusto, sus habitantes opinan que es la nación en el área en la que más se garantizan derechos, oportunidades y seguridades. También es el primer país en la igualdad de participación en hombres como en mujeres, seguido por Argentina. Y el tercero más democrático, después de Uruguay y Costa Rica. Con base en una escala del 1 al 10, Venezuela obtuvo una calificación de 7.3.
También, contra la imagen fabricada en la prensa internacional sobre el gobierno de Chávez como una dictadura, Latinobarómetro observa: Si miramos el apoyo a la democracia en Chile y Venezuela, vemos que en Venezuela a partir de 2004, es decir, a los cuatro años de haber asumido el poder Chávez, se mantiene muy por encima de 70 por ciento hasta 2011, alcanzando entre 2008 y 2010 porcentajes por encima de 80 por ciento.
La favorable percepción de los venezolanos sobre su país, su gobierno, su democracia y su proceso, refrendada el pasado domingo, no es producto de un lavado de cerebro. Aunque la revolución bolivariana ha venido forjando su hegemonía semántica, sería imposible que así fuera. Venezuela es un país extraordinariamente bien informado y enlazado, y la oposición sigue teniendo una enorme fuerza ideológica. Como explicaron Jean-Luc Mélenchon e Ignacio Ramonet en las páginas de este diario el pasado viernes, de 111 canales de televisión, 61 son privados, 37 comunitarios y 13 públicos. La audiencia de los privados es del 61 por ciento. Cuatro de cada cinco periódicos están en manos de antichavistas.
La visión que los venezolanos tienen sobre sí mismos tiene bases materiales de sustentación evidentes. Venezuela se ubica como uno de los países de América Latina donde más se ha disminuido la desigualdad (y no sólo la pobreza): su índice de Gini ha pasado de 0.48 en 1988 a 0.38 en 2010. El de México es de 0.51.
Algunos analistas han concluido que el balance electoral arroja un país dividido en dos partes iguales. No es cierto. Ciertamente existen dos bloques, pero uno, el que apuesta por el socialismo del siglo XXI, es holgadamente mayoritario. No obstante, el desgaste en el ejercicio del poder, y sus fallas y deficiencias, en términos absolutos, el chavismo ha ganado nuevos adeptos.
Después de 13 años de transformar la realidad político y social de Venezuela a fondo, ya va siendo hora de que sus críticos –como dice Manuel Rivas– realicen una cura de humildad óptica.
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