TRAS LA PISTA DE LOS MUERTOS.......
Hay domicilios que no aparecen en el registro oficial de fallecimientos, pero en los que se guarda luto por personas que murieron por enfermedades respiratorias. Proceso entrevistó a familiares y médicos; recorrió hospitales, y se topó con historias que desnudan las debilidades de un sistema de salud colapsado. Un sistema que en algunos casos terminó por darle a la gente un puntapié al abismo.La muerte por influenza en México tiene el rostro de un subdirector del ISSSTE que estuvo en lista de espera mientras se liberaba una cama, un neumólogo y unos antivirales. El de un paisano que pasó sus últimas horas en una silla, compartiendo el aire y el hombro con otros enfermos en sala de urgencias. El de una joven arquitecta recluida sin diagnóstico junto a pacientes contagiados. El de un niño de cinco años a quien le negaron la vacuna de la influenza invernal porque la enfermera consideró que ya estaba grandecito…Ellos están registrados en las bitácoras oficiales –sin análisis de laboratorio de por medio– como “muertos por influenza”. Tienen nombre, apellido, un porvenir cancelado y familias que les lloran y les rezan un novenario. Comparten entre sí un historial de diagnósticos errados o tardíos, la peregrinación previa entre clínicas (públicas, privadas o “similares”), el purgatorio en salas de espera, la falta de los fármacos que les hubieran salvado la vida. Sus muertes forman parte de las 264 registradas del 1 al 26 de abril en la Ciudad de México a causa de “insuficiencias respiratorias agudas” o “neumonías atípicas”, lo que no significa que se trate por fuerza de casos de influenza A. Hasta el 13 de abril, cuando murió en Oaxaca la primera mujer por esa variedad de influenza, habían sido registrados 108 fallecimientos por causas respiratorias en la capital. Los siguientes 13 días perecieron muchos más: 156. Llama la atención que los primeros 21 días de abril fallecieron de neumonías atípicas nueve personas menores de 40 años sin historial de enfermedades, y que del 22 al 26, en sólo cinco días, fallecieron ocho personas jóvenes y, poco antes, sanas.La estadística oficial a la que este semanario tuvo acceso se corta el domingo 26, tres días después de que fue reconocida oficialmente la epidemia. La muerte inexplicable tocó lo mismo a una empleada de mostrador de 22 años, en Ixtapaluca; a un ayudante de cocina de 26 años de la delegación Álvaro Obregón; a un empleado y un médico treintañeros, respectivamente de Iztapalapa y del Estado de México; que a una ama de casa de Neza, a una arquitecta de 26 años, y a un niño de nueve, de Tlalpan.En la delegación Iztapalapa del Distrito Federal vivía 22% de las personas que murieron por “causas respiratorias” entre el 13 y el 26 de abril, 11% en Gustavo A. Madero, 9% en Venustiano Carranza y 7% en Iztacalco, Benito Juárez y Álvaro Obregón. De los fallecidos, 87 eran hombres y 84 mujeres. El 34% tenían menos de 40 años.
Trato como a cualquieraEl registro fúnebre 265 corresponde a un médico mexiquense de 32 años. La causa de su muerte quedó registrada en las bitácoras oficiales como “neumonía aguda grave: influenza”. El joven, cuyo nombre se omite, era subdirector del ISSSTE de Texcoco y atendía pacientes como médico general. Estaba casado con la joven de la que se enamoró desde que iniciaron juntos la carrera de medicina. Era hijo de otro médico y tenía dos hermanos.La segunda semana de abril sintió fiebre y dolor de huesos, y tuvo tos. Como se automedicó y no sintió mejoría, un colega le subió la dosis. Días después arrojaba flemas con sangre. Se hizo estudios que determinaron neumonía. Trató de internarse en el Hospital General de las Américas, pero no lo aceptaron: no había camas disponibles. En un laboratorio particular tuvo que sacarse placas de pulmón y tórax. El sábado 18 consiguió ingresar a terapia intensiva del Hospital del ISSSTE ubicado en la avenida Politécnico. Ya iba inconsciente.Los medicamentos que le recetaron no se encontraban en la farmacia del hospital. Sus familiares, uno de ellos médico del ISSSTE, llamaron a los directivos de Toluca para que “liberaran” los medicamentos porque, sostienen, “sí había”. La familia tuvo que contratar a un neumólogo privado, del hospital ABC, porque el ISSSTE no tenía ninguno disponible. El médico diagnosticó que le estaban dando mal servicio al paciente y dijo que necesitaba aparatos para atenderlo.
Ana Lilia, la hermana del médico –con cubrebocas, desde atrás de la reja de su casa cerrada con llave– recuerda: “Mi papá y mi cuñada hablaron con el director, le dijeron que no era posible que trataran así a un funcionario de nivel subdirector del ISSSTE, que cómo lo trataban como cualquier otro paciente”. La familia padeció la cruel burocracia hospitalaria. Sin compasión, los médicos les dijeron que iba a morir y la noticia, así, de botepronto, provocó que los nervios de la mamá colapsaran.“Entró el sábado y hasta el miércoles le dieron el antiviral. Si se lo hubieran dado a tiempo la hubiera librado”, dice la hermana de ojos tristes. Desde adentro de su casa de interés social se escucha el grito de su hijo, aburrido por el encierro. El médico falleció el 25 de abril a las 10 y media de la mañana. Ese mismo día, en terapia intensiva, se encontraba hospitalizado su hermano, con los mismos síntomas.
No supieron qué teníaEn las fotos, Adriana aparece sonriente, abrazando a sus perros salchicha o esquiando feliz. ¿Qué iba a preocupar a esta veinteañera recién egresada de arquitectura? No un catarro.“La verdad, mi hija no se cuidaba la gripa, se bañaba en la noche y salía luego con pijamita ralita, dejaba la ventana abierta y aquí en el Ajusco hace mucho frío. Cuando se puso mala tenía la ventana abierta, le dio neumonía, no fue la influenza. No sé si la contagiaron en el hospital, no sé que pasó.”Lo dice su mamá, Silvia Vaca, quien quiere hablar de su hija para que todos se enteren de que no murió por la epidemia, con el fin de evitar la marginación, de la que ya fue objeto por unos familiares que no quisieron velarla.Adriana aparece en el registro de muertes por males respiratorios en el Distrito Federal con una acotación: “Neumonía por virus de la influenza”. Su mamá lo niega. Dice que el martes 21 ingresó al hospital privado San José con diagnóstico de neumonía.Un día después de que el gobierno decretó la emergencia, cuando Adriana ya estaba en terapia intensiva, en el hospital les sugirieron que la cambiaran a otro lugar. “Les urgía que la sacáramos de ahí”, dice la señora Silvia. Adriana ingresó al Centro Médico de Especialidades, al quinto piso, cama 514, directo al pabellón para pacientes con influenza. Su familia ya no volvió a verla. Murió en menos de 24 horas, el sábado 25 en la mañana.“Hubo negligencia –acusa–: en el Centro Médico tenían la obligación de hacerle un estudio antes de meterla a donde había influenza. Y en el San José apenas este lunes nos entregaron los estudios que le hicieron para ver si era influenza, y salió negativo. ¿Ya para qué me lo entregan, si ya mi hija murió?” En la nebulosa del diagnóstico y la desconfianza quedó también la familia de Óscar Corona Pérez, un niño de cinco años que se asoma en la foto de su último cumpleaños, mirando su pastel, en la sala de su casa, junto a la cual reposan sus cenizas. Hasta la Semana Santa tuvo fiebre. Un doctor particular le diagnosticó gripe y lo medicó, otro le cambió la receta. El jueves 16 se quejaba tanto del dolor de garganta que sus papás lo llevaron a la clínica 11 del IMSS pero no les permitieron dejarlo porque no tenía fiebre. Lo mismo en la clínica 27.A la mañana siguiente, Óscar entró al hospital La Raza, por Urgencias, vomitaba y se convulsionaba. Le diagnosticaron neumonía, después bronconeumonía, luego que quizá tenía “un virus o una bacterita”.“Desde que lo subieron yo estaba conforme porque le dieron un cuarto solo para él, pensaba que estaba rebién atendido, hasta que después supe que estaba aislado”, dice Marisela Pérez, su mamá. Óscar murió el 24. En el hospital les ordenaron incinerarlo, “para que el virus no fuera a salirse”. Su muerte no está registrada en las estadísticas oficiales. En su acta de defunción, sin embargo, se lee como causa de fallecimiento: “Neumonía por influenza”. “Los doctores me acusaron por negligencia, me dijeron que por qué no lo había vacunado, pero yo sí lo llevé a vacunar en diciembre, pero no le pusieron la vacuna que porque era nomás hasta los dos años”, se defiende ella.
“Se necesitan jabones”Otros rostros de esta peste moderna son los de los médicos y enfermeras que, a tientas, sin aviso, intuyeron que algo raro había en el ambiente, improvisaron medidas para aislar la avalancha de pacientes con neumonías atípicas y, en algunos casos, dan la pelea para exigir equipamiento especial en sus hospitales. “Pedimos insumos, gogles, cubrebocas, batas, jabón, porque no tenemos”, dijo la fisioterapeuta Adriana, una de las trabajadoras del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) que salió a manifestarse a la calle el lunes 27 a mediodía. Atrás de ella, la enfermera Maru Vargas, con 35 años de servicio, se quejó de que llevaba cubrebocas como única protección, a pesar de que atendía a los enfermos de Urgencias.“Todos los pacientes se mezclan –detalla–, desde los que tienen crisis asmática, tuberculosis o influenza. Ahí tienen que esperar hasta que se desalojen las camas.”La influenza antes llamada porcina desnudó ante el mundo las debilidades del sistema de salud mexicano, donde los pacientes tienen que mendigar un turno para una diálisis de riñón, las listas de espera para recibir tratamiento son interminables y cada paciente tiene que llevar sus gasas y bisturís para su operación. Donde los doctores se manifiestan por falta de insumos.“Los médicos sí estábamos preparados para esta contingencia pero todo se atoró en el sistema organizacional: no se dieron órdenes desde las oficinas centrales, apenas se están armando los espacios en los hospitales, no hay un seguimiento epidemiológico para los infectados y sus familias, no se ha armado al equipo de atención médica de cada hospital, no aparece el equipo esencial que teníamos”, lamenta un médico que trabaja en el IMSS y en el ISSSTE, quien está capacitado para el control de epidemias.“Lo único que han hecho bien es avisar a la población y ahora estamos en una lucha contra el tiempo”, opina.Este es el sistema de salud que tienen que enfrentar las personas contagiadas por influenza. El mismo que ganó el concurso del trámite burocrático más inútil y gana en recomendaciones por violación de derechos humanos; en el que se venden los exámenes para residencias médicas; las licitaciones las ganan los amigos de los gobernadores y los compadres ocupan secretarías de salud y direcciones de hospitales.
La nacionalidad de la muerte¿La influenza respeta la nacionalidad? Si no, ¿por qué los gringos no se mueren? ¿Si Hugo García hubiera enfermado en Estados Unidos se hubiera salvado? La duda es cruel pero real. Después de 20 años en Boston, Hugo regresó a México, se reencontró con Lourdes, su enamorada desde que eran quinceañeros, y hace cinco meses se casaron. A mediados de abril, Hugo se sintió mal: catarro, ojos llorosos, gripe, dolor de cabeza. Aunque era un moreno robusto de 39 años, con cuerpo de toro, el viernes 17 no pudo levantarse. “Seguro tengo esa pinche enfermedad”, dijo aterrado la noche del 23 de abril, cuando vio en la televisión al secretario de Salud, José Ángel Córdova, decretando la emergencia por influenza.“No la agarraste, tú eres fuerte”, intentó tranquilizarlo Lourdes.Al día siguiente, a las ocho de la mañana, él ya hacía fila en el Hospital General de las Comunidades Europeas, en Iztapalapa. A las 11:30 le diagnosticaron pulmonía y le dieron el ingreso.“Lo inyectaron, le pusieron suero, lo tuvieron en una silla porque ya no había lugar en Urgencias, no cabía. Lo sentaron junto a un niño que tenía apendicitis y un señor enfermo de las vías respiratorias”, narra su esposa en la sala donde reza el novenario.A las cuatro horas de espera consiguió una cama. Lourdes estuvo acompañándolo y estuvieron siempre rodeados por otros pacientes. Aunque el secretario había anunciado la epidemia, en el hospital no hubo escudo sanitario y no lo aislaron:“Urgencias estaba lleno, si había 30 camas eran pocas, todos estaban apretados. Había chicas que habían dado a luz y nomás los separaban a todos las cortinas”, dice ella.Los médicos le dijeron a Lourdes que se despidiera de él porque ningún paciente de influenza había sobrevivido. Ella lo abrazó, le dijo que le echara ganas, que iba a recuperase. Pero él falleció el sábado 25. “Estaba calientito mi esposo, lo abracé, lo besé todo, el doctor me dejó estar con él”, dice toda ella hecha lágrimas. Hugo no aparece en la lista de las defunciones por neumonías atípicas ocurridas en el Distrito Federal ese sábado, en el que murieron 15 personas, tres de ellas jóvenes y sin historial de enfermedades.Lourdes recibió el cuerpo del hombre que fue su chambelán de 15 años y con quien dio una fugaz probada a la vida en pareja. Iba a velarlo y enterrarlo en domingo, pero un amigo le aconsejó que lo enterrara de inmediato.El lunes le detectaron pulmonía a ella y le recetaron un antiviral inexistente en farmacias. Su familia solicitó ayuda a amigos de Puebla, Veracruz, Querétaro y Quintana Roo para pescar el medicamento, pero no hubo. Pensaban que ella también moriría, hasta que un funcionario del gobierno capitalino los orientó para que pidieran el fármaco al Seguro Social.Ella, su mamá, sus hermanos y sus sobrinos fueron sometidos a exámenes; no les hallaron rastros de influenza.“No tenemos el bicho”, dice su hermana con la convicción de quien quiere ser escuchada por los vecinos, que tratan a su familia como si estuviera apestada.“Piensan que tenemos la enfermedad. Nadie nos quiere hablar. El otro día que venía del médico me sentí como esos perros echados a perder, una vecina me cerró la puerta”, dice la abuela.Hugo sospechaba que lo había contagiado un muchacho de Texas enfermo, que les estornudó en la cara a él y a un amigo en un tianguis. Ambos compartieron agua con él y contrajeron gripe. Lourdes no alberga el virus pero tiene encapsulado el coraje: “Las autoridades hubieran avisado antes, a lo mejor no con la alarma con la que suspendieron clases, sino más tranquilo, días antes. Con que hubieran dicho que había ese riesgo hubiéramos tomado conciencia”.La foto de Hugo, bienamado, envuelto en el dibujo de un corazón, está en el altar improvisado en casa de su suegra. Él se fue suspirando por la vida que llevaba en Boston, como chofer de limusina. Ella recuerda que en el hospital de Iztapalapa, en el tumulto, él comenzó a extrañar Boston. “Me decía que la vida allá era diferente, que allá todos tienen seguridad social, que vas al hospital, te atienden, tienen máquinas y médicos. Estaba enojado. Decía: ‘pinche país, namás vine a morirme. Me arrepiento de haberme quedado’”.