18 diciembre 2009
“La cosa está clara: para salir del hoyo tenemos que cambiar el modelo económico. ¿Por qué los políticos no lo quieren hacer? Porque no les conviene; así de simple”.
Jesús Vázquez Segura.
I
Para abundar en el tema traído a colación por el caro leyente Vázquez Segura en el epígrafe de hoy, cabría consignar aquí una conversación tenida en un ambiente sociable en septiembre con varios exdiputados cuya gestión había concluido días antes.
Esos exdiputados son miembros del PRI, PAN y PRD, cuyo denominador común es su condición de exlegisladores y amigos cercanos de éste escribidor. En un momento de la charla se les planteó el asunto de cambiar el modelo económico.
Los cuatro exlegisladores coincidieron que el problema real, de fondo, y el más preocupante es el económico: crecimiento acelerado –y, por ello, dramático—del desempleo y la pobreza, la inflación y, desde luego, la ignorancia o baja escolaridad.
No todos, empero, reconocieron que el problema económico es un peligro enorme para el Estado mexicano o para algunos de sus elementos constitutivos --el pueblo, el poder político, el territorio y la soberanía--.
Sólo uno, el perredista, aceptó que el Estado (1) ha perdido soberanía, que (2) no tiene control de parte del territorio nacional, que (3) existen indicios de una descomposición del poder político y que (4) ello está contagiando al pueblo.
II
Más el punto central de convergencia y coincidencias fue el reconocimiento de que el problema económico es el verdadero y mayor y más importante que aqueja a México, siguiéndole, en segundo lugar, el de la inseguridad y la incertidumbre social.
Ese reconocimiento por parte de éstos exmiembros de la LX Legislatura tuvo, como diríase proverbialmente, sus “asegunes”: no estuvieron de acuerdo acerca de las causas del problema económico. Reconocían los terribles efectos, pero no las causas.
La conversación amigable, en un entorno sociable, se convirtió en un debate acerca de percepciones de los orígenes de los problemas, en particular el económico, el cual, a nuestro ver, se vincula dialécticamente a las demás preocupaciones y desafíos.
--¿Por qué ninguno de ustedes presentó una iniciativa de punto de acuerdo o de ley de reforma constitucional para modificar la actual forma de organización económica o crear una nueva, distinta a la prevaleciente? –se les preguntó.
En ese contexto de confianza, los exlegisladores hablaban bajo la premisa de que a toro pasado no les comprometía decir sus veros sentires y pareceres, pero obvio es que no querían que éste escribidor los identificara si pergeñaba algo acerca de ellos.
El exdiputado panista, conservador pero con inquietudes digamos que podrían llevarlo a empatía con ciertas posiciones políticas de vanguardia, afirmó: “¡Ni pensarlo! ¡Para mi partido eso es anatema, blasfemia! Sería traición a Felipe Calderón”.
III
El exlegislador priísta, orgulloso vástago de un político “profesional” y muy rico de la vieja guardia --fue incluso gobernador de un Estado-- y vena “revolucionaria”, dijo: “Mi jefe de bancada no lo aceptaría; me castigaría sólo por consultárselo”.
El perredista, por su parte, narró que al iniciarse esa Legislatura, se le acercó al jefe de su bancada, y le consultó acerca de presentar una iniciativa de ley de reforma a la Constitución para modificar el actual modelo económico. Respuesta: no es el momento.
Ese exdiputado perredista dijo que al siguiente año volvió a consultarle a su jefe de bancada, quien le respondió que no era conveniente. ¿Un punto de acuerdo?, preguntóle al líder de su fracción parlamentaria. Respuesta: ni siquiera eso.
Al tercer y último año de la Legislatura, el perredista volvió a consultarle a su líder. Respuesta: ya no hay tiempo. Éste exdiputado guardó para sí su sentir acerca del móvil del líder, pero admitió que éste tendría algún tipo de consigna de “no patear el pesebre”.
Esto nos lleva a una conclusión lapidaria: los políticos saben cuál es el problema, pero por motivos no ideológicos, sino políticos y de conveniencia personal no actúan para resolverlo. Moraleja: quitémosle nuestra representación. De grado o por fuerza.
ffponte@gmail.com
Jesús Vázquez Segura.
I
Para abundar en el tema traído a colación por el caro leyente Vázquez Segura en el epígrafe de hoy, cabría consignar aquí una conversación tenida en un ambiente sociable en septiembre con varios exdiputados cuya gestión había concluido días antes.
Esos exdiputados son miembros del PRI, PAN y PRD, cuyo denominador común es su condición de exlegisladores y amigos cercanos de éste escribidor. En un momento de la charla se les planteó el asunto de cambiar el modelo económico.
Los cuatro exlegisladores coincidieron que el problema real, de fondo, y el más preocupante es el económico: crecimiento acelerado –y, por ello, dramático—del desempleo y la pobreza, la inflación y, desde luego, la ignorancia o baja escolaridad.
No todos, empero, reconocieron que el problema económico es un peligro enorme para el Estado mexicano o para algunos de sus elementos constitutivos --el pueblo, el poder político, el territorio y la soberanía--.
Sólo uno, el perredista, aceptó que el Estado (1) ha perdido soberanía, que (2) no tiene control de parte del territorio nacional, que (3) existen indicios de una descomposición del poder político y que (4) ello está contagiando al pueblo.
II
Más el punto central de convergencia y coincidencias fue el reconocimiento de que el problema económico es el verdadero y mayor y más importante que aqueja a México, siguiéndole, en segundo lugar, el de la inseguridad y la incertidumbre social.
Ese reconocimiento por parte de éstos exmiembros de la LX Legislatura tuvo, como diríase proverbialmente, sus “asegunes”: no estuvieron de acuerdo acerca de las causas del problema económico. Reconocían los terribles efectos, pero no las causas.
La conversación amigable, en un entorno sociable, se convirtió en un debate acerca de percepciones de los orígenes de los problemas, en particular el económico, el cual, a nuestro ver, se vincula dialécticamente a las demás preocupaciones y desafíos.
--¿Por qué ninguno de ustedes presentó una iniciativa de punto de acuerdo o de ley de reforma constitucional para modificar la actual forma de organización económica o crear una nueva, distinta a la prevaleciente? –se les preguntó.
En ese contexto de confianza, los exlegisladores hablaban bajo la premisa de que a toro pasado no les comprometía decir sus veros sentires y pareceres, pero obvio es que no querían que éste escribidor los identificara si pergeñaba algo acerca de ellos.
El exdiputado panista, conservador pero con inquietudes digamos que podrían llevarlo a empatía con ciertas posiciones políticas de vanguardia, afirmó: “¡Ni pensarlo! ¡Para mi partido eso es anatema, blasfemia! Sería traición a Felipe Calderón”.
III
El exlegislador priísta, orgulloso vástago de un político “profesional” y muy rico de la vieja guardia --fue incluso gobernador de un Estado-- y vena “revolucionaria”, dijo: “Mi jefe de bancada no lo aceptaría; me castigaría sólo por consultárselo”.
El perredista, por su parte, narró que al iniciarse esa Legislatura, se le acercó al jefe de su bancada, y le consultó acerca de presentar una iniciativa de ley de reforma a la Constitución para modificar el actual modelo económico. Respuesta: no es el momento.
Ese exdiputado perredista dijo que al siguiente año volvió a consultarle a su jefe de bancada, quien le respondió que no era conveniente. ¿Un punto de acuerdo?, preguntóle al líder de su fracción parlamentaria. Respuesta: ni siquiera eso.
Al tercer y último año de la Legislatura, el perredista volvió a consultarle a su líder. Respuesta: ya no hay tiempo. Éste exdiputado guardó para sí su sentir acerca del móvil del líder, pero admitió que éste tendría algún tipo de consigna de “no patear el pesebre”.
Esto nos lleva a una conclusión lapidaria: los políticos saben cuál es el problema, pero por motivos no ideológicos, sino políticos y de conveniencia personal no actúan para resolverlo. Moraleja: quitémosle nuestra representación. De grado o por fuerza.
ffponte@gmail.com