Por Fausto Fernández Ponte11 septiembre 2009
“¿Vivimos bajo una opresión? ¿Somos un pueblo oprimido? Para mí que sí, pues millones de mexicanos sufrimos la tiranía de una mafia de políticos y oligarcas que nos hacen creer que vivimos en libertad”.
José María González Ramos.
I
Con frecuencia lléganle a éste escribidor cartas como las del caro leyente González Ramos –quien no identifica desde dónde nos lee ni en qué medio difusor— con interrogantes y definiciones acerca de nuestra opresiva realidad.
En esas cartas –un centenar desde hace un año a la fecha-- los leyentes de éstas entregas desde Baja California hasta Chiapas y Quintana Roo muestran una preocupación no eximida de angustia por la situación prevaleciente.
Esa situación ha mutado: de ser una crisis –ésta, por definición, es efímera— ha adquirido ya la condición permanente, crónica calificaríase, con las visibles secuelas ocurrentes y, desde luego, prospectivas. Esas consecuencias son apocalípticas.
Describirlas como apocalípticas trasciende el juicio de valor las califica y las muta en registro fiel de esa realidad que, por sus efectos, está destruyendo al poder político del Estado mexicano mismo y también a su elemento constitutivo principal, el pueblo.
Vero. La opresión destruye el tejido societal y la urdimbre de valores de ésta como cultura por la vía de una mutilación metódica –es decir, deliberada y, por lo mismo, perversa— por la vía del cercenamiento de nuestros albedríos, voliciones y derechos.
Esa mutilación nos induce a aceptar ésta mediante manipulación de los medios de control social por personeros del poder político del Estado al servicio prostituido de una élite que rapiña y saquea al país y roba a la vista nuestros patrimonios y anhelos.
Nos despoja, pues, de los tesauros materiales de un país que territorialmente ya ha sido vendido a terceros –la oligarquía criolla y los consorcios trasnacionales-- y ha dejado, por tanto, de ser propio. También nos despoja de sueños y esperanzas.
Ese impúdico rapiñar, saqueo escandaloso y tan desalmado despojo ocurre caleidoscópicamente a nuestros ojos, ante nuestra presencia, sin que la conciencia lo registre y lo traduzca en lo que es: una tiranía, la del poderoso, que nos oprime.
II
Abrevemos en la lucidez de Gabriel Alomar, el pensador catalán –en el periodismo practicó el ensayo acerca de temas de la filosofía y las ideologías--, quien escribió, en 1899, que el pueblo que soporta una tiranía acaba por mecerla. ¿Esese aquí el caso?
La respuesta a ésta inquietante indagatoria subyace, sin verbalizar ni mucho menos en la acción, en la voluntad individual y colectiva y la valentía mìnima necesaria para definir la naturaleza de la opresión y, así armado, enfrentarla y eliminarla.
Opresión. ¡Qué vocablo tan elusivo y, ergo, inasible a la justificación de la cobardía individual y colectiva y a la espera de la aparición providencial, milagrosa, de un mesías criollo, que no mestizo ni indio, que nos saque las castañas del fuego y no quemarnos.
¡Qué se queme en ese fuego el mesías que jamás llegará a nuestros lares terrenales aunque lo pidamos con toda la fe a la Tonantzín reinventada por Zumárraga e inserta en la psique colectiva de pueblo indio y mestizo por un mítico Juan Diego.
Opresión. Vocablo sin sinónimos eufemísticos para matizar la crudeza bárbara, de la pobreza, secuencia lacerante de la desigualdad y la injusticia y el ejercicio inicuo del poder político del Estado que sólo sirve al poder económico, el de una oligarquía voraz.
Pobreza es, pues, opresión. La pobreza no se manifiesta únicamente en la carencia de satisfactores materiales y/o espirtuales, sino en el vacío de la esperanza y la ominosa aparición ya omnipresente de la desesperanza en los individuos y en los pueblos.
Los mexicanos vivimos en pobreza entendida ésta desde cualesquier definiciones –la gubernamental, triunfalista; la científica, realista; y la de la percepción pública, dramática y desgarradora— que raya espectacularmente en la miseria.
III
Esa sería –es— la definición más precisa, exacta sin duda, de una opresión, vocablo que en la lengua castellana describe a la acción y el efecto de oprimir; éste, verbo transitivo, significa ejercer presión sobre algo.
Más la segunda acepción del verbo oprimir es más exacta: “Someter a un pueblo, a una nación, a un pueblo, etc., vejándolos, humillándolos o tirzanizándolos”. Pero la definición de la Real Academa de la Lengua es, sin duda, incompleta.
Vayamos a la definición de Mateo Alemán: “Donde la fuerza oprime, la ley se quiebra”. Y se quiebra precisamente en un paìs que, como México, presume de poseer vigentes el mayor número de leyes, códigos, reglamentos, etc., ¡en el mundo!
Muchas leyes, pues; todas las que el caro leyente quiera, hasta hartarse y quedar ahito, empachado incluso. Pero si México es el país con más leyes vigentes en el planeta, también es el número uno en violaciones de los derechos humanos. Todos. Y en todo.
Allí reside el núcleo protoplásmico axial de la opresión. Más impuestos draconianos a una sociedad de desempleados –sin ingreso, enajenada y frustrada— y subempleados y, su predecible secuela, mayor y más intenso trasiego corrupto de tales alcabalas.
Impuestos a los alimentos, las medicinas, al alcohol –la puerta falsa del escapismo social para eludir la opresiva realidad-- y el transporte público; suspensión de los magros subsidios al consumo de energía y aumento predecible de precios.
Mientras tanto, el Presidente de Facto –un hombre tan corto de miras como su acotada sensibilidad social y su magra solidaridad con sus compatriotas-- anuncia, con bombos y platillos, su “ayuda” caritativa, muy cristiana, a los pobres: ¡siete pesos por día!
Ese Presidente de Facto (no olvidemos que asumió la jefatura de Estado y de Gobierno por una vía fraudulenta) no sabe y tal vez no lo sabría jamás que, como decía Aristóteles, todo acto forzoso es desagradable. E inaceptable, agregaríase.
ffponte@gmail.com
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Glosario:
Alemán, Mateo (1547-1615). Escritor del Siglo de Oro de la literatura castellana/española. Su obra más conocida fue Guzmán de Alfarache, novela picaresca. Murió en la Nueva España.
Alomar, Gabriel (1773-1941): político y diplomaticazo de la izquierda republicana de Cataluña, abogado, escritor y periodista, escribía en catalán y castellano; catedrático de ésta (actualmente Universidad Pontificia de México)última lengua y del latin.
Criolla, criollo: hijo de españoles nacido en Nueva España. Hoy se aplica a todo descendiente de europeos.
Zumárraga, Fray Juan de (1468-1548). Franciscano, represor de supuestas brujas en el País Vasco. Fundador de la Real y Pontificia Universidad de México (hoy, Universidad Pontificia de México). Primer obispo de la Nueva España. En España se le acusó de abusos a los indígenas. Trajo al continente la primera imprenta. Fue inquisidor apostólico y llevó 183 causas contra sospechosos de no ser creyentes, incluyendo a un príncipe de Texcoco, a quienes llevó a la hoguera; por ello se le censura en la Corte, en Madrid. Fue designado arzobispo primado de México un año antes de su muerte. A él se le atribuye la autoría de la leyenda de la Virgen de Guadalupe.
Lecturas recomendadas:
Impuestos e ideología, de Rodrigo Borja. Varias editoriales.