¿Tiene sentido seguir llamando “democracias” a los regímenes oligárquicos de América Latina?, es la pregunta que se hace el sociólogo y científico social argentino Atilio Boron, tras analizar los indicadores de opinión que evidencian un desencanto generalizado por el sistema político en que viven los latinoamericanos.
“Si Aristóteles renaciera y visitara nuestros países, ¿qué diría el padre fundador de la ciencia política ante la visión que ofrecen las democracias latinoamericanas? Seguramente diría que estas no son democracias sino oligarquías o plutocracias, porque según su definición, surgida de la observación de la vida política griega hace 2.500 años, la democracia es un régimen en donde las mayorías gobiernan y lo hacen en beneficio de los pobres. Pero en América Latina las llamadas ‘democracias’ gobiernan en beneficio de los más ricos, y han demostrado, en los últimos 25 años, una escasa o nula sensibilidad ante los reclamos de justicia social. Prueba de ello es que con el paso del tiempo y la institucionalización de la política “democrática” nuestros países lejos de revertir las inequidades prevalecientes acentuaron la injusticia. Y sin justicia social no hay democracia”, explica Boron.
Para este sesudo analista con una amplia trayectoria académica, “el problema con las llamadas democracias en América Latina es que han sido vaciadas de todo contenido y secuestradas por los mercados, como sostiene el escritor y dramaturgo norteamericano Gore Vidal. Son democracias formales, rituales donde se convoca al pueblo simplemente a participar en unos comicios donde su resultado no tiene ninguna importancia, porque de todas maneras van a gobernar la burguesía y sus aliados, nacionales e internacionales, a través de su control sobre los dispositivos de formación de la opinión pública y sus mecanismos de coerción e imposición. En este sentido, son democracias sin ciudadanos, porque el ciudadano es sujeto de derechos imprescriptibles. Y en América Latina esos derechos (a la salud, la educación, la vivienda digna, la recreación, la previsión social, etcétera) brillan por su ausencia”.
Ante la crisis política originada en buena medida por la aplicación del modelo neoliberal, Boron es un convencido de que el socialismo no solo es la alternativa sino que sus fundamentos están más vigentes, incluso, que en los tiempos de Marx.
A su paso por Bogotá para cumplir compromisos académicos, WWW.CRONICON.NET conversó con él sobre el acontecer sociopolítico de Latinoamérica.
Su condición de acucioso investigador social, catedrático universitario y analista de la realidad política de América Latina le permite tener una visión muy certera de los fenómenos sociales que vienen suscitándose en el continente. Ph. D. en Ciencia Política de la Universidad de Harvard, Magister en Ciencia Política de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) de Santiago de Chile, y Licenciado en Sociología con diploma de honor de la Universidad Católica Argentina de Buenos Aires, Boron cuenta además con una amplia experiencia como docente.
Desde 1986 está vinculado con la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), de la cual fue su vicerrector, es investigador principal del Consejo Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Argentina (CONICET). Entre 1997 y 2006 se desempeñó como secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), ha sido profesor visitante de varias universidades del mundo (entre ellas, Columbia, MIT, UCLA) y actualmente se desempeña como director del PLED, el Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Autor de varios libros, entre los cuales se destaca “Imperio e Imperialismo”, que obtuvo en 2004 el Premio honorífico de ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas.
REBATIENDO A HARDT Y NEGRI
Este libro es un análisis crítico a la obra “Imperio” de Michael Hardt y Antonio Negri. En él, Boron contrariamente a lo que plantean estos autores sostiene que el imperialismo sigue existiendo, “goza de buena salud, ha reforzado sus mecanismos de dominación económica, política, militar y social sobre nuestros pueblos y es necesario tener una interpretación adecuada del mismo para poder librar una batalla con grandes posibilidades de éxito. Mi crítica central al trabajo de Hardt y Negri –explica-, es que ellos producen una visión desfigurada, idealizada del imperialismo convertido en un imperio en donde el papel de los Estados Unidos pasa a ser absolutamente secundario y en donde se supone que la superación de este imperio ficcional, pues no existe en la realidad, va a ser obra de multitudes orgánicas que espontáneamente van a poner fin a su existencia, lo que no tiene ningún asidero en la experiencia práctica de nuestros pueblos”.
TRÁNSITO HACIA EL POSNEOLIBERALISMO
- Usted ha afirmado que Venezuela, Bolivia y Ecuador están buscando su propio camino hacia el “posneoliberalismo”. ¿En el contexto latinoamericano, en su concepto, qué es el “posneoliberalismo” de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa?
- Denomino posneoliberalismo a una categoría que pretende englobar al conjunto de experiencias que están tratando de abrir un nuevo rumbo, un nuevo camino en la historia de América Latina. No existe un modelo posneoliberal (¡ni tiene por qué haberlo!) porque es un proceso que está en curso, está en construcción con características muy diferentes. Distintas son las iniciativas que está ejecutando Evo Morales en Bolivia, las que ha venido adoptando Chávez en Venezuela, o las que está empezando a implementar Correa en Ecuador. Esas diferencias tienen que ver con las historias y las estructuras sociales y económicas de esos países. Venezuela es un emporio petrolero riquísimo, Bolivia uno de los países más pobres del hemisferio occidental, con una importante diversidad étnica y potencialmente muy rico, Ecuador es un país con una fuerte presencia de poblaciones indígenas que tienen un escaso contacto con la sociedad ecuatoriana como un todo: no son plenamente parte de ella porque mantienen su propia cultura y sus lenguas originarias. Entonces dadas estas diferencias suponer que puede haber una fórmula única posneoliberal, un “modelo” de igual validez para todos y listo para ser imitado, sería caer en la trampa de un pensamiento antidialéctico y antimarxista por excelencia. La historia demuestra que los procesos revolucionarios son diferentes y por eso se me viene a la mente la frase de Lenin cuando, citando a Goethe, decía que grises son las teorías pero verde es el árbol de la vida. En ese sentido, el árbol de la vida en el posneoliberalismo varía de país en país, tiene que ver con situaciones nacionales sui generis y por eso creo que están empezando a andar por caminos distintos. Hay gente muy entusiasmada afirmando que Chávez ya está construyendo el Socialismo del siglo XXI, pero hay quienes plantean que lo que está ocurriendo en Venezuela es una especie de neodesarrollismo. Yo discrepo con esa interpretación: Chávez cuenta en su haber con la riqueza del petróleo, pero al mismo tiempo tiene que hacerse cargo de una enorme debilidad: en Venezuela no hay una tradición de organización autónoma de clases y capas populares como existe, por ejemplo, en países como Bolivia, Ecuador y Colombia. No es lo mismo tener que montar desde la base un proceso de organización popular que cuando se cuenta con formas ancestrales de organización -como las de las comunidades indígenas y campesinas del mundo andino- cuya “resurrección” o “re-encarnación” política estuvo en la base de las grandes movilizaciones populares escenificadas en Bolivia y Ecuador. Por eso es que los procesos de construcción del posneoliberalismo van a ser muy diferentes. En todo caso, lo más importante es que comienzan a hacer una política distinta, alternativa a la que ha sido hegemónica en América Latina desde hace ya algo más de un cuarto de siglo.
- “El modelo neoliberal es incompatible con la democracia” ha señalado usted en forma reiterada...
- Sí, porque el mercado es una institución social y económica que tiene una lógica profunda e insanablemente antidemocrática. Es un espacio en el que se compran y venden mercancías. Compra el que tiene dinero y vende el que tiene necesidad. Y la democracia, por el contrario, es un sistema que le confiere a la ciudadanía un conjunto de derechos importantes en materia salud, educación, seguridad social, recreación que deben ser de acceso universal. Es decir, “des-mercantilizados.” Mercado y democracia se mueven según lógicas completamente contradictorias. Cuando hay más mercado, hay menos democracia. Más mercado implica, por ejemplo, privatizar todo el sistema educativo y eso significa que menos gente va a acceder a los distintos niveles de formación. Más mercado es convertir, como ha ocurrido en nuestros países, a la salud en mercancía. En la medida que se avanza en la mercantilización, la democracia va vaciándose de todo contenido.
EL NEOLIBERALISMO DISTORSIONÓ LA DEMOCRACIA
- ¿Si estos países de Latinoamérica han tenido unas democracias muy débiles, con la adopción en la década de los 90 del neoliberalismo, prácticamente se acabó con lo poco de democracia que había?
- Si no las acabó las debilitó. Recordemos lo que pasó en Bolivia, Ecuador y Argentina donde tuvieron que hacer frente a grandes insurrecciones populares, o sea, el neoliberalismo genera condiciones de polarización, de exclusión y tensión social que son absolutamente incompatibles con el funcionamiento de un modelo democrático, por eso las protestas y las dificultades que ha habido en toda América Latina en los últimos tiempos. Es una situación irreconciliable porque el neoliberalismo impone el poder de los más fuertes, el predominio de las grandes empresas, la lógica de los mercados sin ninguna clase de limitación y todo es inviable en un marco democrático. Sólo se puede hacer a costa de debilitar la democracia, de desfigurarla por completo como ocurre hoy en América Latina. Es el neoliberalismo el que ha impedido y ha distorsionado el ejercicio de la democracia en este hemisferio.
- ¿Sigue siendo válida la postura radical de James Petras en el sentido de que es necesario seguir desafiando al capitalismo a través de la alianza de las fuerzas antiimperialistas, o ello es utópico?
- Ese planteamiento que hace Petras no es utópico. Lo hace mucha gente en América Latina cuando propician la alianza de todos los sectores que están enrolados en el antiimperialismo para precipitar su derrota. Lo que ocurre es que no es tan sencillo formular esas alianzas. Yo creo que a veces Petras tiene un planteo demasiado exigente y que no se compadece con las dificultades objetivas que tienen estos procesos. Por ejemplo, él reclamo de Evo Morales que acelere la revolución, pero eso es más fácil de decir que de hacer. De todas maneras Evo ha ido avanzando de una manera notable, Bolivia no es hoy lo que era hace un año atrás. Hay que comprender que los procesos revolucionarios son, paradójicamente, procesos lentos. Yo creo que el problema que hay con muchos autores es que no conciben a la revolución como un proceso y por lo tanto como un proceso que, en sus comienzos, tiene mucho de reformismo. La revolución cubana no nace de la noche a la mañana, ella se convierte en revolución socialista después de Playa Girón; y del asalto al Cuartel Moncada en el 53 a Girón transcurren nueve años. ¿Cuándo nace la revolución cubana? ¿Nace el 26 de julio con el Moncada, nace en Girón, nace cuando entra Fidel a La Habana, cuando se toma Santa Clara? No, todas estas fechas son arbitrarias. A veces en la izquierda hay una cierta incapacidad para darse cuenta que la revolución es un proceso y no un acto en el que aparece un líder y un gran movimiento que decreta la revolución. Una revolución es el punto final de un proceso que arranca mucho antes. ¿La revolución francesa empieza el 14 de julio de 1789? No, termina en esa fecha. ¿Cuándo empezó? Mucho antes, con la descomposición del viejo orden medieval que arranca 20 o 25 años atrás. Si uno lee los textos de historia social y política de Francia ya se ve la revolución venir, pero la fecha que la consagra es la del final del proceso. Lo que ocurre es que hay una cierta impaciencia con estos procesos que, por cierto, muchas veces terminan en dolorosas frustraciones. Por eso yo traigo a colación una cita muy linda de Engels que está en muchos trabajos míos cuando prevenía en una carta a Marx sobre el “inconveniente de convertir nuestra impaciencia en un argumento teórico” y eso me parece importante para aquella gente que le pide a Chávez, a Evo y a Correa que concreten ya mismo, sin más dilaciones, el proceso revolucionario. Como si la lucha de clases no existiera, o como si las resistencias de los guardianes del viejo orden se hubieran esfumado por completo.
EL SIGNIFICADO DE LA IZQUIERDA EN AMÉRICA LATINA
- Pero usted ha sido un crítico de Lula, de Bachelet, de Tabaré Vázquez al señalar que a ellos no se les puede catalogar de izquierda. Con lo cual volvemos a su respuesta anterior: no es fácil impulsar un proceso cuando ellos dependen de unos congresos y de unos factores de poder controlados por la derecha. ¿Entonces, qué es ser de izquierda hoy en América Latina?
- Ser de izquierda hoy en América Latina desde el punto de vista práctico es estar comprometido con la crítica radical al capitalismo y, en la medida de las posibilidades de cada quien, estar involucrado en el desmantelamiento de ese tipo de sociedad. La diferencia que hay entre Evo Morales y Lula es que el mandatario boliviano está sentando las bases de un proceso que tiende a debilitar la presencia del capitalismo en Bolivia, recuperando los hidrocarburos e introduciendo recortes muy significativos a su capacidad de gestión y organización, cosa que no está haciendo el presidente brasileño. Lula, por más que tenga una trayectoria de izquierda y sea un hombre de origen popular, lo cierto es que las políticas que ha puesto en práctica favorecen y profundizan el modelo neoliberal. En cambio Chávez hace todo lo contrario, organizando bases populares, iniciando procesos de reforma agraria y urbana, estableciendo una política muy fuerte de control de cambios. Me podrán decir que no son políticas revolucionarias, bueno, pero cuando Lenin expropia la tierra en Rusia y lo mismo hace Fidel en Cuba, la reforma agraria no es una bandera socialista, es una bandera propia de la revolución democrático-burguesa y eso lo dicen todos los teóricos del marxismo. La idea del reparto de la tierra no equivale a socialismo, simplemente es un punto de ataque a lo que es la estructura y el funcionamiento de la sociedad capitalista. Pero quien haga un reformismo serio, sienta las bases para un proceso revolucionario. Entonces, si la revolución es un proceso, lo que es importante es ver cuál es el rumbo y la orientación que están tomando los diferentes gobiernos de América Latina. Y el rumbo que están tomando Chávez, Evo y Correa es muy diferente al de Lula, Bachelet, Tabaré Vásquez o Kirchner en la Argentina.
- ¿Qué representan Néstor Kirchner y su esposa Cristina Fernández en el espectro político argentino?
- Kirchner es básicamente un peronista y como tal es una especie de camaleón político que cambia según los tiempos y según el contexto ante el cual habla. Kirchner es un personaje muy interesante, es un hombre que tiene una especie de odio visceral al imperialismo y eso se expresa en los momentos más inoportunos desde el punto de vista de la diplomacia, cuando hay reuniones con Bush o encuentros hemisféricos de presidentes, pero el problema es que es inconsecuente con su discurso porque no practica lo que predica a la hora de fijar las políticas públicas que necesita la Argentina. Desde ese punto de vista, es un personaje altamente contradictorio. Su discurso es muy bueno, pero su política económica es muy ortodoxa. No ha afectado de ninguna manera el funcionamiento del modelo neoliberal; ha introducido algunos retoques marginales, pero no tienen la entidad para decir que estamos en presencia de un modelo alternativo al imperante. Podría afirmar que Kirchner es una especie de hipérbole de lo que fue el gobierno del PRI en México. Uno veía lo que eran las declaraciones de los jefes de gobierno del PRI y parecía estar escuchando a Fidel Castro, pero luego la política que hacían era completamente diferente al discurso.
VIGENCIA DEL ESTADO-NACIÓN
- La economía global constituye un nuevo sistema de producción y de finanzas que es transnacional. ¿El hecho de que el capitalismo funcione a través de circuitos globales no atenta contra la esencia del Estado-Nación?
- Lo debilita claramente, pero la gran discusión que yo tengo con los teóricos del debilitamiento o desaparición del Estado-Nación como Michael Hardt y Tony Negri es que ese no es un fenómeno que asume la misma característica en toda la estructura del sistema económico imperialista. En otras palabras, se puede comprobar el debilitamiento del Estado-Nación en América Latina fundamentalmente en aquellos países que aún permanecen leales al modelo neoliberal pero al mismo tiempo se verifica un fortalecimiento extraordinario en algunas de las potencias metropolitanas, como ocurre con Estados Unidos o con la Unión Europea, que es un súper Estado-Nación, es un Estado multinacional, multicultural, multilingüista, pero un Estado al fin. La Unión Europea es el resultado de un proceso de convergencia, como lo fue el de las 13 colonias inglesas en América del Norte que se multiplicaron hasta llegar a los 50 estados que hoy constituyen los Estados Unidos. Uno de los problemas más graves con que hoy se enfrenta la construcción de una alternativa socialista es que hay Estados muy débiles en la periferia, penetrados y “jibarizados” por el neoliberalismo y Estados poderosísimos en el centro, donde el neoliberalismo alberga a las palancas centrales de su dominación mundial. Estados Unidos hoy es mucho más fuerte como Estado que hace diez años atrás y Bush ha logrado quebrar algunos de los principios fundamentales de los padres fundadores de esa nación en lo que hace a las libertades fundamentales y a las restricciones que aquellos habían previsto para impedir la injerencia del Estado en la vida privada. A consecuencia de lo anterior el Estado norteamericano dispone de un grado de intromisión e intervención en la vida privada y pública sin precedentes en la historia de los Estados Unidos y que lo asemejan, en algunos de sus rasgos, al modelo de los Estados totalitarios concebidos a partir de las experiencias del nazismo y los fascismos europeos. Sólo, agreguemos, que con un componente tecnológico que torna a su capacidad de control muy superior al de aquellos. Por eso es que cuando Hardt y Negri hablan de que desaparece el Estado-Nación ignoran olímpicamente la desigual trayectoria recorrida por esa institución en el corazón del capitalismo mundial y en las regiones periféricas, con lo cual sus análisis y sus prescripciones se derrumban como un castillo de naipes.
- Immanuel Wallerstein sostiene que se está dando una declinación del poder de los Estados Unidos con la aparición sutil de la multipolaridad. ¿Usted comparte esa apreciación de este sociólogo norteamericano?
- No mucho, aunque él hace dos o tres años era más taxativo y planteaba la declinación de los Estados Unidos de una manera mucho más terminante. Hoy en día me parece que ha adoptado una actitud más cautelosa. Creo que su tesis en parte es correcta, porque hay una declinación del poderío económico de los Estados Unidos en el marco del capitalismo mundial, lo que lo obliga a tener que convivir con la creciente competencia introducida por la Unión Europea, China y los países asiáticos. Pero digo “en parte” porque la económica es una de las dimensiones del poder internacional y si bien es cierto que en ese terreno se observa la emergencia de un sistema crecientemente multipolar, en otro componente decisivo del mismo, el militar, Estados Unidos se convirtió en el gendarme indiscutido e inapelable del planeta, ya que tiene a su disposición una capacidad de fuego y de combate equivalente si no superior al de todos los demás países juntos. Entonces, a la hora de hablar de declinación el aspecto económico no puede llevarnos a subestimar el componente militar, crucial para el sostenimiento del sistema imperialista a escala mundial. Cuando fracasan las “condicionalidades” del FMI o el Banco Mundial es preciso disponer de una fuerza militar disuasiva, capaz de conjurar las amenazas que se ciernen sobre el sistema. Y llegado ese punto el papel de Estados Unidos hoy por hoy es irreemplazable. Además, para nosotros lo que puede ser una declinación global no necesariamente significa que Estados Unidos vaya a dejar de tener una influencia decisiva en América Latina. Es más, muy probablemente mientras más declinen en el escenario global más se aferrarán a América Latina como salvaguarda final de sus prerrogativas y privilegios.
- ¿Esa es la razón por la que el Partido Republicano presiona porque haya tratados de libre comercio con los países latinoamericanos?
- Exactamente, porque a ellos les interesa asegurar esta área como una periferia integrada no sólo comercial y políticamente sino también desde el punto de vista jurídico, y a la cual puedan exigirle obediencia y respeto a los acuerdos y tratados internacionales oportunamente firmados. En caso de negarse a “respetar la legislación internacional” se abriría la puerta a intervenciones militares justificadas por la violación del derecho internacional, lo cual configura un escenario mucho más propicio que el de antaño, cuando era pura fuerza. Creo que con estas medidas la dirigencia de Estados Unidos está preparándose para enfrentar la configuración de un escenario en donde la lenta declinación de su hegemonía imperial los enfrente a una América Latina totalmente controlada y maniatada por una multiplicidad de lazos, incluyendo el jurídico.
PERIODO POSDEMOCRÁTICO
- ¿Por qué usted afirma que estamos viviendo una época posdemocrática?
- Porque coincido mucho con el análisis que hizo el experto británico Colin Crouch en un libro muy persuasivo que se llama “Posdemocracia”, en donde este autor sin ser un pensador marxista como yo llega a conclusiones completamente convergentes con las mías. Su diagnóstico podría sintetizarse así: la “era de la democracia” llegó a su fin en los países desarrollados. Fue un momento en la historia del desarrollo capitalista que ya cumplió su ciclo dado que las fuerzas del mercado y las grandes empresas adquirieron una preponderancia extraordinaria desvirtuando por completo el proceso democrático. Por otro lado, el público se ha ido alejando de la vida política en la medida en que las políticas de los gobiernos democráticos no respondían a sus necesidades. Además, el avance ideológico del neoliberalismo impuso una cultura de la privatización y el individualismo que ha erosionado irreparablemente la soberanía popular, base de cualquier ordenamiento democrático. Hoy esa soberanía reside en los grandes actores económicos, sobre todo las transnacionales, y no en la ciudadanía. Todavía quedan, como testigos de aquellas épocas, algunas libertades públicas muy importantes, pero definitivamente se vive en una era “pos-democrática.” Y si esto es así para los capitalismos desarrollados, fácil es imaginar la debilidad de nuestras (mal llamadas) democracias latinoamericanas, que jamás llegaron a tener el desarrollo de sus contrapartes europeas.
COLOMBIA Y SU SISTEMA POLÍTICO DECIMONÓNICO
- En América Latina dos países como Colombia y México son los más firmes socios políticos de Washington. ¿Cómo percibe la realidad colombiana?
- Me sorprende la enorme vitalidad que tiene la sociedad civil en Colombia, en el mundo urbano, porque desconozco su realidad rural. De todos modos, este es un país eminentemente urbano. Me parece que hay una sociedad civil muy vibrante, muy activa que sin embargo no encuentra canales de expresión en un sistema partidario que es absolutamente anacrónico y que pertenece al siglo XIX. Es uno de los poquísimos países en donde todavía sigue habiendo un bipartidismo liberal-conservador, que se remonta a la segunda mitad decimonónica. Lo que pasa es que las condiciones para la emergencia de un nuevo sistema requieren la aparición de una izquierda unida muy fuerte, que en Colombia se ha visto demorada por las condiciones peculiares que ha tenido la lucha de clases en este país, la feroz represión de que fueran objeto quienes lo intentaron en el pasado (recordar la experiencia de la Unión Patriótica, ahogada en un baño de sangre) y la persistencia de una guerrilla que no intenta tomar el poder (porque me parece que no lo tiene como proyecto en este momento) sino estabilizarse como un factor de presión permanente, cosa que dificulta enormemente que la izquierda no armada pueda constituirse como una alternativa real de poder y, además, sea así visualizada por la ciudadanía colombiana. Creo que ahí esta el quid de la cuestión que provoca la parálisis política de este país y explica la supervivencia del bipartidismo decimonónico.
- Si bien su análisis es válido, en Colombia ha irrumpido con fuerza un proyecto de izquierda como el Polo Democrático Alternativo que congrega a todos los sectores progresistas y democráticos del país. ¿Cómo observa el avance que está teniendo este partido de izquierda?
- La aparición del Polo Democrático me parece un avance enorme, pero es un fenómeno muy reciente. Yo creo que si no hubiera una guerrilla que arroje sombras sobre la confiabilidad política del Polo y complique el diseño de su estrategia y su táctica para conquistar las grandes mayorías de Colombia, las perspectivas de su consolidación serían mucho más promisorias. El problema es que la guerrilla, sobre cuya legitimidad original no tengo duda alguna, es un factor que hoy le brinda un magnífico pretexto a los sectores de derecha para descalificar cualquier propuesta de la izquierda. Esto la obliga a un muy difícil equilibrio, sobre todo en el contexto de la violencia que impera en Colombia: por una parte, a tomar distancia del grupo insurgente, cuyos objetivos y estrategia de lucha no comparte; por la otra, a rechazar el argumento de la derecha que equipara la guerrilla al bandolerismo rural, y afirmar, en cambio, la necesidad de una comprensión de las razones de fondo que dieron origen a la insurgencia guerrillera. Esto es, denunciar que su génesis encuentra su plena justificación en el anacronismo y el inmovilismo resultantes de las políticas del Frente Nacional y que la persistencia de la lucha armada en Colombia es el reverso de la medalla del fracaso de la democracia en este país.
LA VIGENCIA DE MARX
- Según usted, el mundo hoy es mucho más marxista que el que existía en los tiempos de Marx. Por lo tanto, ¿El Manifiesto Comunista y el marxismo siguen teniendo vigencia?
- Mucho más vigencia que antes, porque como pregunto en el primer capítulo de mi libro “Tras el búho de Minerva” en el que hago un análisis del Manifiesto Comunista, ¿cómo se imaginaban el mundo Marx, Engels, sus compañeros y los liberales a mediados del siglo XIX? Los liberales en esa época pronosticaban un mundo en donde la riqueza generada por el capitalismo iría a ser distribuida más o menos armoniosamente entre todas las naciones y, dentro de cada una de ellas, entre todas las clases sociales. Marx y Engels, en cambio, plantean en el Manifiesto que la dinámica del capitalismo inexorablemente conduce a la polarización económica y social tanto en lo nacional como en lo internacional. Hoy en día la evidencia empírica, histórica, cuantitativa y cualitativa, demuestra que el mundo actual se adecua perfectamente bien a las especificaciones y previsiones históricas de Marx y no tiene nada que ver, en cambio, con las predicciones que hacían autores contemporáneos suyos sobre el futuro de lo que llamaban la “sociedad industrial” y que creían que iba a ser una sociedad de clases medias en donde los sectores trabajadores estarían muy bien remunerados y las desigualdades de clase iban a desaparecer. ¿Pero qué ha pasado? Exactamente lo contrario, por eso (y no sólo por eso) el Manifiesto es hoy más vigente que hace 150 años atrás.
- ¿Usted, entonces, es optimista?
- Yo sí soy optimista, porque todas estas contradicciones en que se debate el capitalismo van lentamente abriendo una puerta para nuevos desarrollos sociales y políticos. Pensemos que hace apenas diez años Cuba estaba aislada y hoy ya no lo está; nadie hablaba de socialismo y hoy tenemos a Chávez, y detrás de él a muchos más hablando de socialismo. El imperialismo, por su parte, no sabe cómo detener la marea ascendente de las resistencias a su dominación: pueblos enteros que se movilizan y recuperan su autodeterminación como en Bolivia y Ecuador; y en parte con los Zapatistas en México. Otros pueblos que haciendo lo mismo fueron traicionados por sus dirigencias, porque lo que querían en Brasil no es lo que está haciendo Lula. A Lula lo votaron para hacer una cosa y está haciendo otra; lo que querían en Argentina no es lo que está haciendo Kirchner; lo que querían en Uruguay no es lo que está haciendo Tabaré. O sea que ha habido un cambio muy notable y mi esperanza es que en los próximos años los pueblos latinoamericanos logren o bien conquistar el poder o, en su defecto, forzar a sus gobiernos a ejecutar las políticas “posneoliberales” para las cuales fueron elegidos.