Por Miguel Angel Granados Chapa
25 octubre 2010
ma@granadoschapa.com
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Pasado mañana será entregada la medalla Belisario Domínguez en el Senado de la República. Este año ha sido otorgada por partida doble, a Luis H. Álvarez y a Javier Barros Sierra, in memoriam. Ya una vez, en el momento mismo de instituir esta presea que se confiere a quienes con su ciencia o virtud han prestado servicios a México en grado eminente, fue concedida a dos personas, doña Rosaura Zapata y el maestro Erasmo Castellanos Quinto. Se ha otorgado post mortem, de modo excepcional porque sus destinatarios deben serlo en vida, a José María Pino Suárez, Heberto Castillo, Carlos Castillo Peraza y Antonio Ortiz Mena.
Aunque Barros Sierra desplegó una activa carrera docente y de servicio público, la culminación de sus días, el momento más elevado de su virtud cívica ejercida de modo enaltecido ocurrió en los cuatro años de su rectorado en la Universidad Nacional. Ya había sido secretario de estado cuando aceptó la alta responsabilidad de ser el jefe nato de una institución sumida en una crisis a la que no fue ajeno el gobierno de la República. El doctor Ignacio Chávez había sido destituido -a eso equivalió su renuncia forzada por la vulgaridad agresiva- y el desprestigio y el desorden golpeaban a la UNAM, cuya misión requiere los valores contrarios a esa situación.
Barros Sierra encabezó el esfuerzo universitario par salir de esa crisis. Fue un trabajo de fondo, basado en la formación de profesores y la planeación de nuevas carreras y modos de enseñarlas, incluidas las lenguas extranjeras como instrumento del aprendizaje. Su tarea comprendió iniciativas de comunicación con los estudiantes, para reafirmar o crear el sentido comunitario, mismo que impulsó también en el ámbito de las autoridades, que empezaron entonces a abandonar la noción de escuelas, facultades, centros e institutos dispersos, apenas unidos por una suerte de federación, y arribar a la noción claramente presente de Universidad.
Pero la gran reforma de Barros Sierra se produjo con su ejemplo en el fragor del año en que vivimos en peligro, el aciago 1968. Es probable que su pertenencia al sistema, su formación institucional, hicieran que el gobierno esperara de él una reacción distinta de la que experimentó ante el embate violento de la fuerza pública a la UNAM y a sus estudiantes y profesores. Gustavo Díaz Ordaz y don Javier habían sido compañeros de gabinete, secretarios de estado bajo la presidencia de Adolfo López Mateos. Pero el secretario de Gobernación no llegó a conocer al hombre que era secretario de Obras Públicas, miembro de la estirpe de quien hace un siglo dio carácter nacional a la enseñanza superior. La herencia de don Justo resplandeció en Barros Sierra cuando la institución fue injustamente atacada. Por eso, cuando el Ejército destrozó una de las puertas de San Ildefonso, donde el rector había cursado la preparatoria, le quedó claro que era la institución la agraviada por el exceso autoritario y encabezó la defensa de la autonomía y de las libertades universitarias.
Ante la gallardía del rector -inesperada desde un gobierno basado en la sumisión aun de los más dignos-, el gobierno incrementó su violencia. Fuerzas militares ocuparon la Ciudad Universitaria como si fuera un cuartel enemigo y luego asesinaron a cientos de muchachos que, como el rector de la Universidad, reivindicaban el ejercicio de las libertades como un derecho propio de los habitantes de esta República. La condena de Barros Sierra al autoritarismo, su lealtad a los valores de la Universidad, expresada en la prestancia de su carta de renuncia y en la decisión de retirarla ante el pedido de los universitarios, contrastó con la mezquindad y pequeñez de quienes pretendieron agraviarlo para bienquistarse con el poderoso sanguinario.
También su lucha contra el autoritarismo marcó la vida de Luis H Álvarez. Su largo desempeño como presidente de Acción Nacional (papel que también ejercieron otros recipiendarios de la Belisario Domínguez; José Ángel Conchello y Castillo Peraza) ha sido causa para que se le asigne esta distinción, desde el punto de vista de sus correligionarios. Pero es más dilatado el campo de sus batallas contra el régimen de partido autoritario casi único. Primero, como candidato a gobernador de Chihuahua, cuando la búsqueda del gobierno local era vista como una ingenuidad o un acto apostólico, según el mirador. Y después y sobre todo como segundo candidato del PAN a la Presidencia de la República, en 1958. El primero lo había sido, seis años atrás, don Efraín González Morfín.
Cuando contendió por la presidencia contra Adolfo López Mateos con gran precariedad de recursos pero con celo democrático, don Luis conoció los amagos, la incomprensión, la hostilidad de que ya sabían otros opositores. La disidencia era, en aquellos tiempos, contra natura, delincuencial, vitanda. Por eso el PAN desconoció formalmente el resultado de aquella elección, considerada ilegítima y llamó a sus diputados triunfadores a ausentarse del Congreso en señal de protesta.
Muchos años después, elegido presidente municipal de Chihuahua, dio Álvarez una nueva batalla por la democracia. Mediante una huelga de hambre impugnó la imposición de un candidato al gobierno estatal que no pudo ser derrotado entonces, pero que históricamente lo ha sido pues, miembro del Senado ahora, cuenta entre quienes votaron otorgar la distinción al viejo demócrata. Sirvió también, en otro tiempo y en otra tesitura, a la faena democrática como miembro de la Comisión de Concordia y Pacificación.- México, Distrito Federal.
karina_md2003@yahoo.com.mx
Aunque Barros Sierra desplegó una activa carrera docente y de servicio público, la culminación de sus días, el momento más elevado de su virtud cívica ejercida de modo enaltecido ocurrió en los cuatro años de su rectorado en la Universidad Nacional. Ya había sido secretario de estado cuando aceptó la alta responsabilidad de ser el jefe nato de una institución sumida en una crisis a la que no fue ajeno el gobierno de la República. El doctor Ignacio Chávez había sido destituido -a eso equivalió su renuncia forzada por la vulgaridad agresiva- y el desprestigio y el desorden golpeaban a la UNAM, cuya misión requiere los valores contrarios a esa situación.
Barros Sierra encabezó el esfuerzo universitario par salir de esa crisis. Fue un trabajo de fondo, basado en la formación de profesores y la planeación de nuevas carreras y modos de enseñarlas, incluidas las lenguas extranjeras como instrumento del aprendizaje. Su tarea comprendió iniciativas de comunicación con los estudiantes, para reafirmar o crear el sentido comunitario, mismo que impulsó también en el ámbito de las autoridades, que empezaron entonces a abandonar la noción de escuelas, facultades, centros e institutos dispersos, apenas unidos por una suerte de federación, y arribar a la noción claramente presente de Universidad.
Pero la gran reforma de Barros Sierra se produjo con su ejemplo en el fragor del año en que vivimos en peligro, el aciago 1968. Es probable que su pertenencia al sistema, su formación institucional, hicieran que el gobierno esperara de él una reacción distinta de la que experimentó ante el embate violento de la fuerza pública a la UNAM y a sus estudiantes y profesores. Gustavo Díaz Ordaz y don Javier habían sido compañeros de gabinete, secretarios de estado bajo la presidencia de Adolfo López Mateos. Pero el secretario de Gobernación no llegó a conocer al hombre que era secretario de Obras Públicas, miembro de la estirpe de quien hace un siglo dio carácter nacional a la enseñanza superior. La herencia de don Justo resplandeció en Barros Sierra cuando la institución fue injustamente atacada. Por eso, cuando el Ejército destrozó una de las puertas de San Ildefonso, donde el rector había cursado la preparatoria, le quedó claro que era la institución la agraviada por el exceso autoritario y encabezó la defensa de la autonomía y de las libertades universitarias.
Ante la gallardía del rector -inesperada desde un gobierno basado en la sumisión aun de los más dignos-, el gobierno incrementó su violencia. Fuerzas militares ocuparon la Ciudad Universitaria como si fuera un cuartel enemigo y luego asesinaron a cientos de muchachos que, como el rector de la Universidad, reivindicaban el ejercicio de las libertades como un derecho propio de los habitantes de esta República. La condena de Barros Sierra al autoritarismo, su lealtad a los valores de la Universidad, expresada en la prestancia de su carta de renuncia y en la decisión de retirarla ante el pedido de los universitarios, contrastó con la mezquindad y pequeñez de quienes pretendieron agraviarlo para bienquistarse con el poderoso sanguinario.
También su lucha contra el autoritarismo marcó la vida de Luis H Álvarez. Su largo desempeño como presidente de Acción Nacional (papel que también ejercieron otros recipiendarios de la Belisario Domínguez; José Ángel Conchello y Castillo Peraza) ha sido causa para que se le asigne esta distinción, desde el punto de vista de sus correligionarios. Pero es más dilatado el campo de sus batallas contra el régimen de partido autoritario casi único. Primero, como candidato a gobernador de Chihuahua, cuando la búsqueda del gobierno local era vista como una ingenuidad o un acto apostólico, según el mirador. Y después y sobre todo como segundo candidato del PAN a la Presidencia de la República, en 1958. El primero lo había sido, seis años atrás, don Efraín González Morfín.
Cuando contendió por la presidencia contra Adolfo López Mateos con gran precariedad de recursos pero con celo democrático, don Luis conoció los amagos, la incomprensión, la hostilidad de que ya sabían otros opositores. La disidencia era, en aquellos tiempos, contra natura, delincuencial, vitanda. Por eso el PAN desconoció formalmente el resultado de aquella elección, considerada ilegítima y llamó a sus diputados triunfadores a ausentarse del Congreso en señal de protesta.
Muchos años después, elegido presidente municipal de Chihuahua, dio Álvarez una nueva batalla por la democracia. Mediante una huelga de hambre impugnó la imposición de un candidato al gobierno estatal que no pudo ser derrotado entonces, pero que históricamente lo ha sido pues, miembro del Senado ahora, cuenta entre quienes votaron otorgar la distinción al viejo demócrata. Sirvió también, en otro tiempo y en otra tesitura, a la faena democrática como miembro de la Comisión de Concordia y Pacificación.- México, Distrito Federal.
karina_md2003@yahoo.com.mx