¿Qué sucedería, en cambio, si un día se dejan caer otra vez por allí y después de comprobar que el anuncio de afuera sigue informando que el establecimiento, como siempre, vende tacos y hamburgesas, pero al sentarse y ver el menú descubrieran que ahora sólo hay comida vegetariana? ¿Se irían de allí bajo el peso de la decepción? ¿Probarían la comida vegetariana y pensarían no está mala pero yo quería unos tacos, una hamburguesa?
Estas preguntas vienen al caso porque, según reportes de un despacho de contabilidad en donde La Hora del Pueblo tiene buenos amigos, el periódico Milenio está en números rojos como consencuencia de la política editorial que le impuso su nuevo director, un señor chaparrito con aspecto de banquero de tira cómica que todos los miércoles aparece en el programa Tercer Legrado de Televisa con la finalidad de hacer reír a Víctor Trujillo.
Antes que ese señor chistosito agarrara el timón de Milenio, el periódico que nació como El Diario de Monterrey para hacerle la competencia a El Norte, de los casi parricidas hermanos Junco de la Vega, era dirigido por Federico Arreola, que lo convirtió en uno de los diarios más plurales, tolerantes y frescos del país. El público se acostumbró a su oferta que entremezclaba los comentarios de opinadores repugnantes como Jorge Fernández Menéndez y el violinista de Transilvania, Román Revueltas (vean su foto en Milenio y nos cuentan), con los maravillosos cartones de Hernández y de Jis.
Cuando Arreola se declaró simpatizante abierto de López Obrador --una decisión que no afectó la pluralidad de Milenio--, comenzó a recibir presiones de los magnates de Monterrey, ligados por muchas razones a Carlos Salinas de Gortari. Y poco a poco, al ver que Arreola no se dejaba intimidar, le fueron quitando publicidad en señal de que ya no lo consideraban uno de los suyos.
Finalmente, Federico Arreola se fue de Milenio pero conservó su columna política de la página 3 donde siguió defendiendo a López Obrador y combatiendo contra el fraude electoral y el golpe de Estado en marcha. Carlos Marín, su sucesor y amigo, había sido siempre chiquito, y no se habla aquí de su irrelevante estatura física.
Pasó la mayor parte de su vida profesional, desde muy joven, bajo la sombra de don Julio Scherer, primero en Excélsior, donde era aprendiz de aprendiz, y luego en Proceso donde se convirtió en un reportero especializado en asuntos de represión y guerra sucia contra la guerrilla de los años 70 en México.
Aprendió a escribir sus reportajes con eficacia, aplicando las reglas que Vicente Leñero impuso en Proceso, donde todos los reporteros tenían la obligación de redactar igual todas sus notas. Marín se destacó a tal grado en este aspecto que terminó componiendo un manual de periodismo (bastante limitado) en sociedad con Leñero y convirtiéndose en profesor de la Universidad Iberoamericana, donde hizo migas con un trepador de ultraderecha llamado José Carreño Carlón, a quien todos en el medio conocen como Pepe Carroña.
Ese fue el principio del fin de Marín. Carroña, ideológo de Salinas, le cambió el modo de ver las cosas y lo ayudó a lidiar con la frustración enorme que tenía pues desde hacía muchos años había creído que estaba destinado a ser el sucesor de Scherer en Proceso. Don Julio, incapaz de elegir a un heredero, nombró un triunvirato formado por Froylán López Nárváez, Rafael Rodríguez Castañeda y Marín.
Los tres no tardaron un suspiro en comenzar a hacerse trizas. Froylán se fue a Reforma, Marín a Milenio y Rodríguez Castañeda se quedó al frente de Proceso. En su nueva chamba, Marín aprovechó las divertidas reglas de juego establecidas por Arreola que estimuló el debate entre los columnistas con una frescura deportiva. Se daban hasta con la cubeta pero seguían siendo leales al proyecto y amigos en apariencia.
Cuando Arreola se va de Milenio, Marín asciende al poder, echándose a los pies del grupo Multimedios, cuyo dueño, Pancho González, es uno de los principales salinistas de Monterrey, y con la mayor docilidad se suma a la campaña de odio en contra de López Obrador, por lo que recibe una recompensa extra: Televisa lo invita a participar en un programita nocturno, que transcurre sin pena ni gloria pero asegura la incondicionalidad del hombrecito.
Cuando el programucho se cae por infumable, a Marín lo salva la coyuntura: empieza el golpe de Estado y Televisa lo conserva en sus filas como simple bufón de Víctor Trujillo durante el soporífero show del Tercer Legrado. A cambio, Marín invita a Joaquín López Dóriga a Milenio. ¿Y qué resulta de todo eso? Pérdidas económicas, abandono masivo de lectores, amenaza de despido de reporteros. En una palabra: el fracaso (que en realidad son dos palabras).
La gente que leía Milenio en tiempos de Arreola y comía tacos y hamburguesas en ese restorán del principio de esta fichita, hizo lo que tenía que hacer: buscar taquerías donde vendan tacos, no bisteces de soya, y periódicos donde vendan noticias, no desahogos malhumorientos del pobrecito señor Marín y del violinista de Transilvania.
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