Luis Linares Zapata en La Jornada
Los afanes de ver derrotado a López Obrador en Tabasco son tan grandes para algunos agoreros como ciertas y reales son las posibilidades de este líder para construir un basamento popular a su movimiento de oposición. Apenas han sido publicadas algunas encuestas dando ventaja al priísta (Andrés Granier) sobre el perredista (Raúl Ojeda) cuando ya se lanzan los picapiedra de la maledicencia a presagiarle el final de sus glorias entre las masas que lo apoyan. Unos llegan a decir, en sus presagios saturados de bilis, que su movimiento ya se desfondó. Perdió valioso tiempo en el plantón de la capital, alegan otros que creen haber dado el salto de locutores a analistas. Lo cierto, si se observa con cuidado la campaña desplegada por AMLO en esas tierras calientes, es que logra la actualización de su liderazgo y le da fantástico empujón a su correligionario. El resto, para el triunfo o la derrota, debe correr a cargo del candidato local.
Pero hay, también, todo un concierto adicional de interesados en refundir a Obrador en el más sonado de los fracasos, precisamente ahí, donde creen que le duele: en su propia casa y entre la gente de su vecindario. Muchos más no cejan en su tirria clasista hacia el tabasqueño itinerante porque les huele a chusma, a plebe, al naquerío que sólo toleran cuando quedan silenciosos en sus polvorosas reservas, en sus barracas de cartón y lámina. El ruido de la calle, el alboroto de las plazas llenas, el murmullo de las pisadas sobre interminables carreteras, las ciudades tomadas por la furia y el cansancio del pueblo ante el autoritario atrabiliario jamás será, para los exquisitos lectores de ínclitos teóricos franceses, italianos o alemanes de sociológica moda, un acto democrático, un legítimo alarido ante la injusticia, una acción de defensa propia. Ellos sólo reconocen los consensos formados a base de pedradas espoteras. La libertad actual, suponen con ardor de citadinos tiralínea, se concreta en sintonizar el canal o la estación propia y consumir, por toneladas, opiniones e imágenes relámpago. Todo lo que no circula por los corrillos de palacio no llega o desaparece de las pantallas televisivas o de los micrófonos de la radio, se derrumba o es inexistente.
Pero el fenómeno de insurrección ciudadana que se formó alrededor de la candidatura de AMLO no se ha esfumado en el triste horizonte de los recuerdos truncados. Menos aún fallece por inanición o por efecto de las rasposas rebeldías ante aquellos que le birlaron la Presidencia. Está ahí, circula con cuerpo de agigantado, irreconocido y macilento por tanta vejación recibida. Se mueve a pesar de los ultrajes a su voluntad de progreso. Por cada una de las injusticias que padece con resignación se añaden voluntarios a la causa. Los que votaron por la izquierda no se fueron a Miami. Tampoco están llorando sus penas y desventuras o vagan en búsqueda de alguien que reciba su trasquilado voto arrepentido. Cada día que pasa es uno menos en su cuenta regresiva hacia el cambio entrevisto. Quieren aumentar, con su individual aporte, la fuerza emergente que ven cercana. Buscan un rescoldo a sus frustraciones, un acicate a sus innumerables horizontes todavía acariciados en silencio. Un tropel de conciencias afinadas miran hacia delante con orgullo de hombres y mujeres sencillas, honestas, constructoras de mañanas posibles.
Y muchos, miles, millones están ahí, agazapados para saltar de una mata de ofensas repetidas a otra de salidas dignas, aunque hoy sean aún inciertas. Se dicen listos para la aventura de construir un futuro asequible, humano, que alcance para ellos, para sus familias y amigos. Claman por una opción al escape hacia el norte, una alternativa al imaginario de una vida normal allende el Bravo. Todos aquellos que se han cansado de oír la misma cantaleta de un progreso a la vuelta de un barril de petróleo adicional vendido al extranjero solicitan unirse en una esquina exenta de sangre. No quieren esperar a que venga el extranjero a redimirlos de un subempleo triste, pesado, mal remunerado, sin futuro alguno, como los que se han generado en este crecimiento chato, lento, errático, semioculto que se ha enseñoreado en esta república de los pocos.
No, señores profetas, esas nutridas filas de mexicanos en pos del cambio negado en repetidas ocasiones, escamoteado por los que quieren preservar las enormes desigualdades que azotan y hieren a la nación, están ahí. No se disolvieron en el viento por obra y gracia de los inclementes ataques de sus atildadas voces, fingidamente iracundas y sabias. Ni se han amedrentado por los citatorios a rendir la plaza de sus esperanzas por vivir en una sociedad más igualitaria. Resisten, no sin las penas concomitantes, pero con pie firme, los embates de los privilegiados. Frente a los que ven a México como un coto de negocios a la vera del poder encaramado en la continuidad que Fox reitera a cada paso, oponen su deseo de aventura constructiva, su organización solidaria. Ya no aceptan que haya oportunidades sólo para los que se las agandallan.
Mientras continúe el deterioro de esta república exhausta, depredada sin compasión ni talento, habrá un predicador solitario y honesto que vaya solicitando, que siga llamando a transformar el estado de cosas que aplasta a los que son más. Y, por tanto, habrá también, y en número creciente, los que lo oigan y simpaticen con su causa, a pesar de los interesados y hasta inconfesables motivos de unos cuantos para destinarlo al destierro, al olvido, a la burla nerviosa, al fracaso.
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