martes, enero 30, 2007

Globalización y desigualdad

Economist Intelligence Unit /The Economist

Trabajadores de las fábricas de muebles en Galax, cerca de las montañas de Virginia, EU, perdieron sus empleos el año pasado cuando vendedores estadunidenses decidieron que encontrarían a un mejor proveedor en China. En otro fin de la industria de los muebles, Robert Nardelli perdió su trabajo este mes cuando Home Depot decidió que podría encontrar un mejor jefe en su suplente. Pero cualquier semejanza termina allí. La salida de Nardelli fue extravagantemente recompensada con 210 mil dólares, sólo por haber ocupado una oficina de la esquina.

Así es como funciona el mundo de los ricos. Desde 2001, la paga por el típico trabajador en Estados Unidos ha estado paralizada, con un crecimiento real de salarios de menos de la mitad en comparación con la productividad. En contraste, los ejecutivos reunidos en Davos, Suiza, han disfrutado una bonanza al estilo Beckham, llamada Beckhamesque. Si vemos hace 20 años, el pago total para el clásico gerente estadunidense se ha incrementado en 110 veces el promedio.

Estos son los días de gloria del capitalismo global. La combinación entre tecnología y la integración económica que transforma al mundo han creado una prosperidad sin paralelo. En los pasados cinco años el mundo ha visto un crecimiento tan rápido como en ningún otro desde los inicios de la década de los 70.

En China, cada persona ahora produce cuatro veces más, como en los principios de la década de los 90. Al haberse unido a la fuerza global del trabajo, cientos de millones de personas en los países desarrollados se ganaron la oportunidad de escapar de la basura y la pobreza. Cientos de millones más esperan unírseles.

Pero en el rico mundo laboral el PIB ha registrado bajas históricas, mientras las ganancias se elevan. Un rumor en el extranjero es que Nardelli y sus amigos se han apoderado de las ganancias de la globalización. Mientras, cada uno no sólo los trabajadores de fábrica, sino la amplia clase media trabajadora espera por la siguiente reducción de gastos, por lo que no están felices.

Miedo y ropa

Señales de un efecto contraproducente abundan. Stephen Roach, economista en jefe de Morgan Stanley, ha contado 27 menciones de una legislación antiChina en el Congreso estadunidense desde 2005. El Fondo Marshall de Alemania encontró el año pasado que aunque la mayoría de las personas se muestran favorables al comercio, más de la mitad de los estadunidenses quieren proteger a sus compañías de la competencia extranjera aunque ello signifique un lento crecimiento.

En una pista del posible resurgimiento laboral, la Cámara de Representantes votó sólo para incrementar el mínimo federal del salario por primera vez en una década. Inclusive, Japón está alarmado por la desigualdad, estancamiento salarial y que los empleos se vayan a China. Europa se encuentra hecha nudos para tratar de "manejar" el comercio con las textileras chinas. La ronda de Doha agoniza.

¿Qué hacer ante esta mezcla venenosa? Si la globalización depende de los votantes que, como trabajadores, ya no piensan que ganan de ello, ¿cuánto les llevará a las democracias comenzar a levantar la barreras comerciales? Si todos los ricos asisten a las reuniones de sociedad y esas parecen estar más allá del alcance de cada uno, ¿no están los creadores de la riqueza bajo una amenaza?

El pánico viene en parte por querer culpar a la globalización. La tecnología una fuerza menos resistible también está destruyendo de un soplido la automatización y podría jugar un papel más grande para explicar el desigual aumento salarial y el lento crecimiento de las remuneraciones medias. Las distinciones entre tecnología y globalización cuentan sólo porque la gente tiende a dar la bienvenida a las computadoras, pero condenan a los extranjeros (como competidores o inmigrantes). Esto hace que la tecnología sea más fácil de defender.

Para los economistas, el debate sobre si la tecnología o la globalización son responsables por las recompensas del capital laboral, es crucial, complicado y un asunto sin resolver. Una escuela que culpa a la globalización señala que las ganancias y el estancado salario regular de los pasados cinco años son el resultado de un comercio duradero, así como todos aquellos nuevos trabajadores de un país en desarrollo que entraron al mercado laboral.

Esta escuela afirma que la tecnología ayuda a los trabajadores a incrementar su productividad y eventualmente sus salarios. La escuela opuesta indica que la tecnología no aumenta los salarios inmediatamente, y algunos tipos de información tecnológica parecen, en su lugar, aumentar el regreso de capital (pensemos cuánto más vale un dólar en el poder computacional estos días). Esto nos hace preguntarnos si los ingresos de Occidente continuarán flacos: una reciente alza de los salarios en Estados Unidos y el reclamo de paga en Europa y Japón podrían comenzar a revertir el balance del capital.

En la práctica, es difícil determinar culpas entre tecnología y globalización, porque las dos se encuentran entrelazadas. Pregúntenle a IBM, que a toda prisa transporta parte de su producción a India, o al trabajador del centro de llamadas que se despide de la amenaza de que su trabajo se vaya al exterior por sólo una pequeña alza en su pago. Y desde el punto de vista de los legisladores importa poco qué es lo que causa el sufrimiento: los remedios son los mismos.

La primera regla es evitar dañar el milagro que genera tanta riqueza. Tomemos en su lugar la discusión sobre los sueldos de los altos ejecutivos. Algunos dicen que es simplemente un asunto de mando, y ante ello se debe forzar a las juntas directivas de las compañías a trabajar mejor. Como si esto fuera tan simple. Los altos salarios son el precio que se necesita pagar para atraer y motivar a los directivos. Los abusos de compañías como Home Depot empalidecen frente a cómo la mayoría de los altos sueldos han sido provocados no por jefes poderosos que fijan sus propios sueldos, sino por el trabajo cambiante, el crecimiento de las grandes compañías y el competitivo mercado por el talento.

Las restricciones del pago a los ejecutivos no servirán de mucho, pero sí podrían dañar a las empresas.

Si los ganadores son difíciles de limitar sin hacer daño a la economía, los perdedores son difíciles de ayudar. Repartir la ayuda para las víctimas del comercio tiene sentido en la teoría, pero en la práctica no es tan fácil. Cuando los empleos se van al extranjero, ¿cómo seleccionar exactamente a la persona que perdió su trabajo como causa de la globalización, cuando millones cambian de puesto por otras razones? Y puede sonar insensible, pero la mayoría de las ganancias por el comercio y la tecnología viene de la reasignación de la inversión y las actividades laborales que crean más riqueza. Eso, como todo cambio, puede ser doloroso, pero es lo que hace a un país rico. Una política que encierra a las personas en los trabajos que podrían ser hechos en otra parte es contraproducente.

Lo mismo sucede con el proteccionismo, especialmente ahora que las víctimas de la globalización se encuentran dispersas en el mundo rico, no acampadas en industrias listas para el combate. El comercio siempre ha creado perdedores y siempre ha estado en su estrecho interés buscar protección (incluso si esto hiere a alguien más). Pero si muchos de los trabajadores en diferentes industrias demandaran protección, la petición egoísta de tal escudo se desvanecería.

Debido a lo intrincado de la globalización, es muy complicado distinguirla de la dificultad general, y esto abriría la época de levantar las barreras en la industria. La extendida protección seguramente se encontraría con la venganza en el extranjero. Incluso, si las personas ganaron como empleadas, perderían como consumidores, inversionistas y futuros pensionados.

Además, la protección de empleos y el pago de salarios sería para el corto plazo, porque gradualmente llevaría a las compañías a perder competitividad ante sus rivales en India y China.

Si el proteccionismo no ayuda a los perdedores, ¿qué tal si se usa el sistema de impuestos? Algunos señalan que redistribuyendo más el dinero en efectivo de Nardelli a los habitantes de Galax, no sólo haría una sociedad menos desigual, sino también compraría el voto de la clase media para apoyar la globalización. De hecho, los dos argumentos deberían quedar separados.

Se ha discutido largamente que una sociedad movible es mejor que una equitativa donde las disparidades son toleradas y se combina con la mediocridad y el avance general económico. Por décadas, Estados Unidos ha mostrado cómo las economías dinámicas son mejores que las equitativas, las cuales generan una prosperidad general. Esto continúa dejando un gran espacio para debatir qué progreso genera la imposición de impuestos (algunas de las desgravaciones fiscales de George W. Bush fueron innecesariamente regresivos), o cómo hacer generosos los servicios públicos (la asistencia social de Estados Unidos es sumamente generosa).

Pero una sociedad pedirá una urgente evidencia de que el contrato social ha sido anulado antes de flexibilizar el sistema tributario para compensar lo que puede resultar en fluctuaciones sólo temporales en ingresos relativos. Y no tiene sentido para comerciantes utilizar los impuestos para comprar el voto de las personas para que elijan el proteccionismo, ya que al hacerlo estarían contra sus intereses.

En cambio, la manera de aliviar la globalización es la misma que para mitigar otros tipos de cambios económicos, entre ellos el de la tecnología. El propósito es ayudar a la gente a cambiar de empleo como una ventaja ante los cambios de una actividad a otra. Esto significa menos tensión en los mercados laborales y un sistema regulatorio que ayude a la inversión. Esto conlleva a tener un sistema educativo que proporcione a la gente las habilidades para enfrentar los cambios, además de destacar el cuidado a la salud y las pensiones para el empleo, de tal forma que cada vez que alguien cambie de empleo no ponga en riesgo perderlo todo. Y para aquellos que se quedaron sin trabajo por cualquier causa significa reforzar la asistencia: con capacitación y políticas activas para ayudarlos a encontrar uno nuevo.

Sin embargo, esto llevará tiempo y años de trabajo. Los empresarios y los políticos que se reunieron en Suiza la semana pasada ciertamente debieron dedicar más tiempo preocupándose por los ciudadanos de Galax; pero tienen que ser mucho más valientes para defender un proceso que puede causar un buen impacto, aunque éste a veces puede parecer cruel.

FUENTE: EIU

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