“Hay una gran lucha que debe ser librada por todas partes. Esa lucha debe ser ganada. Si no sucede, el mundo conocerá el infierno”
Israel Shamir (entrevistado por Silvia Cattori en Enero de 2.004)
Los servicios secretos del Imperio tienen sobrada experiencia, medios y falta de escrúpulos para hacer “cantar” a cualquier prisionero en pocos días. ¿Quien puede creer que necesitan años para interrogar a los de Guantánamo o a los secuestrados en los famosos “vuelos de la CIA”, enclaustrados en una red mundial de cárceles secretas?. ¿Que información pueden buscar sobre Al Qaeda, una organización -hoy dudosamente autónoma- de la que lo saben todo, ya que fueron ellos quienes la crearon con mercenarios de diversos países islámicos?. Un enjambre de psicólogos y médicos revolotea alrededor de los prisioneros: las informaciones e imágenes que nos llegan evocan los experimentos de un nazi tristemente célebre, el siniestro Mengele. Pensamos, en efecto, que todo ello sólo tiene sentido si estas prisiones son, en realidad, laboratorios donde se está también experimentando con cobayas humanas, para destruirles la personalidad y convertirlos en sumisos “zombis”. Estos zombis serían probablemente utilizados como bombas humanas en sangrientos atentados atribuidos a “terroristas islámicos”. Vamos a exponer algunos razonamientos y datos para reforzar nuestra tesis.
No resulta creíble la proliferación de atentados suicidas en Irak, donde ha habido varios miles de suicidas en cuatro años de ocupación: nunca ha habido en un país una “epidemia” igual de desprecio por la vida, más inexplicable aún tratándose de un país islámico, pues el Corán condena explícitamente el suicidio. Resulta altamente sospechoso que la mayoría de estos atentados no causen daño a las tropas de ocupación y sólo maten a civiles en escuelas, mercados o mezquitas, sembrando el terror y fomentando la guerra civil, todo lo cual sólo redunda en beneficio de aquéllas. Lo más absurdo de esta inútiles inmolaciones es que proliferan cuando la guerrilla avanza triunfante y tiene ya prácticamente liberadas muchas zonas del país, lo que haría más lógico unirse a ella. ¿Puede, por otra parte, esa guerrilla, cuyos efectivos no pasan probablemente de 30.000 personas, permitirse el lujo de enviar a miles de ellos a una muerte inútil?.
Han explotado en estos cuatro años de ocupación más de 6.000 coches-bomba. Analistas independientes (v. Richard Marsden en REBELIÓN “Respuesta a una pregunta de la revista Time”, 19-03-2.007) empiezan a preguntarse: ¿Como es posible que desaparezcan 6.000 coches sin que “las fuerzas de seguridad” anoten las matrículas y localice la red que los utiliza?, ¿Como es posible que circulen cargados de explosivos burlando los múltiples controles que las fuerzas ocupantes han instalado por todo Bagdad?. La sospecha inevitable -que se extiende entre la población iraquí- es que son los propios servicios secretos imperiales y sus mercenarios los que están detrás de esos atentados, atribuyéndoselos a Al Qaeda. Los supuestos suicidas son probablemente prisioneros-zombis utilizados como bombas humanas. Estos son los interrogantes; pasemos ahora a los datos.
En primer lugar, la guerrilla se ha desvinculado repetidamente de dichos atentados, afirmando que sus objetivos sólo son los ejércitos ocupantes y sus tropas lacayas, nunca los civiles. En segundo lugar, tenemos ya informes concretos de esa destrucción de la personalidad a la que aludíamos más arriba. En el artículo “Finalmente se enjuicia el sistema de tortura sicológica de los Estados Unidos” (REBELIÓN 4 febrero de 2.007) Naomí Klein denuncia el “caso Padilla”, un ciudadano estadounidense, supuesto “combatiente enemigo”, que fué encarcelado y sometido a tortura durante más de tres años, quedando tan perturbado mentalmente que sus abogados defensores le consideran incapacitado para declarar en su defensa ante un tribunal de Miami, ya que ve a éstos como enemigos y a sus captores como protectores. Según N. Klein no es un caso aislado, sino una práctica habitual en Guantánamo, Irak y Afganistán. Cita un párrafo esclarecedor, extraído de un manual de torturas de la CIA, sobre los efectos de la privación sensorial y los sobreestímulos que se aplican sistemáticamente en esos lugares. Confirma que estas prácticas destruyen primero la personalidad del prisionero, y después “...tienden a hacer que el sujeto vea a su interrogador como una figura paterna”. Es decir, le transforman en un sumiso zombi, apto para ejercer de bomba humana y alimentar la falsa tesis del terrorismo islámico. Klein concluye con una afirmación escalofriante: “..el gobierno de los EE.UU. ha estado llevando deliberadamente a la locura a cientos, probablemente a miles, de prisioneros en todo el mundo”.
Dicha tesis se ve ratificada por el psicólogo y psicoanalistas estadounidense Stephen Soldz, quien en su artículo “Ayuda y confort para los torturadores” (REBELIÓN 17-04-2.007) denuncia a la Asociación Psicológica Usamericana por colaborar en torturas prolongadas cuya simple descripción resulta insoportable. Estas torturas, afirma – y documenta- forman parte de “un gigantesco experimento humano”, que incluye la administración de drogas. Cita a Juan Cole, experto en Oriente Próximo, que, tras preguntarse por qué Guantánamo sigue activo si “saben que muchos de los detenidos son inocentes”, responde que porque el campo “asegura una oportunidad importante para someter una población a varias técnicas de control psicológico”. Cita asimismo al abogado británico Brent Mickum, defensor de dos internados en Guantánamo, quien ratifica en el rotativo británico The Guardian que los torturadores saben que son inocentes, pero -coincidiendo con las aseveraciones de N. Klein- los están llevando intencionadamente a la locura. Guantánamo, al que Amnistía Internacional califica de “Gulag de nuestros días”, es un verdadero “infierno terrenal”, concluye Soldz. Teniendo en cuenta que todo ello requiere una costosa infraestructura y el riesgo, ya materializado, de embarazosos incidentes diplomáticos, surge entonces la pregunta inquietante: “¿Con que fin?”. La respuesta sólo puede ser una: ese Gulag forma parte de una trama de simulación y horror sin precedentes, organizada por el verdadero “eje del mal” a lo ancho y largo del mundo con el propósito de controlarlo algún día.
El pasado día 11 de Abril ha tenido lugar un terrible atentado en Argel, una verdadera carnicería con decenas de muertos y de heridos. Como siempre, ha sido rápidamente atribuido a supuestos islamistas suicidas, como los de Casablanca. ¿Contra quién y para qué?. Una vez más las víctimas son en su mayoría inocentes y la rentabilidad cae del lado de aquellos a los que interesa extender el odio al islam por los cuatro puntos cardinales. En este caso en el Magreb, donde casualmente el Imperio está haciendo -como en el resto de África- un amplio desembarco económico y militar. Una vez más, nos tememos, pobres diablos enloquecidos por la tortura han sido cruelmente usados como bombas humanas.
“El IV Reich” está llevando asimismo a cabo un calculado y frío experimento de exterminio en Irak, un país que llegó a ser -bajo el demonizado Saddam Hussein- uno de los más desarrollados de Oriente Medio. La destrucción sistemática e implacable de toda su estructura civil ha provocado una emigración masiva y ha dejado a los nazis, con su táctica de “tierra quemada”, al nivel de aprendices. Irak ha devenido un país materialmente inviable y la vida en sus ciudades -transformadas ahora en guetos amurallados- un horror cotidiano; un verdadero infierno en la Tierra, que diría Soldz. Ese infierno se extenderá a todo el mundo - nos avisa Israel Shamir en la cita que encabeza este artículo- si no nos unimos para detener a estos émulos de Hitler y de Mengele.
Pongamos manos a la obra antes de que nuestra “aldea global” devenga una cárcel global, un gigantesco Guantánamo habitado por millones de sumisos prisioneros. Podríamos empezar por denunciar y enjuiciar a nuestros cínicos gobernantes europeos, que se enteran de los secuestros de la CIA “por los periódicos”, y miran para otro lado cuando se les exige que condenen la violación cotidiana de los más elementales derechos humanos en la siniestra base cubana, en Irak o en Palestina.
LUÍS ALSÓ
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