sábado, septiembre 22, 2007

CU, patrimonio nuestro y del mundo

xavier guzmán urbiola

México, D.F., 21 de septiembre (apro).- En la cuarta década del siglo pasado, México no había logrado dotar a su población estudiantil, a sus maestros e investigadores de un ámbito especializado para desarrollar sus actividades: estudiar, impartir clases, hacer investigación y cultura.Durante 400 años la vida universitaria transcurrió en un barrio de la ciudad de México, en una zona al oriente de Catedral, que mezclaba los edificios coloniales que albergaban las escuelas propiamente dichas con viviendas y comedores baratos, librerías (por esa razón la calle de Donceles continúa hoy contando con tal cantidad y variedad), así como lugares de diversión.Era una zona que se había formado durante siglos con un rico y peculiar estilo, en la tradición latina de tal tipo de espacios. Sin embargo, otra tradición nos empezó a influir a partir del XIX: En el mundo anglosajón existían, también con una larga historia, los espacios especializados, compartimentados y, por supuesto, las ciudades universitarias. Ello parecía lo más indicado y moderno para una sociedad que se preciara de serlo.Así, para principios del siglo XX, el contar con unos espacios dedicados específicamente para sus quehaceres era un anhelo de los universitarios mexicanos; por ejemplo, en los años treinta el arquitecto Mauricio Campos proyectó una propuesta pionera, y su colega Alfonso Pallares hizo lo propio una década después. Era un tema que a todos interesaba.Sin embargo, durante los primeros años de la cuarta década estalló la guerra en el mundo. México se encontraba un tanto liberado de esas dificultades y por fortuna supo aprovechar la situación. En mayo de 1941 nuestro país declaró la guerra a las potencias del Eje, pero por decisión de nuestros vecinos y aliados de inmediato se transformó (más allá de la participación simbólica del Escuadrón 201 en el conflicto) en coadyuvante de la vigilancia de las costas americanas del Pacífico, así como en abastecedor de petróleo para el suministro de gasolina -posponiendo el conflicto por la reciente expropiación-, en exportador de cobre (óptimo conductor para el cableado de los aviones) y de otros artículos, como botas para los soldados y hule para las llantas de los vehículos. Y si bien México cobraba por dichos bienes y servicios, no había en el mercado en qué gastar, pues el mundo entero se hallaba involucrado en la conflagración. De manera que el país ahorró.Llegó el año de 1945 y con él terminó la guerra. En 1946, el primer presidente civil y universitario, Miguel Alemán Valdés, el Cachorro de la Revolución, tomó las riendas del país con halagadoras promesas. Éramos ricos. Aquella fue una época efervescente. Todo cambió y se modernizó de acuerdo con una planeación calculada. Las importaciones invadieron el país. Alemán, Mr. Amigo, hablaba inglés. Fue la era de los detergentes y los electrodomésticos, de los supermercados y la televisión. El Plan Marshall había arrancado, y primero Harry Truman y luego Ike Eisenhower visitaron sus zonas de influencia. Ni los niños quedaron fuera de esta ola de cambios. Se nos reconoció como amistosos vecinos: Donald también visitó “Sudamérica” en una borrachera de relajo y fiestas, invitado por sus amigos el mexicano Pancho Pistolas y el brasileño Pedro Carioca.El país reanudó las primeras grandes obras después de muchos años. Acapulco se promovió como destino turístico internacional, y como sea se construyeron presas, carreteras de carga y turismo, se urbanizaron ciudades y se atendió el campo: hospitales, vivienda y escuelas eran la prioridad de los gobiernos posrevolucionarios para reconstruir el país, eso sí, con una importante carga de corrupción. Debía rematarse con la anhelada Ciudad Universitaria.Los pasos legales previos, la afinación del proyecto y el financiamiento ocurrieron a mediados de los años cuarenta. En 1943, el rector Rodolfo Brito Foucher adquirió parte de los terrenos. En diciembre de 1945, el Congreso de la Unión expidió la Ley sobre la Fundación y Construcción de CU. Todavía en abril de 1946 el presidente Manuel Ávila Camacho creó la Comisión Constructora de la Ciudad Universitaria. También en 1946, en un concurso estudiantil de la Escuela de Arquitectura, con dicho tema, los jurados se encontraron con que el ganador era un jovencito, Teodoro González de León, que en seguida debió coordinar a sus compañeros mayores en el desarrollo de su propuesta. Formalizada ésta, la adoptaron los ya directores del proyecto de conjunto: los arquitectos Mario Pani y Enrique del Moral.Respecto del financiamiento, el rector Salvador Zubirán formó en junio de 1947 la Comisión Técnica Directora y encabezó una campaña para reunir los primeros 10 millones de pesos para la obra. Su arbitraria y violenta caída pospuso el proyecto. Hasta el inicio de 1949, el rector Luis Garrido restituyó a la Comisión Técnica y ratificó a Pani y del Moral para la selección de los arquitectos que proyectarían cada escuela. Cada una contó con un equipo de dos o tres profesionales: un arquitecto responsable de reconocida trayectoria, asistido de dos o tres jóvenes que le eran cercanos y que realizaron diseños de detalles o edificios particulares dentro de la escuela. Los proyectos se asignaron. Nunca antes se había coordinado en una obra tan grande a tantos arquitectos e ingenieros; sumaron más de 200.Los directores del conjunto coordinaron la armonización en el plano general de las plantas y alzados de los edificios particulares. Enrique del Moral platicaba que por entonces debió hacer un viaje a Nueva York, donde buscó a Le Corbusier. Quería mostrarle el proyecto para que le diera su “autorizada” opinión. Éste lo analizó con mucho cuidado; le hizo preguntas y fue dejando aflorar su entusiasmo. Terminó preguntando melifluamente si del Moral podría interceder para que el gobierno mexicano lo invitara a trabajar en CU. Del Moral hizo oídos sordos, lleno de vanidad, pero también de miedo a perder su trabajo. Poco tiempo después, el primer mandatario nombró al arquitecto Carlos Lazo gerente general de las obras, y a Carlos Novoa -director del Banco de México- presidente del Patronato Universitario. Ambos nombramientos resultarían fundamentales para llevar a buen puerto el proyecto. El desempeño de Lazo fue tan brillante que le valió ser nombrado secretario de Comunicaciones y Obras Públicas en el siguiente sexenio. Novoa manejó con honradez y habilidad el dinero. No paró ahí: con sus nexos y el apoyo presidencial, consiguió enormes donaciones.Los trabajos se iniciaron en 1950. Se limpió el inmenso terreno del antiguo ejido, en parte expropiado: un feraz pedregal que funcionaba como barrera natural de la ciudad. Se definió la ubicación de cada edificio y se inició la construcción. Lazo y los directores del proyecto de conjunto restringieron el uso de los materiales a las estructuras libres de concreto, la piedra volcánica que se extraería de las excavaciones, vitro block hueco azul y café, y manguetería tubular de lámina doblada. Dicho imperativo, por el ahorro, le daría gran unidad al conjunto. Ingenieros Civiles Asociados (ICA) fue el mayor contratista. El impacto simbólico que representó construir una ciudad sólo fue superado por el impacto económico que la misma representó. Un ejemplo sintomático: las ventas de la compañía Cementos Tolteca y Mixcoac pasaron de 164 mil toneladas métricas en noviembre de 1946, a 260 mil en mayo de 1952, según explicó Lazo, en gran parte por la construcción de CU. Antes de que Alemán abandonara la Presidencia, se hizo una inauguración, pero las escuelas se iniciaron la mudanza hasta el principio de 1953.Existen soluciones y edificios que destacan:-Mario Pani desarrolló para el trazo de conjunto, como él lo llamaba, su primer solución de una supermanzana con circulaciones continuas que no necesitaban semáforos y, al ubicar los edificios, encontró una interesante formalidad orgánica volcada hacia el llamado campus.-El doble cono del estadio es notable porque el arquitecto Augusto Pérez Palacios, condicionado por la escasez de recursos, debió rechazar una estructura libre de concreto y optó por un terraplenado técnico como el que se usa para levantar presas, pero ahí lo colocó en forma circular rodeando una concavidad del terreno. Construyó primero los túneles. En seguida, colocó la tierra con el ángulo de fricción de los materiales depositados y forró las isópticas dándole al lado poniente mayor sinuosidad y altura. Redujo así el uso del concreto a lo mínimo: el balcón, el coronamiento y el voladizo. Su solución estructural, funcional y plástica resultó tan sorprendente que Walter Gropius y Frank Lloyd Wright vinieron a México, entre otras cosas, a conocer el estadio.-La Biblioteca Central quedó a cargo de los arquitectos Juan O'Gorman, Gustavo Saavedra y Juan Martínez de Velasco, éste es un edificio emblemático que por sí solo ha llegado a caracterizar la arquitectura contemporánea mexicana. Se definió con claridad su composición: la zona de lectura debería ser un bloque iluminado, bajo y horizontal; en tanto que el depósito de libros debería concentrarse en otro cerrado, alto y vertical. Como además se trataba de hacer un edificio que representara el conocimiento, dado el resguardo de libros que aloja, se decidió colocar un gran mural exterior donde O'Gorman llegó a la síntesis de sus investigaciones en torno de los murales realizados con piedras de colores intemperizables. El resultado es portentoso, aunque Siqueiros popularizó el dicho de que se trataba de “una gringa -el edificio funcionalista-, disfrazada de China Poblana (el mural)”.-El Pabellón de Rayos Cósmicos es un edificio, aunque pequeño, de enorme trascendencia. Lo proyectó el arquitecto Jorge González Reyna, quien propuso una cubierta de un cañón corrido de concreto. No obstante, una de las condicionantes era que dicha bóveda debía tener menos de dos centímetros de espesor para funcionar como el laboratorio de medición de rayos que se pretendía y, con el medio cañón de concreto, eso era imposible. Se invitó entonces al arquitecto Félix Candela, a quien se le ocurrió que, debiendo ser dicha cubierta tan delgada habría que darle rigidez por medio de una doble curvatura, tal como lo hace la naturaleza cuyas cáscaras adquieren su resistencia más por su curvatura compuesta que por su espesor. En su parte cenital tiene sólo uno y medio centímetros de espesor y está formada por un par de mantos reglados. La solución para las paredes sinusoidales fue un acierto plástico adicional, como lo fueron también el diseño de los apoyos y la escalera. Con sólo esta obra Candela se lanzó a la fama internacional.-La Escuela de Medicina del arquitecto Roberto Álvarez Espinoza, asistido por Pedro Ramírez Vázquez y Ramón Torres, es notable por los espacios que genera con rampas, pasillos conectores, volúmenes en voladizo, dobles y triples alturas, y con el recurso de dejar la estructura fuera de los paramentos; es un amplio edificio que se descompone en infinidad de rincones.-Los espacios abiertos de CU poseen una fuerte evocación prehispánica: áreas comunes, grandes escalinatas, plazas, plataformas, rampas, taludes; arquitectura expresiva que también dejó lugar a soluciones de simpáticos pavimentos ondulados como aquel que se encuentra entre Arquitectura y la antigua cafetería central. La jardinería fue diseñada por Luis Barragán. Hoy por desgracia hay que realizar una expedición arqueológica para encontrar su mano, no obstante al visitante atento se le revela: el jardín del cantil de Ingeniería, o la delicada solución del pavimento frente a Medicina en que, de pronto, la piedra braza se separa para dejar crecer el pasto y la misma calidad del pavimento deja los arriates de unos árboles cuidadosamente plantados. Detalles como éstos forman en CU una verdadera legión de enseñanzas.-Los frontones del arquitecto Alberto T. Arai y su plástica disposición que se recorta contra el telúrico paisaje, los cuales fotografió muy bien Gisèle Freund; las aulas de Arquitectura y su teatral solución o la disposición de los pequeños talleres de la misma escuela, obra de José Villagrán, asistido por Javier García Lascuráin y Alfonso Liceaga; la reinterpretación de las cúpulas de Cholula en los laboratorios de Ingeniería de Francisco Serrano, Fernando Pineda y Luis Macgregor; los edificios alineados de Filosofía, Leyes y Economía que confinan el campus y funcionan como rompevientos de los arquitectos Enrique de la Mora y Vladimir Kaspé.-En fin, la deslumbrante imagen fabril, evocación de Tchernikov y los constructivistas soviéticos, en los ventanales norte de Química, obra de Enrique Yánez; sin olvidar por supuesto la integración plástica lograda con los murales de Diego Rivera en el estadio, David Alfaro Siqueiros en la Rectoría, Francisco Eppens en Medicina, José Chávez Morado en la antigua Facultad de Ciencias. Por cierto, en el auditorio Alfonso Caso, hoy contiguo al Posgrado de Arquitectura, hay un fantástico mural monocromático en tonos blancos, obra del mismo Chávez Morado, sobre el que se ha dicho poco y del que casi no se habla.
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