Carlos Fernández-Vega
Inclemente golpe a los más pobres
Que la crisis alimentaria “no nos ha pegado tan fuerte” como en otros países y su impacto ha sido “bastante equilibrado”, aseguran en Los Pinos (en donde los inquilinos y su cohorte no gastan de su bolsillo en comida), pero más allá de la siempre optimista propaganda oficial, la impía realidad impone su paso y sin clemencia golpea a los que menos tienen.
Los hogares del país con los ingresos más bajos tienen una baja diversidad en el consumo, pues destinan casi 70 por ciento de su ingreso monetario, en promedio, para la compra de alimentos. Por el contrario, los hogares con los ingresos más altos únicamente canalizan 12.66 por ciento para tal propósito. Si en el análisis se consideran los múltiplos de los salarios mínimos generales, el resultado es más dramático: los hogares que perciben hasta un salario mínimo gastan la totalidad de su ingreso monetario en la adquisición de productos alimenticios, mientras los que perciben más de ocho salarios mínimos asignan casi 19 por ciento, en promedio, de acuerdo con el más reciente estudio (junio 2008) que sobre el particular elaboró la Cámara de Diputados (El impacto en los hogares del país por el incremento en los precios de los productos alimenticios, diciembre de 2005 a mayo de 2008).
Así, por estrato de ingreso el incremento de precios en los alimentos ha afectado a todos los hogares del país, pero su impacto ha sido mayor en aquellos con ingresos más bajos (que perciben hasta tres salarios mínimos generales). Esta situación se explica pues los hogares con los ingresos más bajos del país están consumiendo en mayor proporción los productos alimenticios que más se están encareciendo, en comparación con el consumo de estos productos que realizan los hogares con los ingresos más altos.
A lo largo del gobierno calderonista (el de “para vivir mejor”) el incremento acumulado (hasta mayo de 2008) de los precios de los alimentos, por estrato de ingreso, evolucionó así: en los hogares que perciben hasta un salario mínimo general fue de 18.27 por ciento; entre uno y 3, 17.23; de 3 a 6, 16.51; y más de seis salarios, 15.6. En ese lapso, más e la mitad de los artículos alimenticios que forman la canasta básica tuvieron incremento de precios superiores al aumento promedio de los productos alimenticios.
De igual forma, los precios de los productos incluidos en la canasta básica (aquellos indispensables y necesarios para que una familia satisfaga sus necesidades mínimas de consumo) son los que mayor aumento acumularon (19.79 por ciento), por arriba del nivel general de precios (9.71 por ciento) y el de los productos alimenticios en general (16.46 por ciento). Entre esos incrementos vale mencionar arroz, 56.93 por ciento; harina de trigo, 42.04; pan blanco, 32.75; pan de caja (léase Bimbo), 38.76; atún y sardinas en lata, 14.12; jamón, 12.56 por ciento; aceite y grasas vegetales comestibles, 60.57; huevo, 43.06; leche (en polvo, 21.78; evaporada, condensada y maternizada, 22.19; y pasteurizada y fresca, 17.63); azúcar, 10.09; café (soluble, 15.35, y tostado, 19.87); frijol, 21.03; puré de tomate y sopas enlatadas, 17.63 y refrescos envasados, 11.45.
El ingreso monetario en México está altamente concentrado, de tal suerte que los hogares con los ingresos más bajos (decil I) obtienen, en promedio, 1.24 por ciento del total nacional, mientras los hogares con los ingresos más altos (decil X) concentran, en promedio, 37.11 por ciento. En la relación entre el ingreso monetario y gasto en alimentos resulta: los hogares con los ingresos más bajos obtienen un ingreso monetario promedio mensual de mil 107 pesos, y su gasto en productos alimenticios es de 770 pesos mensuales; en el otro extremo, el más rico, las cifras son 33 mil 072 y 4 mil 188 pesos mensuales en promedio, respectivamente.
De esta relación entre el ingreso monetario y el gasto en los alimentos, se infiere lo siguiente: los hogares con los ingresos más reducidos tienen una baja diversidad en el consumo, pues destinan, en promedio, casi 70 por ciento de su ingreso monetario para la compra de alimentos, el 30 por ciento restante lo asignan para cubrir sus necesidades de salud, vestido, calzado, vivienda, transporte, educación y más. Por el contrario, los hogares con los ingresos más altos utilizan, en promedio, el 12.66 por ciento de su ingreso monetario para el consumo de alimentos, y el restante 87 por ciento a cubrir las demás necesidades de consumo.
En la relación ingreso monetario-gasto en alimentos se observa: los hogares que perciben hasta un salario mínimo gastan la totalidad de este ingreso en la adquisición de productos alimenticios. Por su parte, los hogares que perciben más de ocho salarios mínimos asignan, en promedio, casi 19 por ciento para igual propósito. Los hogares que perciben hasta un salario mínimo no tienen capacidad para cubrir la totalidad de sus gastos en alimentos, pues destinan casi 7 por ciento más del total de su ingreso monetario para la adquisición de estos bienes. Los programas asistenciales instrumentados por los diferentes niveles de gobierno o el endeudamiento familiar son los medios por los cuales los hogares que perciben hasta un salario mínimo complementan su gasto en alimentos.
Así, como resultado de esta circunstancia, el incremento de los precios de los productos alimenticios impacta más el ingreso monetario de los hogares con los ingresos más bajos, al reducirle el poder de compra de su salario, pues estos hogares consumen los artículos alimenticios que más se están encareciendo, y porque soportan una alta proporción de los incrementos de los precios de los alimentos, debido a que su consumo está poco diversificado, lo que implica que prácticamente todo su ingreso monetario lo destinan a la compra de artículos alimenticios. Obvio es, entonces, que la crisis alimentaria “no nos ha pegado tan fuerte” como en otros países y que su impacto ha sido “bastante equilibrado”.
Las rebanadas del pastel
Eso sí, en Los Pinos aseguran que “no nos quedaremos cruzados de brazos” (Calderón dixit), y que “para apoyar la economía familiar se congelan los precios de 150 productos”, que pocos consumen y que ya habían sido retiquetados.
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