Secuestradores invisibles
Los ‘madrinas’ han hecho los trabajos sucios; deshacerse de alguna persona o darles escarmiento a periodistas
Los ‘madrinas’ han hecho los trabajos sucios; deshacerse de alguna persona o darles escarmiento a periodistas
Se llama José R., es un tipo alto, norteño, bien parecido. Su esposa y sus hijos lograron escapar de este hombre que fuera policía judicial de Torreón, y luego madrina de la Procuraduría de Nuevo León.
Él fue capacitado por un grupo israelí que presta sus servicios en México para entrenar cuerpos especiales de policías. El procurador de Torreón creó un grupo especial antisecuestros, y este policía se capacitó tan bien, que pasó a formar parte de un equipo que se dedicaba a “rescatar” secuestrados que ellos mismos habían raptado. Luego intentó contratarse como guardaespaldas para una afamada familia de lecheros de Torreón; cuando su hijo fue secuestrado, este policía estuvo involucrado, pero nadie lo tocó. El sujeto practicaba técnicas de tortura con su esposa, frente a sus hijos. Fue entrenado para soportar e infligir dolor y terror.
José R. viajaba a Tamaulipas para comprar armas de alto calibre. Usaba a su familia de carnada para cruzar y tenía amigos de ambos lados de la frontera. Jamás fue detenido con sus cargamentos. Las armas eran vendidas a varias procuradurías. Cuando José R. utilizó sus contactos en PGR para averiguar en dónde estaba su mujer, ella denunció todo, la información puntual se le entregó a agentes de SIEDO, hasta los niños dieron detalles de su padre. Meses después, su expediente desapareció de la PGR. El hombre llamó para amenazar, fue grabado y se le dio la evidencia a las autoridades, hasta que un agente de SIEDO me dijo: Deje de preocuparse, señora, a ese tipo nadie lo va a detener, los madrinas no existen, son parte del sistema. Sé de buena fuente que el tipo ya no les molestará más. Así fue.
Cientos de hombres invisibles como José R. son eslabones entre el crimen organizado y las procuradurías. Son intocables porque durante décadas los madrinas han hecho los trabajos sucios de gobernadores, alcaldes, procuradores y empresarios corruptos que necesitan deshacerse de alguna persona, o darles escarmiento a periodistas incómodos. La ineficacia de los ministerios públicos, aunada a la corrupción e incapacidad de los jueces, les aseguraron carreras criminales fructíferas.
No son, como el cine mexicano les muestra, bárbaros de calaña pulquera y evidente malicia. Son sujetos que visten bien y se expresan como hombres ilustrados, la mayoría tienen entrenamiento paramilitar, no levantan la voz, actúan como hombres de poder, porque lo son. Manejan sumas de dinero importantes; tienen cuentas de banco en México y en Estados Unidos.
El tráfico de armas y el secuestro mueven millones de dólares en México. Ellos saben bien, que lo que conocen de sus clientes y las corporaciones estatales y federales a las cuales pertenecieron, les mantienen invisibles ante las autoridades. Los madrinas se han sofisticado con los años, se contratan para ambos bandos, se infiltran en la PGR, en SIEDO, en la SSPF, o nacen en ellas y se subcontratan con grupos criminales. Son producto del sistema político-policiaco que sigue vigente.
Mientras los políticos pelean por el rating de quién es más grande para abatir el secuestro, las cuentas bancarias y sus nexos con gobernadores y procuradores siguen intocadas por la PGR. La impunidad real no la siembra el secuestrador exprés del taxi callejero, que con 3 mil pesos queda satisfecho; él se cobija en el miedo sembrado por los hombres invisibles que el sistema de justicia mexicano prohijó y que sigue sin mirarles.
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