21 septiembre 2009
“¿Qué nos espera a los mexicanos? ¿Más de lo mismo, pero peor? ¿O un cambio revolucionario para mejorar? La situación nos está matando tanto como la no tener respuestas a esas preguntas que nos hacemos”.
Azucena Borja Paredes.
I
La cara leyente Borja Paredes, quien escribe desde Mérida, Yucatán, en donde nos lee en el diario “Por Esto”, formula interrogantes que parecen acuciar a no pocos ciudadanos de éste país tan lejos de Dios, como habría dicho Nemesio García Naranjo.
Don Nemesio, hágase la salvedad, no era creyente en dios alguno aunque su conservadurismo pudiere haberlo acercado al mito religioso, el cual comprendía precisamente la existencia y la dimensión de su naturaleza mítica.
Mas la ilustración profunda y transversal de don Nemesio –autor, dícese, de aquella muy celebrada frase atribuida a Porfirio Díaz de “¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!”-- le permitía espulgar lo creíble de lo increíble.
Para éste personaje, lo creíble era, sin ser un materialista, lo que causaba los males de México y los mexicanos; lo increíble se elucidaba bajo premisas que devienen en el silogismo de la fe. Uno cree en lo que se quiere creer, decía.
Éstas elucubraciones nos llevan de sopetón --de porrazo—a las interrogantes planteadas por doña Azucena, en el epígrafe de la entrega de hoy y que, en su turno, conforman los componentes de una propuesta.
Esa propuesta tiene un condensador que antojaríasele a no pocos una perogrullada que peca de exceso de redundancia: lo que nos espera a los mexicanos lo que nosotros querramos que nos espere. Nos espera lo peor si queremos ello.
Y lo peor en la encrucijada ante la cual nos hallamos es emboscarnos ferozmente, sin misericordia. Pero también los mexicanos esperan que se produzca la emboscada sin que se apresten a rechazarla.
De hecho, cabría subrayar, la emboscada ya está ocurriendo. Los mexicanos están siendo emboscados desde hace mucho tiempo, diríase sin incurrir en hipérbole que desde hace una decena de generaciones. Desde hace 489 años exactamente.
II
Pero la cosmovisión del mexicano ha sido esculpida en el barro de la psique colectiva acerca del sentido de lo que es ser mexicano. El mexicano de hoy, no obstante su composición étnico-cultural indígena, no se siente indio.
Si no se siente indio, no es, insoslayablemente indio., aunque el espejo del eurocentrismo y no el de Tezcatlipoca nos descorra los velos que, en la psique colectiva, ocultan nuestra naturaleza de raza de bronce.
¿Dónde ha quedado nuestra cosmicidad vasconceliana? Esa condición de hombre (y mujer, sobre todo) cósmico trasciende lo broncíneo del mexicano del siglo XXI distinto en todos sentidos al mexicano del siglo XVI, exactamente al de 1519?
La respuesta no podría hallarse, si se buscare, en el mapa genómico ni en nuestra psique, sino en el carácter y la naturaleza de nuestra composición societal y la cosmovisión que de ella deviene.
Esa composición societal es, dicho sea sin tapujos ni sutilezas tartufas y distorsionantes eufemismos, acusadamente clasista. La fase digamos civilista- subcapitalista de la Revolución Mexicana acentuó desde 1946 esa laya societal.
Así, ese enunciado del problema lleva consigo la solución de éste, como bien habría preconizado Alfonso Reyes al señalar que toda obra de arte trae aparejada su propia vara de medir. Toda obra de arte y toda obra humana, añadiríase.
Está, pues, escrita esa solución con inequívoca nitidez. Y don Alfonso, sin ser un dialéctico ciertamente ni mucho menos un abrevante en la alfaguara del materialismo histórico, sabía que había que buscar, hasta hallar, el desenlace.
Subrayaríase que así como la definición alfonsina acerca de las obras de arte son hechura y manufactura del individuo humano, la situación de gravísimo peligro que se cierne sobre los mexicanos es también de nuestra propia autoría.
III
Y de esa autoría no deben los mexicanos sentirse orgullosos, aunque no faltarían aquellos --como los personeros del poder político del Estado generosamente cebados por el pueblo-- que exudan con arrogancia vivir a expensas del sacrificio ajeno.
Ese sacrificio es brutal. Y su brutalidad se define a sí misma: aumento en la deuda histórica del mexicano, considerada hoy la más alta en el mundo (el pueblo de México es el más endeudado del planeta) mediante socaliñas grotescas.
Al endeudamiento de hecho y al incremento de la carga fiscal del mexicano habría que discernir un telón de fondo asaz ofensivo a la sensibilidad colectiva: los personeros del poder político no sacrifican gajes ni tesauros. No han recortado sus propios salarios.
Y más: la exacción crece exponencialmente si tómase en cuenta que los servicios sociales, que debieren ser gratuitos cual derecho constitucional para los más, son de mala calidad, amén de que su dispensa pública es deficiente, incompleta y de mala gana.
Prosigamos: a ello incorpórese yugos adicionales: el desempleo y la inflación tanto en sus manifestaciones abiertas como aquellas que se expresan a hurtadillas, disfrazadas e invisibles y encarecen la inasibilidad y el abasto de bienes de consumo vital.
No sólo eso: el encarecimiento de los bienes de consumo indispensable corre parejo del de servicios de toda naturaleza, desde el bancario hasta los del suministro de combustibles, gas incluido, y el del teléfono; son los más caros en el orbe.
Esa realidad tiene agregadurías ominosas: la inseguridad ciudadana –llamada también pública--, la violación sistémica=sistemática de los derechos humanos por los poderes públicos y fácticos.
Lo que está ocurriendo en el presente es lo que les espera en el futuro a los mexicanos. Los personeros del poder político no modificarán ese correlato monstruoso; no habrán, pues, cambios --incluso revolucionarios-- por generación espontánea. No. Y no.
Depende de cada uno de los mexicanos. Realizar cambios a medias deja abierta la posibilidad de que no se resuelvan los problemas, sino trasmitir éstos a los hijos y nietos. Heredarles los problemas. Sería irresponsable de nuestra parte.
Mientras tanto, el país se cae. Nos caemos todos en una vorágine de indecisiones, parálisis, inconsciencia y temor; cayendo al vacío en una espiral sin fin de tragedias individuales y sociales, hasta que ya no tengamos país ni seamos ya mexicanos.
ffponte@gmaul,.com
www.faustofernandezponte,com
Glosario:
García Naranjo, Nemesio (1883-1963): abogado, humanista, periodista. Colaboró en diversos medios de difusión impresa. En 1909 fue diputado federal.
Reyes, Alfonso (1889-1959): escritor y periodista, ensayista, poeta, diplomático. Hijo de Bernardo Reyes.
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