30 octubre 2009
“Es inaplazable destrabar los nudos que impiden el desarrollo de la izquierda mexicana”.
Sergio Aguayo.
I
La censura impuesta a los Tigres del Norte por los poderes que son y están –los de la oligarquía y la plutocracia-- a la difusión de “La Granja”, su más reciente obra musical, debe ser visto como un síntoma inequívoco de la descomposición ocurrente.
Y en ese contexto –cuyos componentes son intuidos y las interacciones de éstos registradas y padecidas por el grueso ciudadano llano e identificados taxonómicamente por los pensadores— todos los mexicanos estamos siendo censurados. Reprimidos.
Censurado el Sindicato Mexicano de Electricistas y el sindicalismo en general, independiente o no; censurados los pensadores; censurados los movimientos populares; censurados los trasmisores mismos del acervo cultural. Censurados todos.
Censurada, incluso, es la cultura y sus manifestaciones, por otra cultura, la de la opresión manifestada precisamente en la represión. No en vano, el poder político panista del Estado gobierna con garrote –el Ejército-- y excepcionalidad por fiat.
Y a propósito de la excepcionalidad por fiat, subráyese que desde el 25 de abril se gobierna bajo las premisas leguleyas –es decir, de dudosa constitucionalidad— de un decreto presidencial que establece un estado de excepción y permite allanar moradas.
Censurar –impedir la difusión masiva, por radio y televisión, de una pieza musical sin méritos artísticos de portento-- es, por añadidura, síntoma de otro síntoma: los temores de los patrocinadores de los personeros del poder político del Estado y de éstos mismos.
Toda censura es execrable, por principio, independientemente de los paradigmas y criterios, métodos y mecanismos invocados y/o usados para establecerla y practicarla. Atenta contra un derecho humano fundamental, el de la expresión.
II
Y atenta, por ello mismo, contra otros derechos igualmente fundamentales, como son los devenidos de la expresión: uno, el de pensar y sentir y, otro, el de difundir lo que se piensa y se siente. Otro derecho de igual ADN es el de aceptar o rechazar lo difundido.
Aceptar o rechazar, en lo individual, lo que se difunde, tiene que ver con la esencia misma del ser humano y su desarrollo histórico: el del libre albedrío. No es pignorable ni moral ni política ni jurídicamente ese derecho tan esencial, tan central, a la especie.
La pieza musical, del género grupero mexicano emparentado con la llamada “tejano music” en las zonas del sur fronterizo estadunidense y devenidas del genoma del corrido arrancherado, es expresión moderna de la antigua tradición de la juglería.
Esos juglares solían expresar su arte en las plazas públicas en el antaño lejano en casi todas las culturas históricas. Actuaban y cantaban o saltaban o leían bajo premisas de una práctica narrativa y un estilo informativo e interpretativo de hechos y sucedidos.
Mas no sólo eso. Los juglares eran, además de trasmisores de lo ocurrente cotidiano e histórico, intérpretes de los fenómenos sociales que, tal vez sin conciencia política, relataban. Eran mensajeros y, a la vez, entretenían al vulgo y al burgo y a la realeza.
Por supuesto, no eran pocos aquellos juglares a quienes un rey irritado por la expresión artística, de representación escénica, ordenaba enviar a prisión, a la picota, o lisa y llanamente decapitar o colgar. Moraleja: al poderoso no se le den malas noticias.
Ni tampoco se les comenten esas malas nuevas ni se interpreten éstas, y menos en público. Si fuere posible –como lo era entonces— abstenerse de registrar hechos y sucedidos o guardárselos para sí todo aquél de perspicaz vena y conciencia insomne.
III
Por ello, la difusión de las manifestaciones, dramáticas o no, de las realidades y su interpretación tiene una historia heroica, la de oponerse a una pasión esencialmente humana: la ambición del poder y de dominar a otros y oprimirlos para explotarlos.
La represión, predeciblemente, es un indicador de la existencia objetiva de formas y modalidades de opresión. Censurar es, pues, reprimir al pensamiento y a su vector, la palabra. Napoleón le temía a la palabra más que a un ejército, según confesión propia.
La palabra difundida (impresa, dicha o cantada o representada escénicamente o en obra plástica) posee atributos insoslayables. La Guerra de Independencia y la Revolución Mexicana, fases de un mismo proceso histórico aun vivo, dependieron de la palabra tanto como de la espada y el cañón.
O, por mejor decirlo, dependieron de la difusión, aún en entornos sociables limitados –como los familiares-- pues un vocablo organizado y estructurado es el vehículo trasmisor de sentires y pareceres inspirados por la realidad social.
Y la fase actual de las luchas históricas de los pueblos de México –damnificados de una crisis iniciada 63 años atrás –en el sexenio alemanista— pero agudizada hace 27 años, depende hoy más que nunca de la palabra. Córrase, pues la voz. Palabra. Y grito.
El censor, el represor y el opresor le temen a la palabra dicha o impresa. En el caso del SME, la palabra difundida --sobre todo leída en impresos o en Internet-- es el vehículo para movilizar la solidaridad social, pese a la censura a la voz sindicalista.
La palabra en prosa o en verso, desde la brevedad monterrosiana y, luego, lomeliana, si difundida (cantada y/o declamada) por cualesquier medios, es poderosa pues llega a los más mediante recursos como la metáfora tigresiana de amarrar a la perra.
En “La Granja”, los “Tigres” recogen una vertiente cada día más densa del sentir popular: a la perra (Felipe Calderón) el zorro (Vicente Fox) le quitó por tonto el mecate con el que estaba amarrada y los mexicanos tenemos que atarla.
ffponte@gmail.com
www.faustofernandezponte.com
Glosario:
Juglería: relativo al arte del jugar: coplero, barco, trovador, rapsoda, prestidigitador.
Monterrosiana: relativo a Tito Monterroso (1921-2003), escritor hondureño-mexicano célebre por sus relatos breves (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”).
Lomeliano: relativo a Luis Felipe Lomelí (1975-), escritor tapatío, autor del relato cuyo texto completo es “¿Olvida usted algo? ¡Ojalá!”.
Sexenio alemanista: gobierno presidido por Miguel Alemàn Valdés (1946-1952), caracterizado por la corrupción rampante y el inicio del proceso de implantación de paradigmas del capitalismo y la privatización de la economía de México. También se caracterizó por la
represión a disidencias gremiales organizadas y corrupción. Fundó al Partido Revolucionario Institucional a partir del Partido de la Revolución Mexicana (creado por Lázaro Cárdenas), que era heredero del Partido Nacional Revolucionario, fundado por Plutarco Elías Calles.
Lecturas recomendadas:
Dialéctica de lo concreto, de Karen Kosíc. Grijalbo.
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