20 enero 2010
“Un verdadero revolucionario no sólo sueña y anhela el cambio fundamental, sino que lo hace”.
Agosto Roo.
I
Que la forma de organización política y económica prevaleciente es consecuencia de una intención concretada con exceso y no de un accidente incontrolado muéstrasenos como una realidad insoslayable que no pocos mexicanos tienen conciencia plena.
Empero, esos no pocos mexicanos, si bien son numerosos y su cuantía crece, no son suficientes aun para intentar tan sólo modificar sustancialmente el statu quo que, no huelga reiterarlo pese a ser sabido, es opresivo. Signos de opresión son:
Ítem 1: pagamos los mexicanos tantos impuestos --en términos absolutos y en proporción-- como los habitantes de países con economías muy desarrolladas e índices de bienestar material y promedio de ingreso per cápita superiores.
Ítem 2: el desempleo es rampante y, por añadidura, creciente, sin que los desempleados sean protegidos mediante una red de seguridad social conformada por seguros al desempleo o servicios médicos.
Ítem 3: padecemos el alto costo –también creciente e imparable-- de alimentos básicos y/o de consumo indispensable para la existencia e insumos industrializados –v. gr., combustibles-- adicionales necesarios para el bienestar social mínimo.
II
Aunado a la inseguridad social, vivimos los mexicanos en la inseguridad pública, cuyos actores más visibles –el llamado crimen organizado y las Fuerzas Armadas— mantienen a la población civil en permanente crispación y terror.
Y hay más, caro leyente: la corrupción en el ejercicio del poder político del Estado mexicano no solamente es general y extendida y criminógena, sino que se ejerce con impunidad y, ergo, sus perpetradores y beneficiarios alardean de arrognte cinismo.
Pero si ello es asaz ofensivo a la sensibilidad de todos los mexicanos, resulta menos espectacular e insultador que la simulación en el ejercicio del poder político del Estado. Los políticos simulan que representan y defienden nuestros intereses.
Tan es así que hasta ahora ningún personero del poder político –que elegimos “democráticamente”— ha formulado una propuesta concreta para revertir la situación opresiva que nos asfixia ni presentado plan alguno para desasirnos de tal opresión.
Por supuesto, el leyente bien puede argüir que algunos políticos –como Andrés Manuel López Obrador, entre otros-- han formulado propuestas y presentado planes para reducir la opresión, pero él no es personero del poder político del Estado.
III
Tampoco son personeros de dicho poder político los miles de luchadores sociales – zapatistas, eperristas, etc.--, sino lo opuesto. Sus acciones públicas, difundidas o no, para modificar el statu quo opresivo son realizadas a extramuros del poder político.
Concomitante a la simulación es la falacia de la democracia mexicana. Si fuere así, ¿por qué, entonces, no podemos cambiar el opresivo statu quo con comicios limpios, plebiscitos, referendos, revocación de mandatos, candidaturas independientes, etc.?
Intrrínseca a esa falacia es otra tan descomunal como aquella: la libertad de prensa, “garantizada” en los artículos sexto y séptimo de la Constitución. Salvo contadísimas excepciones, los medios difusores jamás cuestionan el statu quo; sirven al poder.
Una colega francesa –que tras vivir cinco años en México retornó hace días a su patria— se asombraba de la capacidad de los mexicanos para adaptarse a la opresión y resistirla o aguantarla resignada, pasivamente. No sabemos lo que queremos.
Ese puede ser el caso. Empero, también puede ser un caso de manejo eficaz de los medios de control social por el poder político del Estado, en subrogación mafiosa de una élite oligárquica rapaz y desalmada, para la cual México es sólo un negocio más.
ffponte@gmail.com
Agosto Roo.
I
Que la forma de organización política y económica prevaleciente es consecuencia de una intención concretada con exceso y no de un accidente incontrolado muéstrasenos como una realidad insoslayable que no pocos mexicanos tienen conciencia plena.
Empero, esos no pocos mexicanos, si bien son numerosos y su cuantía crece, no son suficientes aun para intentar tan sólo modificar sustancialmente el statu quo que, no huelga reiterarlo pese a ser sabido, es opresivo. Signos de opresión son:
Ítem 1: pagamos los mexicanos tantos impuestos --en términos absolutos y en proporción-- como los habitantes de países con economías muy desarrolladas e índices de bienestar material y promedio de ingreso per cápita superiores.
Ítem 2: el desempleo es rampante y, por añadidura, creciente, sin que los desempleados sean protegidos mediante una red de seguridad social conformada por seguros al desempleo o servicios médicos.
Ítem 3: padecemos el alto costo –también creciente e imparable-- de alimentos básicos y/o de consumo indispensable para la existencia e insumos industrializados –v. gr., combustibles-- adicionales necesarios para el bienestar social mínimo.
II
Aunado a la inseguridad social, vivimos los mexicanos en la inseguridad pública, cuyos actores más visibles –el llamado crimen organizado y las Fuerzas Armadas— mantienen a la población civil en permanente crispación y terror.
Y hay más, caro leyente: la corrupción en el ejercicio del poder político del Estado mexicano no solamente es general y extendida y criminógena, sino que se ejerce con impunidad y, ergo, sus perpetradores y beneficiarios alardean de arrognte cinismo.
Pero si ello es asaz ofensivo a la sensibilidad de todos los mexicanos, resulta menos espectacular e insultador que la simulación en el ejercicio del poder político del Estado. Los políticos simulan que representan y defienden nuestros intereses.
Tan es así que hasta ahora ningún personero del poder político –que elegimos “democráticamente”— ha formulado una propuesta concreta para revertir la situación opresiva que nos asfixia ni presentado plan alguno para desasirnos de tal opresión.
Por supuesto, el leyente bien puede argüir que algunos políticos –como Andrés Manuel López Obrador, entre otros-- han formulado propuestas y presentado planes para reducir la opresión, pero él no es personero del poder político del Estado.
III
Tampoco son personeros de dicho poder político los miles de luchadores sociales – zapatistas, eperristas, etc.--, sino lo opuesto. Sus acciones públicas, difundidas o no, para modificar el statu quo opresivo son realizadas a extramuros del poder político.
Concomitante a la simulación es la falacia de la democracia mexicana. Si fuere así, ¿por qué, entonces, no podemos cambiar el opresivo statu quo con comicios limpios, plebiscitos, referendos, revocación de mandatos, candidaturas independientes, etc.?
Intrrínseca a esa falacia es otra tan descomunal como aquella: la libertad de prensa, “garantizada” en los artículos sexto y séptimo de la Constitución. Salvo contadísimas excepciones, los medios difusores jamás cuestionan el statu quo; sirven al poder.
Una colega francesa –que tras vivir cinco años en México retornó hace días a su patria— se asombraba de la capacidad de los mexicanos para adaptarse a la opresión y resistirla o aguantarla resignada, pasivamente. No sabemos lo que queremos.
Ese puede ser el caso. Empero, también puede ser un caso de manejo eficaz de los medios de control social por el poder político del Estado, en subrogación mafiosa de una élite oligárquica rapaz y desalmada, para la cual México es sólo un negocio más.
ffponte@gmail.com
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