viernes, enero 08, 2010

Cuernavaca: de la mano de la DEA

El operativo en el que murió Arturo Beltrán Leyva fue indudablemente una escalada en la “guerra contra el crimen organizado”; un cambio radical de estrategia, o una nueva aventura que pudiera conducirnos a incrementar la violencia. ¿A qué se debió el cambio? Pudo ser consecuencia de la intervención cada vez mayor de la DEA, que ahora tiene presupuesto para realizar labores de “inteligencia humana” en México, y encuadrándonos en el modelo de Colombia investiga posibles nexos del narco con la “guerrilla mexicana”.

O pudo ser iniciativa de Felipe Calderón para mostrar avances en una “guerra” fallida que hoy, merced a la nueva estrategia, pudiera convertirse en un combate sin cuartel. Los informes sobre el operativo (torpes, parciales, incongruentes) revelaron inconsistencias importantes: primero apuntaron a “una excelente labor de inteligencia de la Armada” (aunque por razones obvias se ocultó la participación de la DEA, que horas después se vanagloriaba en Washington de la “exitosa labor conjunta”). Es obvio que atribuyéndole la autoría a la Armada se justificaba su incursión en una ciudad sin litoral, aunque poco después esa patraña se haya ido por la borda cuando los medios revelaron que el “hallazgo” pudo ser consecuencia de un pitazo para cobrar la recompensa de 2 millones de dólares ofrecida por Estados Unidos. Por lo que toca a la participación de la Armada, cada día más involucrada en esta guerra, y a la extraña ausencia del Ejército, se dijo que el Jefe de jefes vivía y operaba en Morelos protegido por la policía y miembros del Ejército. Así que no se podía arriesgar el éxito a posibles filtraciones (¿qué hará el gobierno si se corrompe la Marina: recurrir a los marines de las barras y las estrellas, como Álvaro Uribe en Colombia?). Hasta aquí es imposible no asociar los hechos, la abierta participación de la DEA y la feroz matanza de Beltrán Leyva y sus escoltas, con el modus operandi utilizado para capturar y matar a los hijos de Saddam Hussein, por quienes antes se había ofrecido una recompensa de 20 millones de dólares (es la pauta que sigue Estados Unidos). En ambos casos se evacuó completamente el área para tender un hermético cerco militar que permitiera desatar una inclemente lluvia de fuego. Las evidencias muestran que en ambos casos se buscó dejar a las víctimas sin posibilidad de escape. (Para el obispo Raúl Vera los marinos mexicanos fueron a ejecutar, no a aprehender: “fue una ejecución extrajudicial”, declaró a La Jornada.) Los videos del departamento de Beltrán Leyva recordaron las imágenes dantescas del ataque a la casa de los hijos de Hussein. “Venían por él”, concluyeron vecinos de Beltrán Leyva en Cuernavaca. Por eso fue muy revelador que el procurador general hubiera iniciado su conferencia adelantándose a los hechos: “la PGR no asesina presuntos culpables”, declaró. Fue significativo, también, que a 15 días de la masacre la PGR continuara “explicando” la ausencia del Ejército y apaciguándolo: “es un ariete en la lucha contra el crimen organizado”, dijo el procurador. Después, un poco obligado, añadió que el Ejército tuvo la importante misión de facilitar “seguridad perimetral” para detener “individuos armados que pudieran acudir a salvar a su jefe”. (Lo que nos faltaba: ¡rencillas entre Ejército y Marina sobre el narco!). Las represalias no se hicieron esperar: el cártel ordenó de inmediato la muerte de la familia del maestre Melquisedet Angulo, festejado inoportunamente como héroe del momento. Después vendría el escarmiento en los medios: charcos de sangre por doquier, paredes derruidas y macabras fotos de Beltrán Leyva, desnudo y cubierto de billetes y símbolos religiosos ensangrentados: un acto de barbarie no suficientemente aclarado, que violó el protocolo procesal, y los más elementales principios de un Estado democrático. ¿A qué vino el aparatoso despliegue de fuerza, cuando el mismo día del operativo se registraron 64 muertos y decapitados en varias entidades, y las cifras de 2009 muestran un narcoejecutado cada 60 minutos? (Milenio 2/1/10). Calderón es un hombre obstinado, que se molesta cuando alguien insinúa que estamos en proceso de convertirnos en un Estado fallido. No obstante, él mismo reconoció en el congreso de Guatemala que la guerra contra el narco no es una obsesión: “se justifica porque el narco busca apropiarse de nuestra sociedad”. (Previamente, en junio de 2008, había reconocido en Madrid que el crimen organizado comenzaba “a oponer su propia fuerza a la fuerza del Estado, a oponer su propia ley a la ley del Estado, e incluso a recaudar contra la recaudación oficial”.) Aunque todos reconocen el fracaso de una guerra sin objetivos claros, Calderón está condenado a continuarla (como George W. Bush en su momento en Irak), porque es el leitmotiv de su gobierno. Ante la caída de la economía, el desempleo y el fracaso de las reformas prometidas, la guerra contra el narco es un tema en el que nadie le pide cuentas, porque nadie tiene una clara definición de lo que constituyen ni la victoria ni el fracaso.

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