12 enero 2010
Para muchos es el terror colectivo y será absolutamente inevitable. Así que, desde esa perspectiva fatalista, trazan los más diversos escenarios: un baño de sangre en la mayor parte del país con enfrentamientos abiertos de grupos insurrectos y fuera de control contra fuerzas armadas militares y policiacas; asaltos a cuarteles, emboscadas, bombas y hasta secuestros; un poco al estilo de lo que ya nos ocurrió en los sesentas y setentas. Sus propios demonios de remordimientos los llevan a esperar lo peor: es que hay que reconocer que se nos pasó la mano.Para otros no va a suceder absolutamente nada. Y cualquier pronóstico trágico es producto de interesadas maquinaciones febriles o trasnochadas calenturas izquierdosas: este país ya pagó sus cuotas de sangre con la Independencia y la Revolución, dicen; además, es verdad que las cosas están mal, pero no tan mal como para alzarse en armas; y lo más importante es que somos un país de dejados que ya nos resignamos a irnos jodiendo un poquito más cada día, casi sin sentirlo.
Algunos más juegan a la fatalidad de los ciclos centenarios del 1810, 1910 y 2010: una tragedia premonitoria habrá de ocurrir antes de que —según los mayas— todo acabe en el 2012; ni modo que no pase nada en la meritita cábala profética. Aseguran que algo harán cualquiera de los trece grupos extremistas encabezados por el celebérrimo EPR que sigue muy enojado con el gobierno. Y argumentan que el estallido está más que anunciado no únicamente por el rector Narro, sino por expertos internacionales, académicos tan prestigiosos como Carlos Montemayor y hasta curas —no necesariamente revoltosos— como los de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social. Vaya, si tan sólo en los años recientes, hay un montón de películas, novelas y obras de teatro que abierta o soterradamente dan cuenta del dichoso estallido.
Lo cierto es que, de todas estas posturas diversas, sólo pueden derivarse dos conclusiones: para ser francos, no hay quien haya presentado evidencia alguna de que estamos al borde de un estallido social de grandes proporciones; pero la experiencia histórica nos ha enseñado que los estallidos no avisan, punto. ¿O hay quien pueda asegurar que el mismísimo Madero tenía idea de la que iba a armar cuando pedía simplemente “Sufragio efectivo, no reelección”? ¿A alguien en el gobierno de Salinas le avisaron que en el primer minuto de nuestra entrada al primer mundo se produciría el estremecedor alzamiento zapatista? No. Todas las revoluciones populares, de cualquier magnitud, son por naturaleza sorprendentes y asombrosas.
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