14 enero 2010
El caso es que, hablando de asombros, la verdadera estupefacción es que en este 2010 en México podrá pasar cualquier cosa. Y que a todos nos debería de dar vergüenza estar hablando de esta posibilidad. A 200 años de la Independencia y 100 de la Revolución estamos peor que entonces. Porque a las pérdidas económicas, de identidad y de territorio hemos de añadir una pesada carga de desilusiones, rabias y tristezas que venimos arrastrando desde hace dos siglos.
A ver: hoy somos más pobres que nunca, más desiguales que nunca, estamos peor que nunca y más enojados que nunca. Un reporte de Investigación en Demografía Global se pregunta: ¿dónde está el núcleo social de la cada vez mayor frustración económica? Y concluye que se localiza no en el 40% de la población clasificada como marginal —los más pobres de los pobres— sino en el 20% de quienes se aferran con uñas y dientes a la clase media y el 33% de la clase trabajadora que se funde con la pobreza a secas. Y añade un dato inquietante: hace un año las familias con una “mala situación económica” representaban el 48%; ahora, los que enfrentan deudas impagables, los que han tenido que restringir severamente sus gastos personales y familiares... los que viven furiosos cada día, alcanzan el 71%. Es ahí donde están los candidatos al estallido.
No hay señales en el horizonte con algún destello de esperanza. No se requiere de ninguna dosis de pesimismo para prever 12 meses de oscuridades: si en estos tres años de calderonismo se han generado seis millones de nuevos pobres, el pronóstico para este 2010 es que según las expectativas de analistas entrevistados por EL UNIVERSAL, se generarán apenas 241 mil empleos formales, de los por lo menos dos millones que requiere este país; para nadie es un secreto que actualmente hay un fuerte deterioro del mercado laboral mexicano y que se estima un entorno de todavía mayor pobreza debido al magro crecimiento de, si acaso, 3%; si a ello añadimos una inflación de entre 5 y 9%, la cosa estará todavía más peliaguda; súmele usted la baja en los niveles de vida por la disminución en el poder adquisitivo del dinero, los aumentos de impuestos y el alza generalizada en bienes y servicios; añádase una irrefrenable crispación social y el panorama se presenta más aterrador que la llegada a La pavorosa casa de Usher del economista Edgar Alan Poe.
Es más, yo soy de los que piensan que el miedo y la furia ya están aquí. En forma de una suma gigantesca de miniestallidos personales y familiares a lo largo y ancho de ciudades y pueblos en toda la nación. Tengo también la impresión de un estallido soterrado y sometido a la pesada tapa de la olla exprés. Con un gobierno que no sólo no ha encontrado soluciones definitorias, ni siquiera desfogues a la enorme presión social que se ha venido generando en estos años recientes. Por eso el miedo al estallido es a la vez un mea culpa de parte de los pocos privilegiados de los poderes político y económico en un país que se resiste a celebrar. Pero que está dispuesto a conmemorar.
A ver: hoy somos más pobres que nunca, más desiguales que nunca, estamos peor que nunca y más enojados que nunca. Un reporte de Investigación en Demografía Global se pregunta: ¿dónde está el núcleo social de la cada vez mayor frustración económica? Y concluye que se localiza no en el 40% de la población clasificada como marginal —los más pobres de los pobres— sino en el 20% de quienes se aferran con uñas y dientes a la clase media y el 33% de la clase trabajadora que se funde con la pobreza a secas. Y añade un dato inquietante: hace un año las familias con una “mala situación económica” representaban el 48%; ahora, los que enfrentan deudas impagables, los que han tenido que restringir severamente sus gastos personales y familiares... los que viven furiosos cada día, alcanzan el 71%. Es ahí donde están los candidatos al estallido.
No hay señales en el horizonte con algún destello de esperanza. No se requiere de ninguna dosis de pesimismo para prever 12 meses de oscuridades: si en estos tres años de calderonismo se han generado seis millones de nuevos pobres, el pronóstico para este 2010 es que según las expectativas de analistas entrevistados por EL UNIVERSAL, se generarán apenas 241 mil empleos formales, de los por lo menos dos millones que requiere este país; para nadie es un secreto que actualmente hay un fuerte deterioro del mercado laboral mexicano y que se estima un entorno de todavía mayor pobreza debido al magro crecimiento de, si acaso, 3%; si a ello añadimos una inflación de entre 5 y 9%, la cosa estará todavía más peliaguda; súmele usted la baja en los niveles de vida por la disminución en el poder adquisitivo del dinero, los aumentos de impuestos y el alza generalizada en bienes y servicios; añádase una irrefrenable crispación social y el panorama se presenta más aterrador que la llegada a La pavorosa casa de Usher del economista Edgar Alan Poe.
Es más, yo soy de los que piensan que el miedo y la furia ya están aquí. En forma de una suma gigantesca de miniestallidos personales y familiares a lo largo y ancho de ciudades y pueblos en toda la nación. Tengo también la impresión de un estallido soterrado y sometido a la pesada tapa de la olla exprés. Con un gobierno que no sólo no ha encontrado soluciones definitorias, ni siquiera desfogues a la enorme presión social que se ha venido generando en estos años recientes. Por eso el miedo al estallido es a la vez un mea culpa de parte de los pocos privilegiados de los poderes político y económico en un país que se resiste a celebrar. Pero que está dispuesto a conmemorar.
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