29 marzo 2010
“El presidencialismo mexicano está en crisis (…) Es hora de cambiarlo por un régimen más responsable”.
Abraham Nuncio
I
La guerra que libra la vertiente ejecutiva del poder político del Estado mexicano –con la complicidad de la vertiente legislativa y, por inferencia válida, la judicial-- tiene implicaciones que seguramente el Presidente de Facto, Felipe Calderón, jamás imaginó.
La primera implicación es la constitucional: librar una guerra –que es fraticida desde cualesquier perspectivas, pues enfrenta a mexicanos versus mexicanos, delincuentes o no— sin consultarla previamente con el Poder Legislativo ni obtener la anuencia de éste, es yerro colosal.
Ese yerro –que a su atributo de colosal añadiríanse los de aberrante y peligrosísimo-- nos describe muy bien lo que, cual señala el académico neoleonés Nuncio, la crisis diríase que existencial del presidencialismo, entendido éste como forma de organización política.
La implicación constitucional es política. El señor Calderón, investido con potestades metaconstitucionales de la tradición tlatoánica, hambriento y sediento de legitimidad como mandatario tras comicios fraudulentos, vió ganancia política en la narcoguerra.
¿Cómo es que don Felipe haya visto ganancia política en lanzar al país a una guerra fraticida? Por que se lo pidió George W. Bush, a la sazón –en 2006— presidente de Estados Unidos. La ganancia: quedaría bien con el imperio y reforzaría el poder coactivo de su gobierno.
II
Su cortedad de miras, su miopía ideológica y su irreprimida vena oportunista le indujeron a ver esa ganancia política en la propuesta estadunidense de hacerle la guerra a los cárteles del narcotráfico “no autorizados” que competían con el de Joaquín Guzmán, El Chapo.
Antes de proseguir con el tema señálese que el señor Calderón, desde que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación dictaminó válida su elección, se sabía ilegítimo, por espurio. Su obsesión, al asumir la investidura, era la de difuminar esa percepción.
La solicitud estadunidense le ponía en bandeja la coyuntura: utilizaría al Ejército y la Armada y fuerzas policíacas para gobernar y reprimir, mediante disuasión y terror, a la oposición social a su asunción. Disuadiría, además, a posibles disidencias revolucionarias.
Así, llevado por el inducimiento de matar dos pájaros con sólo una pedrada, el señor Calderón desató la guerra, cuyas consecuencias terribles damnifica a los mexicanos. EU le debería un favor, que podría cobrar en apoyo político y financiero, y mantener a raya a disidencias.
Bajo esas premisas, don Felipe descubrió un tercer pájaro a tiro de su pedrada: so pretexto de la guerra contra los cárteles del narcotráfico se podría realizar una “limpieza” de disidentes potenciales; es decir, inocentes.
III
Y en esas estamos hoy. Sábese ya que un grueso de los casi 19 mil muertos en la narcoguerra son, en realidad, civiles ajenos a los cárteles, asesinados por el Ejército Mexicano o la Armada de México y, el florecimiento de grupos paramilitares, además de Los Zetas.
Esos asesinados por las Fuerzas Armadas –el caso más reciente es el de los estudiantes del “Tec” de Monterrey-- nos hablan de una “guerra sucia” peor que las libradas por Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y Carlos Salinas, lo cual nos lleva a otra implicación.
Comparados con don Felipe, aquellos eran “amateurs”. A Díaz Ordaz se le atribuyen unos 400 muertos y desaparecidos; a don Luis, unos 800, y a don Carlos más de mil –casi todos perredistas-- . La “guerra sucia” calderonista ha producido, sospéchase, unos diez mil.
La implicación postrera de la guerra fraticida –soldados mexicanos versus civiles mexicanos— es, además de la constituciónal (y por tanto política), la siguiente: la clientela natural, los afines, del señor Calderón está harta del baño de sangre; ella lo derrocará.
Pero, ¿quién habla de derrocar a don Felipe? Miles, si no es que millones, de mexicanos que transitan por las conexiones de las redes del ciberespacio. Las clases medias otrora asustadas por el supuesto radicalismo de Andrés Manuel López Obrador, no resisten más.
Al baño de sangre, esas clases medias son las que padecen con mayor crudeza la descomposición del poder poilítico del Estado, la crisis económica, sus secuelas e imparable proletarización, en tanto que los proletarios caen al estrato de lumpen. Hay ebullición. Arde el llano.
ffponte@gmail.com
Abraham Nuncio
I
La guerra que libra la vertiente ejecutiva del poder político del Estado mexicano –con la complicidad de la vertiente legislativa y, por inferencia válida, la judicial-- tiene implicaciones que seguramente el Presidente de Facto, Felipe Calderón, jamás imaginó.
La primera implicación es la constitucional: librar una guerra –que es fraticida desde cualesquier perspectivas, pues enfrenta a mexicanos versus mexicanos, delincuentes o no— sin consultarla previamente con el Poder Legislativo ni obtener la anuencia de éste, es yerro colosal.
Ese yerro –que a su atributo de colosal añadiríanse los de aberrante y peligrosísimo-- nos describe muy bien lo que, cual señala el académico neoleonés Nuncio, la crisis diríase que existencial del presidencialismo, entendido éste como forma de organización política.
La implicación constitucional es política. El señor Calderón, investido con potestades metaconstitucionales de la tradición tlatoánica, hambriento y sediento de legitimidad como mandatario tras comicios fraudulentos, vió ganancia política en la narcoguerra.
¿Cómo es que don Felipe haya visto ganancia política en lanzar al país a una guerra fraticida? Por que se lo pidió George W. Bush, a la sazón –en 2006— presidente de Estados Unidos. La ganancia: quedaría bien con el imperio y reforzaría el poder coactivo de su gobierno.
II
Su cortedad de miras, su miopía ideológica y su irreprimida vena oportunista le indujeron a ver esa ganancia política en la propuesta estadunidense de hacerle la guerra a los cárteles del narcotráfico “no autorizados” que competían con el de Joaquín Guzmán, El Chapo.
Antes de proseguir con el tema señálese que el señor Calderón, desde que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación dictaminó válida su elección, se sabía ilegítimo, por espurio. Su obsesión, al asumir la investidura, era la de difuminar esa percepción.
La solicitud estadunidense le ponía en bandeja la coyuntura: utilizaría al Ejército y la Armada y fuerzas policíacas para gobernar y reprimir, mediante disuasión y terror, a la oposición social a su asunción. Disuadiría, además, a posibles disidencias revolucionarias.
Así, llevado por el inducimiento de matar dos pájaros con sólo una pedrada, el señor Calderón desató la guerra, cuyas consecuencias terribles damnifica a los mexicanos. EU le debería un favor, que podría cobrar en apoyo político y financiero, y mantener a raya a disidencias.
Bajo esas premisas, don Felipe descubrió un tercer pájaro a tiro de su pedrada: so pretexto de la guerra contra los cárteles del narcotráfico se podría realizar una “limpieza” de disidentes potenciales; es decir, inocentes.
III
Y en esas estamos hoy. Sábese ya que un grueso de los casi 19 mil muertos en la narcoguerra son, en realidad, civiles ajenos a los cárteles, asesinados por el Ejército Mexicano o la Armada de México y, el florecimiento de grupos paramilitares, además de Los Zetas.
Esos asesinados por las Fuerzas Armadas –el caso más reciente es el de los estudiantes del “Tec” de Monterrey-- nos hablan de una “guerra sucia” peor que las libradas por Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y Carlos Salinas, lo cual nos lleva a otra implicación.
Comparados con don Felipe, aquellos eran “amateurs”. A Díaz Ordaz se le atribuyen unos 400 muertos y desaparecidos; a don Luis, unos 800, y a don Carlos más de mil –casi todos perredistas-- . La “guerra sucia” calderonista ha producido, sospéchase, unos diez mil.
La implicación postrera de la guerra fraticida –soldados mexicanos versus civiles mexicanos— es, además de la constituciónal (y por tanto política), la siguiente: la clientela natural, los afines, del señor Calderón está harta del baño de sangre; ella lo derrocará.
Pero, ¿quién habla de derrocar a don Felipe? Miles, si no es que millones, de mexicanos que transitan por las conexiones de las redes del ciberespacio. Las clases medias otrora asustadas por el supuesto radicalismo de Andrés Manuel López Obrador, no resisten más.
Al baño de sangre, esas clases medias son las que padecen con mayor crudeza la descomposición del poder poilítico del Estado, la crisis económica, sus secuelas e imparable proletarización, en tanto que los proletarios caen al estrato de lumpen. Hay ebullición. Arde el llano.
ffponte@gmail.com
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