02 marzo 2010
“El respeto al derecho ajeno es la paz”.
Benito Juárez.
I
Pocos no son quienes creen que el celebrado aforismo de nuestro cíclope histórico, don Benito, fue dicho pensando él en las intervenciones extranjeras en México que del siglo XIX a la fecha (el XXI) ocurren sin que tengamos conciencia de ello.
No. Historiadores y biógrafos contemporáneos del señor Juárez y posteriores a él, tanto mexicanos como extranjeros, parecen coincidir en que nuestro héroe enunció el aforismo pensando, sí, en una potencia exterior pero bajo una socaliña insidiosa.
Juárez pensaba en el Estado Vaticano, potencia mundial instalada en México como aliada, socia y cómplice en la empresa de la Conquista y dominación colonial en la Nueva España. Con éste último nombre se sustituyó a los propios ancestrales de las naciones originales.
De esas naciones originales existen más de 60, víctimas del Estado mexicano imperial iturbidista, republicano, extranjero –el de Maximiliano--, dictatorial porofrista y revolucionario y constitucionalista, hasta nuestros días.
Señálese a título de salvedad pertinente que en las 62 naciones originales que aun existen –con lenguas, decursos históricos, cosmovisiones respectivas— su historia trasmitida oralmente de generación en generación desde la Conquista es asaz ominosa.
II
Ello se nos ofrece cual verismo insoslayable, discernido, identificado y registrado e incluso así conocido, entre los estudiosos de la historia de las naciones originales del territorio que es hoy uno de los elementos constitutivos del Estado mexicano.
Esa historia oral de muchos de los pueblos originales es distinta diametralmente a la historia de México por el Estado desde que éste ha existido bajo varias modalidades, empezando con la asunción de Iturbide como cabeza de una estadidad imperial.
La historia oral de esas naciones originales identifica a un conquistador extranjero –el español— que llegó en 1519 (en el calendario juliano) para despojarlas de su hábitad, extirpar por la fuerza sus usos y costumbres e incluso, por despojo, destruirlas.
Esa historia oral de no pocos de esos pueblos originales no distinguen diferencias en los móviles del Estado español conquistador y el Estado mexicano. Para ellos, ambos son uno y lo mismo; son potencias invasoras, ocupantes y rapiñadoras.
No les falta razón a las premisas y silogismos de la historia oral de esos pueblos originales. Los personeros de ambos Estados invasores, ocupantes y despojadores de su hábitat y destructores de aquellos y de éste.
Ante lo descrito, no debe sorprendernos que tanto el Estado español colonial como el Estado mexicano –promotor de un colonialismo interno tan vejatorio como el externo, hispano de antaño y estadunidense de hogaño— el papel de un tercer invitado a la cena.
III
Ese tercer invitado es otro Estado extranjero, el Vaticano, cuyo injerencismo en los asuntos internos de terceros es divisa corriente en las relaciones con otros, bajo guisas sofisteras y falaces. El injerencismo vaticano es impúdico e imperialista.
Usa ese Estado –el Vaticano— caballos de Troya a tutiplén, pues so pretexto de llenar necesidades espirituales reales de los pueblos sometidos como los de México, trata de conquistar el poder civil local mediante golpes políticos no distintos a los de Estado.
Antes de proseguir hágase la precisión de que una cosa es la religión, otra la fe de los creyentes en entidades metafísicas superiores y mitologías, y otra la organización creada con fines de poder y negocios manipulando lo religioso y las creencias y la fe.
En el caso, el Estado Vaticano es una organización así. Tiene su territorio físico e incluso cultural-espiritual, su propio jefe de Estado –a quien se le llama Papa--, su estructura burocrática y su potestad coactiva/coercitiva y su vero cuerpo diplomático.
Es, pues, un Estado en toda la extensión jurídica, política, moral, cultural e incluso a semántica del vocablo. Un Estado que ha intervenido en conquistas y saqueos de países como México aliado (en nuestro caso) al Estado español y, hoy, al mexicano.
ffponte@gmail.com
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