20 abril 2010
Ahora salen los jerarcas católicos con que sus curas cometen pederastia porque vivimos rodeados de erotismo. Una declaración desesperada, esquizofrénica, hipócrita y absolutamente ignorante.
Ojalá, señores obispos y cardenales de verdad viviéramos rodeados de erotismo. De eso que en las enciclopedias, los diccionarios y cientos de libros maravillosos se describe como proveniente de Eros al que consideraron como una de las fuerzas creadoras del cosmos. O bien cuando dicen que lo erótico se refiere a lo amatorio, a la poesía de este género y al poeta que la cultiva. Cierto, también dicen los clásicos que lo erótico suele incluir al amor sexual. Lo cual solamente enriquece la definición con un apasionante ingrediente adicional de luces, sombras, colinas y aromas dulcísimos.
Así que imaginémonos rodeados de cantos y sonidos sugerentes, de palabras bellísimamente expresadas y de imágenes que nos traigan a la cabeza, al corazón y a nuestros ciertos lugares sensaciones siempre nuevas, estimulantes o gratificantes. Eso es el erotismo. Algo que la cúpula eclesiástica quisiera destruir. Así que habría que ir quemando los ensayos y poemas de Octavio Paz y también llevar a la hoguera la poesía amorosa de Jaime Sabines y de Griselda Álvarez. Y en la misma pira justiciera arrojar los lienzos de Diego y Frida para que ardan juntos; y en la imposibilidad de arrancarlos, lavar y borrar con lejía los murales de Siqueiros y Orozco, especialmente donde aparecen desnudos tan inmorales como ese de La Malinche encuerada.
Ya entrados en gastos, habíamos de abjurar de nuestras culturas ancestrales: aztecas y mayas que cultivaron el malsano arte erótico; sobre todo los olmecas tan dados a aquello del jijirijiji. Y, por supuesto, promover ante la ONU el cierre de todos aquellos museos —incluido el del Vaticano— que exhiban desnudos y hasta insinuaciones tan malignas como la sospechosa sonrisa de La Gioconda.
No, señores curas, el erotismo es una expresión sublime de la naturaleza del hombre, una forma bellísima de mirar la vida y —no tengo la menor duda— un don de Dios. Para mantener viva la llama de eso que llamamos creación, incluido eso que llamamos procreación.
Lo que su padre Maciel hizo con sus legionarios, lo que su padre Murphy hizo con 200 niños sordomudos y lo que sus cardenales Rivera y decenas más incluido su papa Benedicto XVI han hecho encubriendo miles de casos de pederastia en todo el mundo, nada tiene que ver con el erotismo. No nos lo ensucien.
El erotismo provoca sensaciones riquísimas. Lo de ustedes, produce vómito.
Ojalá, señores obispos y cardenales de verdad viviéramos rodeados de erotismo. De eso que en las enciclopedias, los diccionarios y cientos de libros maravillosos se describe como proveniente de Eros al que consideraron como una de las fuerzas creadoras del cosmos. O bien cuando dicen que lo erótico se refiere a lo amatorio, a la poesía de este género y al poeta que la cultiva. Cierto, también dicen los clásicos que lo erótico suele incluir al amor sexual. Lo cual solamente enriquece la definición con un apasionante ingrediente adicional de luces, sombras, colinas y aromas dulcísimos.
Así que imaginémonos rodeados de cantos y sonidos sugerentes, de palabras bellísimamente expresadas y de imágenes que nos traigan a la cabeza, al corazón y a nuestros ciertos lugares sensaciones siempre nuevas, estimulantes o gratificantes. Eso es el erotismo. Algo que la cúpula eclesiástica quisiera destruir. Así que habría que ir quemando los ensayos y poemas de Octavio Paz y también llevar a la hoguera la poesía amorosa de Jaime Sabines y de Griselda Álvarez. Y en la misma pira justiciera arrojar los lienzos de Diego y Frida para que ardan juntos; y en la imposibilidad de arrancarlos, lavar y borrar con lejía los murales de Siqueiros y Orozco, especialmente donde aparecen desnudos tan inmorales como ese de La Malinche encuerada.
Ya entrados en gastos, habíamos de abjurar de nuestras culturas ancestrales: aztecas y mayas que cultivaron el malsano arte erótico; sobre todo los olmecas tan dados a aquello del jijirijiji. Y, por supuesto, promover ante la ONU el cierre de todos aquellos museos —incluido el del Vaticano— que exhiban desnudos y hasta insinuaciones tan malignas como la sospechosa sonrisa de La Gioconda.
No, señores curas, el erotismo es una expresión sublime de la naturaleza del hombre, una forma bellísima de mirar la vida y —no tengo la menor duda— un don de Dios. Para mantener viva la llama de eso que llamamos creación, incluido eso que llamamos procreación.
Lo que su padre Maciel hizo con sus legionarios, lo que su padre Murphy hizo con 200 niños sordomudos y lo que sus cardenales Rivera y decenas más incluido su papa Benedicto XVI han hecho encubriendo miles de casos de pederastia en todo el mundo, nada tiene que ver con el erotismo. No nos lo ensucien.
El erotismo provoca sensaciones riquísimas. Lo de ustedes, produce vómito.
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