martes, mayo 18, 2010

Columna Asimetrías. Yucatán y la Izquierda

Por Fausto Fernández Ponte





18 mayo 2010

“La izquierda se ha ido menoscabando por los excesos”.

Rodrigo Borja.

Comentario o preguntas mejor dicho: ¿Excesos? ¿No será por sus cortedades, por ser tímida y mezquina en los momentos decisivos de los ultimos 50 años de nuestra historia?

I

El primer cotejo electoral del calendario de 2010 para renovar total y/o parcialmente poderes en 15 de los 31 Estados Unidos Mexicanos, realizado en Yucatán el domingo 16 del mes que corre, tuvo desenlaces predecibles, más no por ello sin moralejas.

Lo predecible fue la victoria de los candidatos postulados por el Partido Revolucionario Institucional a las alcaldías y la Legislatura local y la secuencial y redundante derrota de los abanderados del Partido (de) Acción Nacional.

Desde esa perspectiva de la predecibilidad, el triunfo priísta carece del atributo de proeza epopéyica, pues remontar décadas de dominio panista en las alcaldías –la de Mérida, principalmente— es demérito del PAN y de la voluntad del electorado.

Empero, esos anticipados desenlaces no cancelan las moralejas que, a nuestro ver, se desprenden sin equívocos de la lid comicial. Independientemente de la no muy copiosa afluencia de votantes, lo que emerge es una inclinación que mueve a desesperanzas.

En Mérida, los candidatos de las agrupaciones políticas identificadas según cierta taxonomía convencional como de izquierda en el espectro político-partidista propiamente –partidos del Trabajo y de la Revolución Democrática— no inspiraron.

Por las razones que fueren, esos candidatos no inspiraron a los votantes. El total de sufragios a favor de los postulados por esos partidos políticos fueron numéricamente pobres y aun más depauperados en el paisaje de la deducción porcentual.

II

La puja fue, evidentemente, entre los candidatos de dos partidos situados a la derecha en el espectro político-partidista. El PRI y el PAN –autor, aquél, de nuestra debacle, y acelerador, éste, de la misma--, lo cual, en su turno, también nos ofrece moralejas.

Y la moraleja principal –sin duda, la de mayor ominosidad— es el reforzamiento de un bipartidismo de hecho que se emblematiza en partidos políticos cuyas filosofías respectivas coinciden y se asocian en la praxis y en los estilos de ejercer el poder.

Y esa praxis y tales estilos son, a la luz de los resultados padecidos por los mexicanos, francamente opuestos al interés social. Diríase que son prácticas y modos antisociales y, por inferencia válida, antipueblo. La debacle ocurrente lo demuestra.

Esa debacle –en realidad, descomposición del poder político del Estado mexicano cuyos efectos corrosivos en la sociedad son los de una anomia muy peligrosa-- deviene de la forma de organización económica y política prevaleciente en México.

Y esa forma de organización económica y política ha sido cincelada aceleradamente desde 1982 mediante modificaciones constitucionales y audacias inconstitucionales para crear nuevas estructuras y superestructuras que permitan privilegiar ciertos intereses.

Tales intereses no son, adviértese fedatariamente, los de los mexicanos, sino los de particulares y/o de grupo –facciosos, pues— trasnacionales y de aquellos que se ostentan dueños de México, los 191 mil y pico usufructuarios de la riqueza nacional.

III

Antes de proseguir defínanse aquí los conceptos estructura y superestructura, así como el de anomia, que es el vocablo por el cual se designa precisamente lo que ocurre en México: anarquía, caos, ingobernabilidad, corrupción rampante, violencia, etc.

La estructura es el conjunto de relaciones internas y estables que articulan los diferentes elementos de una totalidad dada. La estructura es tal en tanto sus partes y componentes se correspondan entre sí.

La superestructura está constituida por instituciones cuya función es la de cohesionar a la sociedad y a la cultura –incluida la cultura cívica y política como la de votar— en torno sólo a la base económica y asegurar la reproducción de ésta última.

Así, la estructura y la superestructura de una sociedad determinan modos de pensar, de ser, ideologías o creencias, actitudes políticas (electorales incluso), corrupción e induce conductas colectivas que benefician sólo a la base económica y no al pueblo.

Ese es el caso en México, en el de que dicha base económica agravia al pueblo (desempleo, subempleo, comercio informal, incertidumbre, inseguridad y creciente delincuencia, guerra fraticida, etc.) y, sin embargo, votamos por más de lo mismo.

¿Por qué votamos por más de lo mismo, tal vez por algo peor que antes? Porque en la estructura y la superestructura no se nos educa a razonar el voto –como albedrío político— ni a discernir escenarios prospectivos a partir del presente y el pasado.

ffponte@gmail.com

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