21 junio 2010
No podemos equivocarnos, nadie en su sano juicio puede creer que Felipe Calderón entiende o sea capaz de controlar la ira y la violencia que se han desatado en el país; ni sabe a ciencia cierta quién es quién entre los suyos.
Es intolerante pero no ignorante. Él sabe que nuestro sistema de justicia pende de un hilo. Sabe que la Suprema Corte obedece a las costumbres del poder, que García Luna, Chávez y sus jueces actúan por consigna. Él sabe que se equivocó al creerle al PRI, sabe que negociar con Mario Marín y Ulises Ruiz resultó en unas elecciones que nos llevan de vuelta al pleistoceno antidemocrático. Porque el Presidente hace oídos sordos, pero ciego no es y puede ver que el país se desmorona ante sus ojos, o al menos el país que él se creyó llevaba entre las manos.
Nadie espera de él ni de su debilucho gabinete que sean capaces de darnos la respuesta, de restaurar al país por designio. Es cierto que Calderón es simplemente humano. Cuando analizamos lo que dice, criticamos lo que hace y rebatimos lo que nos pide, no lo hacemos porque le creamos causante de todas nuestras desgracias, ni porque consideremos que es todo poderoso. Cuando hablamos, además de ejercer nuestro derecho a la libre expresión, exigimos respeto a nuestras vivencias colectivas a lo que sí hacemos quienes no somos criminales, que somos mayoría. Ya Lula da Silva dijo que sin sociedad civil no hay buen gobierno, y por eso escucha.
Está claro que en este momento todas y todos tenemos más preguntas que respuestas y que la reconstrucción de México pasará necesariamente por una rehabilitación de la ética pública, de la cual es responsable toda la sociedad.
Sin embargo Calderón eligió el poder, él se apropió del liderazgo nacional haiga sido como haiga sido. Él acordó con George W. Bush lanzar al país a una guerra sin cuartel para la que tardíamente admite no estaba preparado porque la magnitud del problema resultó “inimaginable”.
Lo que medio México ha intentado decirle al Presidente, yo me incluyo, es que el país sobrevivió a 70 años del PRI y a la corrupción de Estado, a seis años de un tibio y corrupto foxismo, gracias a una sociedad civil fuerte, solidaria que no se arredra, que sale a las calles por sus hijos e hijas, que rescata a la infancia de la calle, que protege a las víctimas, que señala a los mafiosos, que recuerda a los desaparecidos, que cuando la Corte le ignora vuelve con la esperanza de lo posible. Una sociedad en que intelectuales, científicos, mineros y trabajadoras de maquila, así como activistas de derechos humanos, maestras y estudiantes exigen respeto a la dignidad humana.
Nadie ha creído que el Presidente sea todopoderoso, acaso sólo él y sus seguidores. Ya nadie considera que Calderón pueda hacer nada antes de que el PRI y sus mafias nos gobiernen de nuevo. Sería ingenuo. Lo que pedimos es que mire aquí abajo, porque cuando él se vaya, aquí seguiremos, millones cada día reconstruyendo el país, poco a poquito, con amenazas, huérfanas o con hijos muertos. Trabajando, hablando, exigiendo porque merecemos un país que nos merezca. Ni más ni menos, y en silencio nunca lo tendremos.
Es intolerante pero no ignorante. Él sabe que nuestro sistema de justicia pende de un hilo. Sabe que la Suprema Corte obedece a las costumbres del poder, que García Luna, Chávez y sus jueces actúan por consigna. Él sabe que se equivocó al creerle al PRI, sabe que negociar con Mario Marín y Ulises Ruiz resultó en unas elecciones que nos llevan de vuelta al pleistoceno antidemocrático. Porque el Presidente hace oídos sordos, pero ciego no es y puede ver que el país se desmorona ante sus ojos, o al menos el país que él se creyó llevaba entre las manos.
Nadie espera de él ni de su debilucho gabinete que sean capaces de darnos la respuesta, de restaurar al país por designio. Es cierto que Calderón es simplemente humano. Cuando analizamos lo que dice, criticamos lo que hace y rebatimos lo que nos pide, no lo hacemos porque le creamos causante de todas nuestras desgracias, ni porque consideremos que es todo poderoso. Cuando hablamos, además de ejercer nuestro derecho a la libre expresión, exigimos respeto a nuestras vivencias colectivas a lo que sí hacemos quienes no somos criminales, que somos mayoría. Ya Lula da Silva dijo que sin sociedad civil no hay buen gobierno, y por eso escucha.
Está claro que en este momento todas y todos tenemos más preguntas que respuestas y que la reconstrucción de México pasará necesariamente por una rehabilitación de la ética pública, de la cual es responsable toda la sociedad.
Sin embargo Calderón eligió el poder, él se apropió del liderazgo nacional haiga sido como haiga sido. Él acordó con George W. Bush lanzar al país a una guerra sin cuartel para la que tardíamente admite no estaba preparado porque la magnitud del problema resultó “inimaginable”.
Lo que medio México ha intentado decirle al Presidente, yo me incluyo, es que el país sobrevivió a 70 años del PRI y a la corrupción de Estado, a seis años de un tibio y corrupto foxismo, gracias a una sociedad civil fuerte, solidaria que no se arredra, que sale a las calles por sus hijos e hijas, que rescata a la infancia de la calle, que protege a las víctimas, que señala a los mafiosos, que recuerda a los desaparecidos, que cuando la Corte le ignora vuelve con la esperanza de lo posible. Una sociedad en que intelectuales, científicos, mineros y trabajadoras de maquila, así como activistas de derechos humanos, maestras y estudiantes exigen respeto a la dignidad humana.
Nadie ha creído que el Presidente sea todopoderoso, acaso sólo él y sus seguidores. Ya nadie considera que Calderón pueda hacer nada antes de que el PRI y sus mafias nos gobiernen de nuevo. Sería ingenuo. Lo que pedimos es que mire aquí abajo, porque cuando él se vaya, aquí seguiremos, millones cada día reconstruyendo el país, poco a poquito, con amenazas, huérfanas o con hijos muertos. Trabajando, hablando, exigiendo porque merecemos un país que nos merezca. Ni más ni menos, y en silencio nunca lo tendremos.
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