Por Miguel Angel Granados Chapa
14 julio 2010
ma@granadoschapa.com
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Desde su retiro, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox se han manifestado contra las alianzas entre sus partidos, el PRD y el PAN. Y sin embargo en 1999 mostraron su disposición a que esos partidos se coaligaran para presentar un solo candidato, que debía ser uno de los dos, a la Presidencia de la república, para derrotar al PRI. A la postre un ejercicio exploratorio para configurar una coalición que contendiera al año siguiente se frustró por falta de acuerdo en el modo de determinar quién sería el candidato. Cada uno privilegiaba el método que lo favorecería: Fox estaba por las encuestas, Cárdenas por el voto directo en urnas.
El iniciador de esa exploración, realizada en septiembre de 1999, en busca de una fuerte alianza opositora al partido en el gobierno, fue Manuel Camacho Solís. Invitó a una docena de personas —a las que con sorna peyorativa se llamó “junta de notables”— para que en conversación con los precandidatos prepararan la plataforma en que se basaría la coalición y hallaran el método para la elección del candidato. Al final el ejercicio se diluyó y en las elecciones del 2000 cada uno hizo campaña por su lado, con el desenlace conocido.
Ahora Camacho ha retomado, con mayor fuerza que nunca antes, y con resultados que sólo mezquinamente pueden negarse, su propósito de diálogo desde el centro. No es casualidad que el frente político de cuya coordinación se encarga se llame Diálogo para la reconstrucción de México (Dia). Esa palabra y esa práctica constituyen un elemento central del credo político de Camacho. Y esa creencia no viene de ahora, sino desde que formaba parte del gobierno de Carlos Salinas, pertenencia que todavía le provoca desde reticencias hasta rechazos, pasando por la desconfianza, sin considerar que rompió explícita y ásperamente con Salinas, no como se dice por no haber sido escogido para sucederlo sino por la política seguida por su amigo y jefe en el último año de su administración.
Desde que era el dialoguista en aquel gobierno Camacho suscitaba suspicacias. Se creía que se le había asignado el papel de aparecer como conciliador, como interlocutor de las disidencias, simplemente como se instruye a un actor en una puesta en escena. No era así. Esa actitud formaba parte, sí, de la panoplia con que esperaba a ser candidato, pero también resultaba de la convicción de que el régimen autoritario debía abrirse a la aceptación de los otros, de los diferentes, para aflojar sus rigideces. Esa creencia, expuesta desde joven, hizo que el secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles lo invitara a participar en las rondas de posiciones que condujeron a la reforma política por antonomasia, la de 1977.
En su papel de comisionado para la paz en Chiapas, Camacho ganó la confianza del subcomandante Marcos y del obispo de san Cristóbal, don Samuel Ruiz, en cuya catedral se inició el diálogo entre zapatistas y el gobierno federal. Si la valiosa tentativa no prosperó fue porque el EZLN, con razón, se alejó de las conversaciones por el asesinato de Luis Donaldo Colosio y lo que eso significaba.
Después del fracaso de la tentativa coalicionista de 1999, Camacho generó la creación del Partido del Centro Democrático, cuyo nombre mismo evocaba la pertinencia, desde su punto de vista, de evitar las polarizaciones paralizantes de la sociedad. No tuvo fortuna electoral pero indujo a su entonces lugarteniente Marcelo Ebrard a que declinara su candidatura al gobierno capitalino a favor de Andrés Manuel López Obrador, decisión que puso al ahora responsable de esa posición en el camino de su propia carrera. Camacho, que en el 2000 debió ser diputado y a la cabeza del Poder Legislativo contribuir y aun forzar las reformas políticas que Fox no quiso siquiera iniciar, llegó a la cámara tres años después. Como legislador, miembro de la bancada del PRD, impulsó esas reformas, cuya posibilidad se disolvió cuando Fox incurrió en el desatino de desaforar a López Obrador y causó con ello una fractura que agravada en el 2006 lastima y lastra el avance democratizador necesario.
Iniciada la resistencia civil contra Calderón, Camacho se mantuvo discretamente al lado de López Obrador. Contrario a los radicalismos, su cercanía con el ex jefe del gobierno capitalino le ha permitido expresar una voz a favor de los consensos, posición que fue advertida por los dirigentes de los partidos del FAP cuya unidad se rompió en las elecciones legislativas del año pasado. Tras la resaca de ese momento, se integró un nuevo frente, el Dia, y se confió su coordinación a Camacho, que ha tenido la difícil encomienda de restaurar las relaciones entre los tres partidos, de ejercer un liderazgo que no cuestione el de quienes lo nombraron y de mantener las relaciones partidarias con López Obrador, distante de su propio partido, el PRD.
Las alianzas del PAN y el Dia en ocho estados surgieron, sí de la decisión de César Nava y de Jesús Ortega, pero no hubieran sido posibles sin el trabajo político de Camacho. Contribuyó centralmente a construir el clima en que fructificaron las coaliciones: El despertar ciudadano, ha escrito después de haberlo suscitado, empezó “a volverse efervescente cuando los ciudadanos percibieron que los políticos estaban haciendo bien su trabajo y que eso abría posibilidades de triunfo. La gente no temía a las condiciones de desventaja. Sabía que existían. Lo que rechazaba era que los políticos no tuvieran la capacidad de resolver sus diferencias o dejaran de ser confiables” (El Universal, 12 de julio).— México, Distrito Federal.
karina_md2003@yahoo.com.mx ————— *) Periodista
El iniciador de esa exploración, realizada en septiembre de 1999, en busca de una fuerte alianza opositora al partido en el gobierno, fue Manuel Camacho Solís. Invitó a una docena de personas —a las que con sorna peyorativa se llamó “junta de notables”— para que en conversación con los precandidatos prepararan la plataforma en que se basaría la coalición y hallaran el método para la elección del candidato. Al final el ejercicio se diluyó y en las elecciones del 2000 cada uno hizo campaña por su lado, con el desenlace conocido.
Ahora Camacho ha retomado, con mayor fuerza que nunca antes, y con resultados que sólo mezquinamente pueden negarse, su propósito de diálogo desde el centro. No es casualidad que el frente político de cuya coordinación se encarga se llame Diálogo para la reconstrucción de México (Dia). Esa palabra y esa práctica constituyen un elemento central del credo político de Camacho. Y esa creencia no viene de ahora, sino desde que formaba parte del gobierno de Carlos Salinas, pertenencia que todavía le provoca desde reticencias hasta rechazos, pasando por la desconfianza, sin considerar que rompió explícita y ásperamente con Salinas, no como se dice por no haber sido escogido para sucederlo sino por la política seguida por su amigo y jefe en el último año de su administración.
Desde que era el dialoguista en aquel gobierno Camacho suscitaba suspicacias. Se creía que se le había asignado el papel de aparecer como conciliador, como interlocutor de las disidencias, simplemente como se instruye a un actor en una puesta en escena. No era así. Esa actitud formaba parte, sí, de la panoplia con que esperaba a ser candidato, pero también resultaba de la convicción de que el régimen autoritario debía abrirse a la aceptación de los otros, de los diferentes, para aflojar sus rigideces. Esa creencia, expuesta desde joven, hizo que el secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles lo invitara a participar en las rondas de posiciones que condujeron a la reforma política por antonomasia, la de 1977.
En su papel de comisionado para la paz en Chiapas, Camacho ganó la confianza del subcomandante Marcos y del obispo de san Cristóbal, don Samuel Ruiz, en cuya catedral se inició el diálogo entre zapatistas y el gobierno federal. Si la valiosa tentativa no prosperó fue porque el EZLN, con razón, se alejó de las conversaciones por el asesinato de Luis Donaldo Colosio y lo que eso significaba.
Después del fracaso de la tentativa coalicionista de 1999, Camacho generó la creación del Partido del Centro Democrático, cuyo nombre mismo evocaba la pertinencia, desde su punto de vista, de evitar las polarizaciones paralizantes de la sociedad. No tuvo fortuna electoral pero indujo a su entonces lugarteniente Marcelo Ebrard a que declinara su candidatura al gobierno capitalino a favor de Andrés Manuel López Obrador, decisión que puso al ahora responsable de esa posición en el camino de su propia carrera. Camacho, que en el 2000 debió ser diputado y a la cabeza del Poder Legislativo contribuir y aun forzar las reformas políticas que Fox no quiso siquiera iniciar, llegó a la cámara tres años después. Como legislador, miembro de la bancada del PRD, impulsó esas reformas, cuya posibilidad se disolvió cuando Fox incurrió en el desatino de desaforar a López Obrador y causó con ello una fractura que agravada en el 2006 lastima y lastra el avance democratizador necesario.
Iniciada la resistencia civil contra Calderón, Camacho se mantuvo discretamente al lado de López Obrador. Contrario a los radicalismos, su cercanía con el ex jefe del gobierno capitalino le ha permitido expresar una voz a favor de los consensos, posición que fue advertida por los dirigentes de los partidos del FAP cuya unidad se rompió en las elecciones legislativas del año pasado. Tras la resaca de ese momento, se integró un nuevo frente, el Dia, y se confió su coordinación a Camacho, que ha tenido la difícil encomienda de restaurar las relaciones entre los tres partidos, de ejercer un liderazgo que no cuestione el de quienes lo nombraron y de mantener las relaciones partidarias con López Obrador, distante de su propio partido, el PRD.
Las alianzas del PAN y el Dia en ocho estados surgieron, sí de la decisión de César Nava y de Jesús Ortega, pero no hubieran sido posibles sin el trabajo político de Camacho. Contribuyó centralmente a construir el clima en que fructificaron las coaliciones: El despertar ciudadano, ha escrito después de haberlo suscitado, empezó “a volverse efervescente cuando los ciudadanos percibieron que los políticos estaban haciendo bien su trabajo y que eso abría posibilidades de triunfo. La gente no temía a las condiciones de desventaja. Sabía que existían. Lo que rechazaba era que los políticos no tuvieran la capacidad de resolver sus diferencias o dejaran de ser confiables” (El Universal, 12 de julio).— México, Distrito Federal.
karina_md2003@yahoo.com.mx ————— *) Periodista
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