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“Detrás de la retención de Diego hay un grupo de gran poderío y organización”.
Fauzi Hamdan.
I
El aserto, en el epígrafe, a nuestro ver contundente, del señor Hamdan –abogado, político panista (fue senador y diputado) y allegado ideológicamente y en términos de intereses a Diego Fernández de Cevallos, El Jefe Diego— antójase pedagógico,
¿Pedagógico? Por supuesto. Lo expuesto con claridad por el señor Hamdan sirve para educar o, en el peor de los casos, para enseñar y darle sentido a la realidad tal como se manifiesta ante nosotros y se consigna en los medios difusores y así la registramos.
Ello, si lo que dice la definición de pedagogía es vero, se traduce en toma de conciencia de la realidad y sus causales, independientemente de que en nuestro fuero interno seamos honestos intelectualmente y sinceros consigo mismos.
La toma de conciencia de esa realidad y sus causales no siempre se traduce en acciones organizadas, digamos colectivas o sociales, para modificar ésta, lo cual conduce, precisamente, a engañarnos a sí mismos mediante justificaciones subjetivas.
Pero lo dicho por don Fauzi tiene, en su atributo didáctico, un efecto dicotómico: nos describe una realidad insoslayable, por un lado; por otro, nos ofrece una moraleja igualmente obvia e incluso ineludible: México ha dejado de ser nuestro.
II
Pero, si no es nuestro éste país, ¿de quién es entonces? El hecho demográfico de que habitamos en éste territorio y la noción identitaria histórica de un México no nos hace dueños de éste país; diríase sin hipérbole que tampoco nos hace sus usufructuarios.
Estamos, pues, en México, pero no “somos” México. Compartimos como sociedad dividida en una miríada de clases y estratos --los más de éstos y de aquellas oprimidas por la pobreza como identidad— la certeza jurídica y cultural del mexicano. No más.
Vivimos, así, en éste ámbito regido por un Estado del cual somos el elemento constitutivo más importante, mandante éste, en la teoría, de un poder político cuyos personeros no nos representan y, dado ello, usan la simulación para prevalecer.
En ese contexto, México es –su territorio, su noción cultural, su definición política como Estado, su cosmovisión social y su psique colectiva— es sólo el lugar que habitamos y con cuyo mantenimiento y mejoría no nos sentimos obligados.
Es, visto y sentido así, un país de “otros” –la mafia del poder y los cárteles del narcotráfico--, quienes se han adueñado de sus riquezas y sus haberes y son omisos en sus deberes con respecto a nosotros, las mayorías silenciosas y adaptables.
III
Hemos abandonado la plaza, disociándonos incluso de la mera noción de México y lo mexicano y la mexicanidad, desestimando nuestra propia historia y la composición psíquica colectiva y la cultura. No sabemos náhuatl, pero sí hablamos un mal inglés.
Al abandonar la plaza --desentendiéndonos políticamente de ella--, México se ha convertido en tierra de nadie en el sentido de que nadie la ocupa todo el tiempo y, eso sí, cuando es ocupada el propósito es el de permanecer sólo en efímera prevalecencia.
Es tierra de nadie en el sentido de que no es de ninguno de los pueblos de México ni de ninguna clase social dominante o dominada. Pero sí es disputada brutalmente por cúpulas criminógenos: la mafia del poder, los cárteles del narcotráfico, los fácticos.
El señor Hamdan aludió con un nombre epiceno a uno de los grupos fácticos. Es un grupo, dijo, “de gran poder y organización”, como no pocos más que actúan impunemente en ésta tierra de nadie. ¿Cuál podría ser ese grupo? ¿Tiene nombre?
Es más, ese grupo “de gran poder y organización” no sería necesariamente fáctico. ¿El gobierno? ¿El Ejército? ¿Algún cártel del narcotráfico? La identidad es lo de menos. Lo que persiste es la convicción generalizada de que en ésta tierra de nadie, nadie manda.
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