Por Ricardo Rocha
02 noviembre 2010
El señor Blake de Gobernación está muy mal informado o miente con todos sus dientes. No es verdad que las recientes matanzas de jóvenes en varias ciudades del país confirman que la estrategia anticrimen es la correcta. Porque, además de que no hay argumentos para sostener tal aberración, lo cierto es que los juvenicidios no son una reacción reciente; tampoco son consecuencia, sino origen.
Una simple revisión cronológica establece que los ataques en contra de jóvenes comenzaron, ya de modo sistemático, al menos en agosto de 2008 cuando el día 1º y el 13 mataron a un total de once muchachos en dos distintos Centros de Integración de Alcohol y Drogas en Ciudad Juárez. Ahí mismo y durante 2009, nada más entre junio 6 y noviembre 9, hubo otros tres ataques a centros de rehabilitación destacando el del 2 de septiembre en El Aliviane, donde ocurrió una matanza de 17, en su mayoría jóvenes.
En 2010, los juvenicidios se extendieron a otros ámbitos del territorio nacional como si de una moda perversa se tratase: el 10 de junio nos estremecimos con la masacre de 19 chavos de entre 18 y 25 años en el Centro Cristiano Fe y Vida en la ciudad de Chihuahua y con los testimonios de cómo los sacaron de sus cuartos en la madrugada para formarlos contra la pared y balacearlos hasta destrozar sus cuerpos; apenas 16 días después en la capital de Durango 9 fueron ejecutados en el Centro Fuerza para Vivir; y este 24 de octubre en El Camino de Tijuana 13 fueron los muertos; dos menos que los 15 masacrados 3 días más tarde en un autolavado en Tepic donde laboraban como complemento a su tratamiento. Nótese que, hasta aquí, el recuento sólo incluye a jóvenes que estaban intentando su rehabilitación.
Sí, ya sé que los de siempre dirán que son simples pleitos entre pandillas y cárteles. Aunque ahora hay que considerar también la tesis de aterradoras operaciones de “limpieza” de escuadrones de la muerte particulares para acabar con jóvenes probablemente narcomenudistas y por lo tanto escoria prescindible. En cualquier caso y venga de donde venga el primer mensaje es igualmente brutal: primero muertos que rehabilitados.
Y si añadimos otros juvenicidios nada más este año: 15 en Villas de Salvárcar; 10 en el Bar Ferrie de Torreón; 10 en Pueblo Nuevo, Durango; 8 en el Bar Juanes de Tijuana; 17 en Quinta Italia en Torreón; 14 en Horizontes del Sur en Juárez y 7 en Tepito en el DF el escenario es de horror y el segundo mensaje todavía peor: el gobierno no puede protegerlos pero nosotros sí podemos matarlos.
Una simple revisión cronológica establece que los ataques en contra de jóvenes comenzaron, ya de modo sistemático, al menos en agosto de 2008 cuando el día 1º y el 13 mataron a un total de once muchachos en dos distintos Centros de Integración de Alcohol y Drogas en Ciudad Juárez. Ahí mismo y durante 2009, nada más entre junio 6 y noviembre 9, hubo otros tres ataques a centros de rehabilitación destacando el del 2 de septiembre en El Aliviane, donde ocurrió una matanza de 17, en su mayoría jóvenes.
En 2010, los juvenicidios se extendieron a otros ámbitos del territorio nacional como si de una moda perversa se tratase: el 10 de junio nos estremecimos con la masacre de 19 chavos de entre 18 y 25 años en el Centro Cristiano Fe y Vida en la ciudad de Chihuahua y con los testimonios de cómo los sacaron de sus cuartos en la madrugada para formarlos contra la pared y balacearlos hasta destrozar sus cuerpos; apenas 16 días después en la capital de Durango 9 fueron ejecutados en el Centro Fuerza para Vivir; y este 24 de octubre en El Camino de Tijuana 13 fueron los muertos; dos menos que los 15 masacrados 3 días más tarde en un autolavado en Tepic donde laboraban como complemento a su tratamiento. Nótese que, hasta aquí, el recuento sólo incluye a jóvenes que estaban intentando su rehabilitación.
Sí, ya sé que los de siempre dirán que son simples pleitos entre pandillas y cárteles. Aunque ahora hay que considerar también la tesis de aterradoras operaciones de “limpieza” de escuadrones de la muerte particulares para acabar con jóvenes probablemente narcomenudistas y por lo tanto escoria prescindible. En cualquier caso y venga de donde venga el primer mensaje es igualmente brutal: primero muertos que rehabilitados.
Y si añadimos otros juvenicidios nada más este año: 15 en Villas de Salvárcar; 10 en el Bar Ferrie de Torreón; 10 en Pueblo Nuevo, Durango; 8 en el Bar Juanes de Tijuana; 17 en Quinta Italia en Torreón; 14 en Horizontes del Sur en Juárez y 7 en Tepito en el DF el escenario es de horror y el segundo mensaje todavía peor: el gobierno no puede protegerlos pero nosotros sí podemos matarlos.
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