
Hace unos días el embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual, publicó en El Universal un artículo (
WikiLeaks en contexto, http://bit.ly/fx6GOC) dedicado a justificar los actos de su gobierno puestos al descubierto por el sitio que preside el perseguido Julian Assange. El diplomático pone empeño en ganarse su salario mediante contorsiones conceptuales dignas del Cirque du Soleil y mentiras tan graciosas como que para Estados Unidos la relación más importante en el mundo es la que tiene con México. Buena palmada en el hombro a quienes quieran recibirla, de entre los habitantes de esto que –se confirma en los cables difundidos– Washington considera su patio trasero.
Sí: los canales de comunicación confidenciales
 son un  instrumento aceptado y de uso cotidiano por todas las diplomacias del  mundo. Valga, pues, la hipocresía, porque el oficio diplomático la  requiere. Pero las revelaciones de Wikileaks van más allá de  los chismorreos digitales entre, pongamos por caso, Pascual y Hillary  Clinton: refiere el espionaje personal a altos funcionarios de la ONU,  conspiraciones para proteger a criminales de guerra, connivencias  lamentables con regímenes podridos (el que encabeza Calderón es sólo uno  de la larga nómina), empeños depravados (no se me ocurre otra palabra)  por mantener en la más absoluta indefensión a los infelices que se  encuentran secuestrados en Guantánamo, conspiraciones para ocultar los  vuelos secretos
 de la CIA en los que se llevó a incontables  personas a centros de tortura o al matadero, mantenimiento de gobiernos  títeres, como en Irak y Afganistán o, si nos remontamos un poco atrás en  el tiempo, la agresión contra Panamá en la que los gringos asesinaron a  miles de civiles inermes. En suma, lo grave no es que Washington y sus  misiones diplomáticas intercambien secretitos al oído, sino que el  gobierno de Estados Unidos sea tan irremediablemente inmoral y canalla  (el que comete o es capaz de cometer acciones viles contra otros, dice  María Moliner) en su trato con el resto del mundo.
Valga la hipocresía, pero es de una vileza sin límites que  Pascual pretenda poner a Wikileaks y a Assange como traidores  a la transparencia
 y como amenazas contra los activistas en pro  de la democracia, las mujeres valerosas que combaten para terminar el  flagelo de la trata con fines de explotación sexual, los científicos de  buena conciencia que buscan detener la proliferación nuclear, la policía  y los juristas que trabajan para mantener el imperio de la ley
.
Las revelaciones del acosado sitio internético no afectan la imagen ni la tarea diplomática de las personas ni de los gobernantes que actúan con apego a la ética. Son devastadoras, en cambio, para los regímenes que, como los de Estados Unidos y México, ejercen el poder mediante la mentira, la infracción de las leyes, la traición sistemática a los intereses de sus respectivas poblaciones y el sometimiento a los designios de las corporaciones empresariales.
No es necesario contar con mucha información sobre Julian Assange y lo que él representa para ver en él y en Wikileaks un esfuerzo heroico de transparencia y de control social sobre gobiernos desbocados. Indigna, pero no sorprende, que miembros prominentes de la clase política de Estados Unidos y de Canadá llamen públicamente (¿qué dirán en privado?) a asesinar al australiano; se comprende, aunque resulte escandalosa, la furia judicial, propagandística y diplomática de Washington contra el sitio internético y su director. Los ciudadanos honestos y de buena voluntad de todo el mundo tenemos el deber de dar un apoyo efectivo a Assange y a Wikileaks (http://bit.ly/htWa7n) difundiendo sus revelaciones, pero también mediante donaciones de dinero. Si los grandes poderes políticos, mediáticos y económicos lograran acallarlos, la transparencia y la democracia en el planeta sufrirían una derrota devastadora y una regresión terrible a la oscuridad del poder totalitario, inescrutable e impune.
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