Por Javier Solórzano
10 diciembre 2010
La numeralia nunca refleja el drama. Treinta mil muertos en Ciudad Juárez o en Río de Janeiro son 30 mil muertos, son seres humanos, dice Antanas Mockus. Si se quiere comparar con números para suponer que así conoceremos qué ciudad es más violenta, a algo se va a llegar. Cuando se hace aparece la inquisitiva molestia de los habitantes de las ciudades a las que los números hacen más o menos violentas. La tentación de compar puede quitar del camino la mirada crítica y analítica.
Si a Juárez se le ve en función de números se pierde, como dice Gustavo de la Rosa, el sentido y el drama de la violencia cotidiana. El gobierno pareciera nadar de muertito. Desde que se instrumentó el fallido Todos Somos Juárez, el gobierno administra el conflicto. La no información tremendista, dura y dolorosa, no es sinónimo de que el problema vaya a resolverse. Los nuevos gobiernos, estatal y municipal, poco o nada han aportado.
Las comparaciones con Río de Janeiro recuerdan las que hizo el Presidente hace algunos meses. En aquella ocasión Calderón decía que se habla injustamente sobre México. Comparó a nuestro país con la violencia de Brasil y Centroamérica. Como todo es relativo, al final lo dicho por Calderón pareció más un comentario de mal gusto que un intento de defensa.
Río de Janeiro está bajo un proceso que habrá que seguir con atención. Las autoridades federales, con apoyo pleno de las locales, realizaron operativos que han logrado sacar de las favelas a un buen número de poderosos narcos. Habrá que esperar en qué acaba, pero sin duda un dispositivo de esta naturaleza muestra la voluntad de lo que se quiere hacer y de lo que se busca a futuro con juegos olímpicos, mundial de futbol o sin ellos.
En Juárez puede haber menos muertos, pero no hay una estrategia que permita vislumbrar la posibilidad de que la descomposición social pueda ser revertida. ¿Qué es lo que hace diferente a Juárez? Que no hay avances, que la descomposición social es grave y evidente, que muchos de sus habitantes están migrando, y que por más que haya programas en busca de cambiar las cosas, simple y sencillamente no se avanza.
No comparemos. Veamos lo que pasa y enfrentémoslo porque la tentación de comparar puede llevarnos a olvidar la gravedad de la situación. Citemos de nuevo a De la Rosa: “Con comparaciones o sin ellas, los retamos a que se vengan a vivir para acá para que sientan y vean lo que pasa”.
¡OOOUUCHCH! Si usted viviera en Washington, trabajara como académico y pudiera, por trabajo, viajar por Latinoamérica, ¿vendría a dirigir el PRD para arreglar las alianzas, las elecciones sin rumbo del Edomex, la presidencial y, además, intentar sofocar a las tribus que un día dicen una cosa y luego otra en medio de un partido que está al borde del rompimiento?
Si a Juárez se le ve en función de números se pierde, como dice Gustavo de la Rosa, el sentido y el drama de la violencia cotidiana. El gobierno pareciera nadar de muertito. Desde que se instrumentó el fallido Todos Somos Juárez, el gobierno administra el conflicto. La no información tremendista, dura y dolorosa, no es sinónimo de que el problema vaya a resolverse. Los nuevos gobiernos, estatal y municipal, poco o nada han aportado.
Las comparaciones con Río de Janeiro recuerdan las que hizo el Presidente hace algunos meses. En aquella ocasión Calderón decía que se habla injustamente sobre México. Comparó a nuestro país con la violencia de Brasil y Centroamérica. Como todo es relativo, al final lo dicho por Calderón pareció más un comentario de mal gusto que un intento de defensa.
Río de Janeiro está bajo un proceso que habrá que seguir con atención. Las autoridades federales, con apoyo pleno de las locales, realizaron operativos que han logrado sacar de las favelas a un buen número de poderosos narcos. Habrá que esperar en qué acaba, pero sin duda un dispositivo de esta naturaleza muestra la voluntad de lo que se quiere hacer y de lo que se busca a futuro con juegos olímpicos, mundial de futbol o sin ellos.
En Juárez puede haber menos muertos, pero no hay una estrategia que permita vislumbrar la posibilidad de que la descomposición social pueda ser revertida. ¿Qué es lo que hace diferente a Juárez? Que no hay avances, que la descomposición social es grave y evidente, que muchos de sus habitantes están migrando, y que por más que haya programas en busca de cambiar las cosas, simple y sencillamente no se avanza.
No comparemos. Veamos lo que pasa y enfrentémoslo porque la tentación de comparar puede llevarnos a olvidar la gravedad de la situación. Citemos de nuevo a De la Rosa: “Con comparaciones o sin ellas, los retamos a que se vengan a vivir para acá para que sientan y vean lo que pasa”.
¡OOOUUCHCH! Si usted viviera en Washington, trabajara como académico y pudiera, por trabajo, viajar por Latinoamérica, ¿vendría a dirigir el PRD para arreglar las alianzas, las elecciones sin rumbo del Edomex, la presidencial y, además, intentar sofocar a las tribus que un día dicen una cosa y luego otra en medio de un partido que está al borde del rompimiento?
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