MÉXICO, D.F., 21 de enero (apro).- Hu Jintao, el presidente de la República Popular China, llegó a Estados Unidos, en visita oficial, como una celebridad de gran calibre. Y así fue atendido y tratado en cada uno de los actos oficiales y encuentros que sostuvo con legisladores, empresarios y líderes políticos hasta este viernes, cuando concluyó su visita.
Y es que no era para menos. Se trataba del jefe de gobierno de un país que tiene capacidades únicas y que ha deslumbrado al mundo. Hace apenas unos días Hu dijo a los periódicos insignia de Estados Unidos, The Washington Post y The Wall Street Journal: “Ambos países tenemos mucho que ganar de unas buenas relaciones y mucho qué perder de la confrontación”.
Al buen entendedor, pocas palabras. El creciente peso económico de China le ha dado una relevancia política extraordinaria. No sólo es la segunda economía del mundo, sino la primera nación exportadora y una enorme importadora.
En un reciente artículo publicado en la revista del Fondo Monetario Internacional, Finanzas y Desarrollo, de diciembre de 2010, se señala que el alto ritmo de crecimiento, logrado desde las reformas económicas y políticas de finales de los años setenta, le ha permitido a China duplicar su economía cada 7-8 años, al tiempo que ha multiplicado 16 veces su ingreso nacional en el tiempo de vida de una generación, lo que no tiene precedente histórico.
Su enorme población, más de mil 300 millones de habitantes, que representa la quinta parte del total mundial, hace que este logro sea asombroso. Cerca de 400 millones de chinos salieron de la pobreza como resultado de este esfuerzo. Además, su expansión económica hace apenas unas décadas impactaba solamente a sus vecinos, pero actualmente afecta al mundo entero.
Esta influencia se ha expandido también al mundo financiero. China, con base en sus enormes excedentes comerciales, ha establecido una estrategia de inversión, que primero adquirió bonos gubernamentales del Tesoro de Estados Unidos, luego compró papel de empresas presupuestalmente controladas por el gobierno estadounidense, se movió a emisiones de deuda de otros gobiernos y llegó incluso a plantearse invertir en derivados y papeles representativos de los títulos de vehículos de inversión estructurada.
Se cuenta que el presidente y el vicepresidente del Banco Central Chino reunieron un grupo de economistas de la Universidad de Pekin, a quienes preguntaron sobre el riesgo de invertir en derivados, conduits, estructuras complejas y otras innovaciones financieras.
Ante el desconocimiento de la naturaleza del riesgo de esos instrumentos, se ordenó una investigación que concluyó señalando que el valor de los nuevos productos financieros que circulaban en el mundo podía entenderse si se ordenaban decenas de espejos ligeramente inclinados, para que la vista pudiera recorrerlos.
Al final la lejana imagen era imprecisa. Así era el valor que respaldaba esos instrumentos y, en consecuencia, el riesgo no era medible.
Los funcionarios chinos decidieron no invertir en eso y se mantuvieron en papeles menos complejos que, por supuesto, ofrecían menores rendimientos. De modo que la debacle financiera de 2008 a ellos no sólo no les afectó, sino que incrementaron sensiblemente su capacidad de inversión en los mercados globales.
Según The Financial Times, entre 2008 y 2010, justo en el epicentro de la crisis financiera, China prestó a países en desarrollo 110 mil millones de dólares, por supuesto más que Estados Unidos e incluso más que el Banco Mundial.
China se ha convertido en el banquero del mundo. Un prestamista que compra deuda de Grecia, Portugal, Irlanda y España en el mercado secundario. Lo hace, además, en momentos decisivos.
Frente a los ataques de mercados a gobiernos europeos, los chinos compran y calman la situación, lo que venden como apoyo a los gobiernos de los países en cuestión. Aprovechan las presiones que han elevado la tasa que pagan las emisiones de deuda soberana, de modo que obtienen rendimientos elevados, muy por encima de los que obtendrían comprando bonos del Tesoro estadounidense.
Así que el apoyo les reditúa. La crisis europea les ha ayudado a diversificar su portafolio, reduciendo su tenencia de papeles de Estados Unidos. Además, cuando anuncian apoyos en el mercado de capitales a gobiernos apurados, aprovechan para conseguir contratos en los que aparece que anuncian inversión china directa en sectores fundamentales para garantizar sus abastecimientos a mediano y largo plazo.
En Grecia están invirtiendo cantidades exorbitantes en la compra de activos en el puerto de El Pireo; en Irlanda también han abierto la cartera. A España llegarán los poderosos banqueros chinos.
En 2004 las inversiones chinas en el mundo ni pintaban. En 2009 llegaron a 4% del total mundial. En 2010 aumentaron a 5% y en este 2011 seguramente crecerán hasta 7% u 8%, coinciden análisis internacionales.
Esta capacidad de inversión directa hace de China un jugador económico muy relevante y le permite ser un actor político decisivo. La pasada reunión del G 20 atestiguó que si China no acepta, no hay acuerdo en ese grupo. Probablemente tampoco tenga la capacidad para imponer sus puntos de vista, pero su capacidad de veto es indudable.
Así que esta potencia emergente no sólo es ya un protagonista fundamental en el escenario mundial, es un nuevo polo mundial. Ha aprendido de Occidente la manera de hacer negocios, pero tiene otra cultura.
Sus valores políticos no son los de la democracia occidental, su organización política con un partido único es diferente. Tiene, por supuesto, pesadas culpas: lejanas algunas, como lo ocurrido durante la revolución cultural, cercanas otras, como la represión en Tiananmen a una manifestación pacífica.
Por eso ha detenido y mantiene en prisión a disidentes que han reclamado, con razón, que China adopte valores universales de tolerancia y respeto, incluso valores democráticos. Ese es su talón de Aquiles.
Y en su visita a Estados Unidos, algunos así se lo reclamaron a Hu Jintao. Pero esas críticas y esos reclamos en nada empañaron la cortesía.
Estados Unidos no está para darle malos tratos a los chinos, y menos ahora que tanto necesita de ellos, pues su economía –que es un tercio de la de EU-- está creciendo a un ritmo entre dos y tres veces más rápido que la estadounidense.
Estados Unidos ha hecho todo lo que está a su alcance, en materia fiscal y monetaria, para echar a andar su economía. Pero ésta se recupera lentamente, y el empleo, peor aún, avanza a paso de tortuga.
Es sintomático que uno de los primeros acuerdos entre Hu y Obama haya sido la firma de contratos de inversión china en EU –incluidos unos 19 mil millones de dólares en Chicago para la compra de 200 aviones Boeing--, que podrán generar más de 235 mil empleos.
No hay duda, pues, que China está ya en las grandes ligas de la economía y la política internacionales.
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