Para Rafael Barajas, El Fisgón,
por la coincidencia.
Así, “lento y obsequioso” —“servil” diría El Fisgón en su cartón de ayer en La Jornada— con un gobierno, el de Barack Obama, que para que no le falte droga a sus millones de adictos y aquí sigamos poniendo los muertos nos manda armas y dólares, se ha portado, para vergüenza de México, Felipe Calderón Hinojosa.
Ante un “acto de guerra”, porque eso y no otra cosa es que oficiales del gobierno estadunidense hayan permitido, en el operativo Rápido y Furioso, la introducción ilegal en México de 2 mil armas de asalto, nada ha hecho, más allá de una nota diplomática, el hombre que está sentado —“haiga sido como haiga sido”— en la silla presidencial.
Rumiando su vergüenza estará Felipe Calderón mientras esos dos mil fusiles de asalto, en manos de criminales gracias al gobierno de “su amigo”, vomitan fuego y siguen cobrando vidas inocentes.
Rumiando su vergüenza estará Felipe Calderón mientras que soldados y policías caen víctimas de las balas disparadas por esos fusiles. ¿Con qué cara enfrentara ese señor, al que se le hizo fácil vestirse de general, a esos soldados, oficiales y jefes que combaten en el terreno?
Escribí aquí, la semana pasada y luego de que Obama, en un arrebato retórico de corta duración, dijera en Washington: “La lucha de Calderón es también nuestra” que, el mandatario estadunidense podrá ser aliado del hombre de Los Pinos, pero no de México. Me equivoqué. Tampoco a Felipe Calderón apoya Obama.
Escribí también la semana pasada que no tardarían los norteamericanos, muy dados a bajarle los humos a sus supuestos aliados después de permitirles posar junto a su presidente, en exhibirlo de nuevo con aquello del Estado fallido y la narcoinsurgencia. También en eso me equivoqué.
A Calderón, los norteamericanos que ni la burla perdonan y que, como es bien sabido, tienen intereses pero no amigos, lo tenían, aun antes de bajarse del avión, en la mira. El ridículo es lo que, a la luz de las revelaciones a la CBS de los agentes de la ATF involucrados en ese criminal operativo, fue a hacer a Washington.
Y el ridículo es el que hacen los más altos funcionarios de este gobierno, la cancillería misma, paralizados por una noticia que pone de manifiesto la fragilidad extrema de su relación con Estados Unidos.
De “una colaboración sin precedentes que se demuestra con hechos” habló Calderón, al lado de Obama y ante los medios y esto mientras se gestaba ya el escándalo y hacían los periodistas sus pesquisas.
¿Sabían ya él y sus colaboradores que el asunto del operativo iba a estallarles en la cara apenas unos días después de su “exitosa” visita de Estado? Malo sí lo sabían, peor si no.
Colapsa así la estrategia diplomática de este gobierno que, a paso firme y acelerado, avanza —llevándose, desgraciadamente, al país en el mismo saco— rumbo a la debacle.
¿Quién, en el mundo, puede creerle a este hombre al que su “aliado” más cercano, su “socio estratégico” burla y en materia tan delicada de esta manera tan criminal?
¿Quién puede meter las manos al fuego por un gobierno y un hombre que no tiene medios y contactos para enterarse de un asunto tan grueso antes de que se entere la prensa?
¿No hubo en Washington un funcionario, un cabildero, una agencia que pusiera a Calderón sobre aviso? ¿Nadie en tantos meses sospechó de la existencia de este operativo? ¿Y qué de la inteligencia militar y de los aparatos diplomáticos y de las estrechísimas relaciones entre los grandes jefes militares y de seguridad de uno y otro lado de la frontera?
Muy valiente se habría sentido, me imagino, Felipe Calderón por haber hablado, ante los editores del Washington Post, de la molestia de su gobierno por los cables diplomáticos filtrados por WikiLeaks.
Más valiente todavía por haberse atrevido a exigir ante su aliado la cabeza del embajador Carlos Pascual. Demanda, por cierto, que por la vía de un boletín del Departamento de Estado y sin más trámite le fue negada.
¿Qué pensarán hoy esos mismos editores, de uno de los diarios más importantes del mundo, del hombre que, dirigiendo una guerra, no tiene ni siquiera información precisa y actualizada de las acciones, que en contra de su esfuerzo principal, hace su aliado estratégico?
Oxígeno fue a buscar, en la inminencia de proceso sucesorio, Felipe Calderón a Washington. Oxígeno y claro, adicto como es a la propaganda, un caudal de fotos y muchos minutos en la pantalla de tv.
Como el que con la tv mata por la tv muere esos minutos conseguidos hoy se le revierten. Rápido y Furioso, para vergüenza de Calderón, en esta ominosa versión, es también un éxito de taquilla.
Golpe brutal le han asestado a su orgullo, a su credibilidad, a su solvencia como comandante en jefe de un Ejército ofendido por los duros juicios de los diplomáticos estadunidenses —que siguen tan campantes en sus puestos— y que a ese agravio suma esta traición que pagan con sangre.
Ojalá fuera la honra de Felipe Calderón lo único perdido en este asunto. Lástima que seamos, de nuevo, nosotros los que ponemos los muertos.
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