TOLIMA, COLOMBIA.- La camioneta traquetea por el camino de maleza tropical y deja atrás el último retén. Desde el asiento del copiloto, el mayor Reyes –lentes oscuros, uniforme verde de la Policía Nacional de Colombia, siempre bajo ese seudónimo– presume que es uno de los “comandos Jungla” que se encarga de adiestrar a los policías y soldados mexicanos que lucharán “contra el flagelo del narcotráfico”.
Tiene en su lista a 107 alumnos latinoamericanos; de ellos, 33 son colombianos y 16 mexicanos: 15 policías federales y un miembro del Ejército.
Si todos ellos sobreviven al rudo curso de 19 semanas –durante las que cargan equipos de 25 kilos y enflacan hasta 15 ellos mismos–, serán dignos aprendices de los Jungla: militares de élite capaces de capturar narcotraficantes atrincherados en fortalezas, desmantelar laboratorios de drogas sintéticas camuflados en la selva, infiltrar filas enemigas, desactivar minas personales plantadas en narcocultivos, manejar explosivos, saltar desde helicópteros a vehículos en movimiento, diseñar operaciones de riesgo y curar a los heridos.
“De México hay una participación grandísima, es uno de los países que manda un número significativo (de alumnos), pues teniendo el flagelo del narcotráfico están aprovechando la experiencia de Colombia”, comenta Reyes de camino al Centro Nacional de Entrenamiento y Operaciones Policiales (Cenop), una base de mil 700 hectáreas con ríos, montañas y selva a tres horas de Bogotá.
Él y los demás capacitadores entrevistados en el recorrido se dirán orgullosos de ser “hombres Jungla”; presumirán que la experiencia colombiana “y la sangre derramada” están al servicio de las policías del mundo.
Pero las evidencias indican que el gobierno de Estados Unidos es la mano invisible que instruye a quienes después serán instructores, financia el centro y patrocina una parte de la matrícula de los alumnos; el entrenamiento de cada uno cuesta unos 170 mil pesos mexicanos.
En el Cenop las actividades comienzan a las cinco de la mañana, cuando los estudiantes salen al patio en shorts a practicar una hora de pesados ejercicios para que, con el transcurso de las semanas, no les cueste trabajo cargar por los cerros sus pesados equipos y transportar camillas con compañeros. Después se bañan, tienden sus camas y desayunan.
De las ocho de la mañana al mediodía toman clases teóricas y posteriormente hacen una pausa para comer. A partir de las dos de la tarde tienen prácticas físicas, un tiempo para hacer tareas y la cena. Dependiendo del entrenamiento, las actividades pueden acabar a las seis de la tarde o hasta la una de la mañana.
–¿Quién de ustedes es mexicano? –pregunta con su voz de mando el coronel José Luis Ramírez, subdirector del centro, al entrar a uno de los dormitorios.
Los internos lo reciben en posición de firmes, a un costado de sus literas. Resalta el distinto colorido de los uniformes militares y policiacos de Brasil, Belice, Costa Rica, República Dominicana, Paraguay, Panamá, Ecuador, Guatemala, Honduras, Colombia, Bolivia y México.
Un hombre de 30 años con el uniforme azul de la Policía Federal da un paso al frente. Comienza un diálogo-interrogatorio:
–¿Cree que va a terminar el entrenamiento, que es bastante fuerte? –pregunta el coronel en voz alta.
–Claro que sí. Es cansado el adiestramiento pero estamos con todo el ánimo del mundo de terminar el curso –dice el federal con la vista al frente.
–En México, ¿dónde están aplicando los conocimientos adquiridos aquí?
–En las zonas rurales, donde hay mucha vegetación, las de difícil acceso, la serranía, donde es difícil trasladar al personal.
–¿En la búsqueda de qué?
–En la búsqueda de laboratorios o plantíos de mariguana.
Policías en campaña
El Cenop está blindado por montañas; cualquier enemigo que intente acercarse podría ser detectado. En el monte la vegetación se mueve. De entre la rala maleza van surgiendo hombres con uniforme de campaña, con el rostro camuflado con pintura y armados con ametralladoras M-60 calibre 7.62.
Se desplazan lentos, sincronizados, sin hacer ruido. Dos van de avanzada, uno lleva un teléfono, después todo el grupo se concentra en un paraje. Forman un círculo de seguridad: se mantienen en el piso, con las armas listas apuntando en todas direcciones. Es un ejercicio de patrullaje para el descubrimiento y ocupación de sembradíos de amapola.
“En la lucha contra el narcotráfico el patrullaje se utiliza para avanzar por terrenos boscosos donde la vegetación es espesa, con sus medidas de seguridad en caso de que hubiera presencia del enemigo. Ellos vienen, hacen reconocimiento del área, la aseguran para que entren las compañías de erradicación”, explica el instructor.
Los alumnos se mantienen congelados, en espera de la siguiente orden. En los distintivos de algunos uniformes se alcanza a ver la bandera mexicana.
–¿Cómo le hacen para no confundir sospechosos con criminales? –se le pregunta.
–Uno tiene una posición de inteligencia del sector; sabe qué fuerzas amigas y enemigas tenemos ahí, qué uniforme utiliza el personal enemigo. Aunque muchas veces ellos tratan de confundirlos con las propias tropas, pero para eso están las señas, las coordinaciones con los altos mandos –responde.
–¿Y si los enemigos no usan uniforme?
–La orden es que hasta que no los identifiquen no se puede hacer nada. Y si están de civiles, las voces de mando dicen: “alto, traten de cubrir el área para tenerlos controlados”, y entonces se reacciona: si tienen que capturar o de pronto tratar de reaccionar con su arma, ya que es prioridad la vida del personal.
–¿Hay forma de equivocarse?
–No, porque hay parámetros, como identificar al enemigo, tener conocimiento del área, y si se encuentra personal del que usted no tiene información, hay que identificarlo: “¡alto!, santo y seña. ¿Qué función está cumpliendo? ¿Quién es usted?”. Porque de pronto puede ser un vigilante de una finca y usted no puede hacer un disparo hasta que no lo identifique.
El instructor voltea hacia los jóvenes engarrotados y les grita: “¡Rápido, rápido!”. Ellos caminan aprisa en fila india, pisando las hojas secas.
La mano estadunidense
El mayor Reyes explica que los comandos Jungla surgieron en 1989 a partir de la capacitación que el Servicio Aéreo Especial británico brindó a oficiales colombianos. En 1991 se creó la corporación que hasta la fecha ha impartido 23 cursos nacionales y nueve internacionales, entre los que se cuenta la capacitación a unos 7 mil policías en México.
“Posteriormente vamos perfeccionando las técnicas, luego se tiene el apoyo del Séptimo Grupo de las Fuerzas Especiales estadunidenses, que también aporta técnicas. Nosotros las consolidamos y proyectamos técnicas propias, teniendo en cuenta cultura, idiosincrasia y geografía del país”, explica el oficial.
El coronel Ramírez acota: “A nosotros nos ha apoyado siempre Estados Unidos (…), pero el comando Jungla no es reflejo del británico o del norteamericano, es la experiencia que ha pasado la Policía Nacional de Colombia en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo”.
Los documentos indican otra cosa. El programa Jungla depende fuertemente de la DEA, la cual se pone de acuerdo con los comandantes colombianos para “coordinar entrenamiento, asistencia en operaciones y apoyo logístico”, según consta en el cable diplomático 10BOGOTA508, elaborado por funcionarios de la embajada de Estados Unidos en Colombia y filtrado por WikiLeaks.
El cable diplomático, fechado en julio de 2008, indica: “El alto grado de autonomía y el soberbio régimen de entrenamiento hace del programa Jungla uno de los programas nacionalizados más eficaces de la embajada (…) Las muchas contribuciones del programa Jungla a los esfuerzos antinarcóticos, tanto en Colombia como en la escena internacional, demuestran la alta rentabilidad que esta inversión sostenida del gobierno de Estados Unidos sigue dando”.
Incluso presume que desde 2007 la escuela Jungla abrió sus puertas a policías de toda Latinoamérica y de Afganistán, y que nueve instructores estarían hasta agosto de 2008 en Jalisco para entrenar a 60 policías mexicanos.
Un reportaje de The Washington Post, publicado en enero de 2011, confirmó que los colombianos entrenan en operaciones antinarcóticos a miles de policías, soldados, fiscales y jueces mexicanos, en su país o en Colombia, y que la lógica de esta maniobra sería esquivar el sentimiento nacionalista.
“El nuevo rol que juega Colombia en la administración Obama, la cual financia una parte del entrenamiento y tiene una cercana alianza con Colombia, es brindar una manera políticamente viable para entrenar a las fuerzas de seguridad mexicanas sin una considerable presencia de militares o policías estadunidenses en México. Posicionar fuerzas estadunidenses ahí sería políticamente controvertido en México, aun cuando Washington aporta cientos de millones de dólares para ayudar a acabar con los poderosos cárteles de la droga”, indicó el periodista Juan Forero desde Colombia.
Citado por el Post, el mexicanólogo Roderic Ai Camp opinó: “Los militares estadunidenses pueden hacer mucho más indirectamente, por conducto de los colombianos, que lo que en términos políticos podrían realizar directamente”.
La generosidad colombiana estuvo a punto de abortar a causa de la corrupción de los policías mexicanos, reveló el cable 08MEXICO3498, difundido por el diario La Jornada y en el cual el general Óscar Naranjo, director de la Policía Nacional de Colombia, amenazó a Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública de México, con cancelar los cursos por “los niveles de corrupción en las fuerzas” de esa dependencia. Temía que la corrupción alcanzara a sus paisanos.
Aunque en esta ciudad del entrenamiento los maestros aseguran que no tienen problemas con los mexicanos, Reyes comenta que ya no capacitan a policías municipales y estatales porque “se tiene información” de que, al terminar el periodo del gobernador o alcalde que los contrató, quedan fuera de las instituciones y son reclutados por los delincuentes. Cuando esto sucede, “el nivel de entrenamiento que tienen los muchachos lo aprovechaban para el sentido contrario”, comenta.
En su papel de exportadora de estrategias y técnicas antinarco, la Policía Nacional colombiana presume como uno de sus logros la operación de captura y ejecución del capo Pablo Escobar.
La realidad mexicana
En segundos, cuatro jóvenes se deslizan de una altura de 20 metros desde una estructura de medidas similares a las de un helicóptero mediano. Repiten el ejercicio varias veces: primero uno por uno, después tensando la cuerda para que el resto baje, y luego deteniéndose a medio camino. Con esos deslizamientos se entrenan para asaltos rápidos, sorpresivos.
–¿Y eso de qué sirve en la lucha contra el narco? –se le pregunta al instructor Orlando Martínez.
–Los laboratorios o los cultivos ilícitos están en partes donde no hay carreteras para llegar en vehículo, no hay caminos; entonces toca ir por encima. En la selva encontramos árboles de 50 metros, entonces (este entrenamiento) se utiliza mucho para infiltraciones.
–¿Y en las ciudades también?
–En la parte urbana aplicamos una soga rápida, pero entre más bajo mejor. No hay árboles altos pero hay edificios. Cuando el comando está a un metro se puede bajar por sus propios medios saltando del helicóptero, pero después de dos metros se hace necesario utilizar cuerda.
Los 16 paisanos que reciben entrenamiento fueron elegidos por sus superiores y posteriormente tuvieron que aprobar exámenes físicos y mentales aplicados por los colombianos. Tienen de 22 a 32 años. A su regreso tendrán que enseñarles a sus compañeros lo aprendido.
Cuando se les pregunta qué partes del curso les han servido, dan respuestas variadas. Algunos se quejan de que las clases se enfocan mucho en técnicas rurales antiguerrillas que no sirven en México, donde el narcotráfico combate en zonas urbanas. Otros, al contrario, dicen que lo aprendido les ayudará para salvarse de las emboscadas que la Policía Federal sufre en Michoacán y Chihuahua, donde sus compañeros han perdido la vida.
“En las áreas rurales el problema es mínimo y la gente, que es humilde, no busca problemas con nosotros ni han llegado al extremo de ponernos minas; en cambio, el problema urbano ha sido muy pesado”, explica uno de los alumnos mexicanos que pidió el anonimato.
Otro opina: “Las técnicas que nos enseñan podemos aplicarlas en el caso de Michoacán; la mayoría hemos estado ahí, donde ocurren las emboscadas al personal de la PF y en esos momentos no se ha podido reaccionar por la falta de conocimiento. Con la experiencia en la vida real del comando Jungla podemos ponerle un alto al gran índice de emboscadas”.
Posteriormente, el mayor Reyes aclara que conforme el curso avance se impartirán técnicas para la operación urbana y que los Jungla se basan en lo operativo, pero que otras unidades enseñan las estrategias de inteligencia previas al operativo.
–¿Cómo los capacitan para no herir a gente inocente o no confundirla con criminales? –se le pregunta.
–Nosotros estamos entrenados para objetivos claros, precisos, discriminados. No se hacen acciones contra grupos indeterminados.
–¿Y cómo enseñan el uso proporcional de la fuerza?
–Todo el entrenamiento se basa en derechos humanos. El nivel es tan alto que el uso de la fuerza es el último recurso. Lo ideal es que sea una operación limpia, y eso se basa mucho en información; vamos muy de la mano con la parte de inteligencia.
–Pero si empiezan una balacera contra un grupo de narcos armados en las calles…
–Bueno, aquí en Colombia no pasa eso de ver un narco por las calles, lógicamente –interrumpe, sorprendido por la pregunta–, y si alguien lo ve, pues no piensa que es… ya que ellos no están a la luz pública porque si no, estarían capturados… difícilmente…
Está pasmado. No concibe ciudades donde sicarios y policías se persigan a balazos como en el Viejo Oeste, que en las persecuciones maten a ciudadanos inocentes que pasaban por el lugar ni que los narcos viajen en convoyes con placas que identifican a qué cartel pertenecen, como ocurre en México. Eso no pasa en Colombia.
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