Puno, Perú. Dina Apomayta, de 36 años, es heredera de las culturas andinas Tiahuanaco y Lupaca, que veneran la tierra y sus frutos desde 2500 antes de Cristo. Esta aymara junto con otras muchas mujeres rurales protegen la biodiversidad agrícola en nombre de sus familias y pueblos.
“Cuidamos la tierra trabajando organizadamente. Como madres participamos en el cultivo, la producción y el almacén de los alimentos de nuestros hijos”, comenta Apomayta a la Agencia de Noticias Inter Press Service (IPS) en un alto en su faena en Curitamaya, comunidad a 42 kilómetros de esta capital de la región surandina de Puno, con el mismo nombre.
Los frutos de la tierra en Los Andes, como las diferentes variedades de la papa, el maíz y la quinua (un seudocereal andino con un alto valor nutritivo) dependen en gran medida de las mujeres. Ellas son las que seleccionan las semillas, limpian la chacra (finca) de la mala hierba, ayudan en la cosecha y organizan el almacén.
“Una vez que cosechamos, guardamos, separamos lo que vamos a usar para la casa, la venta y para las semillas. Ya sabemos cómo se hace”, detalla con la naturalidad de quien desde niña fue criada para cultivar y proteger sus alimentos. Éstos son, además, el banco natural de semillas con el que cuenta el mundo andino y ha perdurado por generaciones para beneficio de la humanidad.
Apomayta no sabe, como otras miles de campesinas, cuándo es el Día Mundial de la Mujer Rural (15 de octubre) y que lo que ella hace a diario merece un reconocimiento especial. “La vida en el campo es difícil”, reflexiona sin dramatismo. “Enfrentamos las heladas, las granizadas; es duro, pero ahí salimos adelante”.
En las zonas rurales de este país de 29 millones de habitantes, las mujeres representan el 49.2 por ciento de la población, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística e Informática. De ellas, 20 por ciento son productoras agrarias, pero sólo 4.7 por ciento posee títulos de propiedad de sus tierras.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés) puntualiza que es probable que la cifra de las productoras sea mayor porque existe “un subregistro del trabajo agropecuario de las mujeres”.
“La contribución de las mujeres a la agricultura está ampliamente subestimada. Un 52 por ciento de mujeres rurales son consideradas trabajadoras familiares no remuneradas”, señala la FAO en un documento sobre la mujer en la agricultura, el ambiente y la producción rural en Perú.
Jazmine Casafranca, responsable en Perú de los proyectos de desarrollo rural de la FAO, explica a IPS que su organización está brindando asesoría técnica al gobierno para que elabore un nuevo censo agropecuario y que se pueda visibilizar el rol de la mujer en el campo. El anterior se elaboró hace ya 17 años.
La especialista explica que “las mujeres tienen la responsabilidad de que existan alimentos suficientes para cocinar todos los días. Ellas no dejan solo al hombre en esto, se involucran en las diferentes etapas de la producción y eso a veces no se toma en cuenta en las políticas públicas”.
La funcionaria de la FAO asegura que dicho papel se hace evidente sobre todo en los llamados “periodos estacionales de hambre”, entre septiembre y noviembre, que van del fin de una cosecha al inicio de la nueva siembra.
Hay muchos obstáculos que sortear. Las condiciones climáticas adversas y la migración de los esposos por un mejor empleo y de los hijos por una mejor educación, han hecho que también cambien los roles de las mujeres que se quedan.
Casafranca señala que “cada vez más, las mujeres están asumiendo un papel más importante en el liderazgo de las chacras, son ellas las que muchas veces tienen que asumir el cuidado del ganado y los cultivos a tiempo completo, debido a que su familia se ha ido en busca de nuevas oportunidades”. Resalta que “la situación se agrava con los cambios severos del clima”.
Apomayta, quien también es regidora (concejal) del distrito puneño de Acora, expresa a IPS que la realidad indicada por la funcionaria de la FAO es cierta, pero también lo es que las mujeres de comunidades como la suya han sabido organizarse para enfrentarla. “En Curitamaya trabajamos en grupo, con la comunidad, para estar preparadas”.
Para Casafranca esta capacidad de organizarse de algunas comunidades rurales debe ser vista como una oportunidad para promover un desarrollo productivo comprometido con la protección de la biodiversidad, el respeto al medio ambiente y la participación de la mujer, lo cual requiere un compromiso del Estado y del sector privado.
Ese llamado de la FAO responde fundamentalmente al contexto del incremento de los precios de los alimentos en el mundo que ha acelerado la inseguridad alimentaria y la pobreza en los países más vulnerables. A este tema, por su gravedad, ha dedicado el organismo el Día Mundial de la Alimentación (16 de octubre).
Casafranca señala que “se debe de dar un reconocimiento especial a estas mujeres y hombres que trabajan por mantener ese tesoro escondido, a esa diversidad de alimentos que preservan bajo la tierra y que está vivo gracias a su cultura y sus tradiciones”.
Precisamente la FAO está trabajando el proyecto Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial que se desarrolla en Argelia, Chile, China, Filipinas, Perú y Túnez.
El propósito es preservar los sistemas de adaptación de la biodiversidad agrícola y sus conocimientos ancestrales que han permitido la subsistencia y calidad de vida de muchos pueblos. En Perú, se ha elegido el corredor Puno-Cusco.
El coordinador del proyecto en Perú, Alipio Canahua explica a IPS que en Curitamaya se ha logrado rehabilitar 40 hectáreas de camellones, que son terraplenes ancestrales de agricultura y de reservas de agua.
Las mujeres participan de manera activa en este proyecto. El predominio del machismo en Los Andes, que para muchos impide que la mujer rural pueda desarrollarse, es un problema que tiene sus matices y no puede generalizarse, de acuerdo con Casafranca. “Ahí hay mucho por investigar”.
“Las mujeres también hemos logrado tener voz y voto, nos hemos ganado ese derecho poco a poco”, afirma a IPS Depi Marca, esposa del presidente de la comunidad de Curitamaya.
Los hombres, por su parte, han aprendido a reconocer el trabajo de las mujeres. “Ellas saben ver para qué sirve cada papa, qué cosa se puede cocinar, si está buena, si está mala; y además son buenas comerciantes, ellas saben”, relata a IPS Rafael Pilco, presidente de los conservacionistas de papas nativas de la comunidad de Huama, en la suroriental y andina región de Cusco.
En Huama se cultivan 200 variedades de papas nativas y estos agricultores las protegen de las plagas y los embates climáticos. Hombres y mujeres ayudan a mantener este legado de generación en generación.
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