En la batalla electoral de 2006, los negocios al amparo del poder, los pactos ominosos, la alteración y la falsificación de documentos, las intercepciones telefónicas, las calumnias, la difamación, las reuniones semisecretas, las secretas, y los golpes bajos de la grilla, fueron temas que ocuparon hasta los segundos de los medios electrónicos y los espacios arrinconados de las publicaciones impresas.
En los tiempos que corren se ha vuelto aún más apremiante ir al fondo de la personalidad de los hombres y las mujeres del poder. Vicente Fox fue desquiciante por su ignorancia y su afán aberrante por adornar a su esposa con los atributos que podrían llevarla a la Presidencia de la República. El país está hoy en juego y los imperativos por la verdad cobran el dramático acento de un desolador clamor.
Por estas razones no me sorprendió, pero me atrajo sobremanera, que un día llegara a mi casa, silencioso, un documento insólito. Se trataba, en primer lugar, del comprobante de una transferencia realizada a través de Banorte, por el concepto de “pago de factura”, al beneficiario Hildebrando, S.A. de C.V. La fecha: 28 de abril de 2006.
En otra hoja destaca, en letras de buen tamaño, el nombre Hildebrando, sin apellido. Se trata de una factura expedida por la compañía de Hildebrando Zavala, cuñado del licenciado Felipe Calderón Hinojosa. En aquella época trabajaba al frente de una empresa de informática.
A la derecha del llamativo nombre y en caracteres pequeños consta la dirección de la empresa Hildebrando, S. A. de C. V., sus teléfonos y asuntos menores. En cuanto al uso que debiera darse al dinero, el concepto que anota el documento es categórico y, en su brevedad, demoledor: “Captura de datos de simpatizantes de candidatos de Acción Nacional”.
Por último, la factura está marcada con fecha del 19 de abril de 2006, el número 022778, y señala un importe por 10 millones 434 mil pesos.
Las sumas de rigor se consignan en el documento:
Subtotal: 10 434 000
IVA: 1 565 100
Total: 11 999 100
La tercera página del documento muestra el logotipo del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PAN en lugar preferente. La fecha: 26 de abril de 2006. Se trata de un oficio de la Dirección de Administración y Finanzas de Acción Nacional, donde se suscribe al ingeniero Jorge Arturo Manzanera Quintana como solicitante de un cheque por la cantidad de 11 millones 999 mil 100 pesos, que se extendería a favor de Hildebrando, S.A, de C.V., por el concepto de “captura de datos”. Además, se especifica el número de la propia factura que habría emitido Hildebrando (022751), y en una línea se indica: “Con cargo a: DÍA ‘D’.” Al lado de la firma del ingeniero Manzanera, se advierte el nombre de Arturo García Portillo como el responsable de la autorización.
En la actualidad, el ingeniero Manzanera –quien fuera secretario de elecciones cuando Calderón fungió como presidente de su partido– conserva su calidad de consejero nacional del PAN.
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Decidí buscar a Manuel Espino, en aquel entonces presidente de Acción Nacional. Concertamos una cita en un café de escasa concurrencia. Vi sus ojos, siempre hay que mirar los ojos de los desconocidos, y empezamos a conocernos.
Le hablé sobre los documentos en términos vagos, y en términos evasivos escuché explicaciones que no me llevaban a ningún lado. No obstante, Espino era la única persona a la que podía acudir con el propósito de conocer la naturaleza y el valor de los papeles que habían caído en mis manos. Eje de la campaña electoral que tuvo a Felipe Calderón Hinojosa como candidato, no habría secreto mayor que pudiera escapar a su conocimiento.
Nos reunimos una segunda, una tercera, una cuarta, una quinta vez. Un día, de manera natural, Calderón fue el tema único. Espino me contó historias que lo llevaron a decir que el presidente se había convertido en un ser “inescrupuloso y perverso”. Por mi parte, no alteré mi manera de pensar: en este sombrío 2012 Calderón pagará por los inocentes y desaparecidos de la guerra que inició un desventurado día de enero de 2007.
Sentí que avanzaba en la confianza de Espino. Su lenguaje ganaba en claridad y contundencia. Habló acerca de sus sentimientos y convicciones. Había participado en una gigantesca operación para que Calderón ganara las elecciones. Tuvo la certeza de que así cumplía con su deber como militante del partido al que había entregado su vida. Acción Nacional era su casa, su pertenencia, un hogar. Además, consideraba que habría sido impensable otro presidente que no fuera Felipe Calderón Hinojosa. Como quisiera juzgársele, era hombre de doctrina, la misma de la inmensa mayoría de los mexicanos.
El tiempo, sin embargo, no creó alianza alguna con Espino. Al contrario, Calderón se construía con lo peor de sí mismo: “Mentía, manipulaba, traicionaba. En todos sentidos, empobrecía a la República”.
–Sí, don Julio –dijo Espino después de un largo silencio que me produjo expectación–, los documentos son auténticos.
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A mis ojos, el asunto crecía. Andrés Manuel López Obrador había formulado una denuncia contra Hildebrando Zavala.
El 6 de septiembre de 2006, Proceso publicó:
Diego Hildebrando Zavala, cuñado de Felipe Calderón y socio con 18 por ciento de las acciones de la empresa de software Hildebrando, S. A. de C. V., anunció anoche que hoy demandarán por lo civil a Andrés Manuel López Obrador.
La denuncia será presentada, argumentó Zavala, por el descrédito que el candidato de la Coalición Por el Bien de Todos le ocasionó merced a la acusación que éste hizo durante el debate televisado del martes. López Obrador sostuvo ese día que, como secretario de Energía, Felipe Calderón benefició a su cuñado con contratos por dos mil quinientos millones de pesos.
“Su dicho me ha dañado a mí, a mi familia, a mi empresa, las relaciones con clientes y con socios –aseguró Zavala–. A la fecha, el señor López Obrador no ha demostrado su dicho ni se ha disculpado. Por eso la demanda será por daño moral.”
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Algunos panistas salieron a la defensa de Hildebrando y después el suceso aparentemente se fue para abajo. Sin embargo, la herida nunca terminó de cerrar. El viernes 7 de octubre de 2011, el periódico Reforma publicó la siguiente información:
Un día después de que Andrés Manuel López Obrador se reunió con empresarios de Monterrey, el presidente Felipe Calderón arremetió contra el tabasqueño.
Al participar en un foro de la revista The Economist, en tono irónico, Calderón insinuó que de cara a los comicios de 2012 hay un candidato que se considera invencible, pero que a la postre ganará quien aparentemente tiene menores posibilidades.
Luego de que la sesión de preguntas le hiciera notar el caso de corrupción que protagonizó su “cuñado incómodo” en la campaña de 2006, Hildebrando Zavala, Calderón rechazó la “calumnia” que formuló entonces López Obrador.
“Con absoluta transparencia –dijo Calderón– se ha demostrado que, apenas pasó la campaña, no hubo nadie quien presentara absolutamente ninguna evidencia de lo que fue una gran calumnia, absolutamente ninguna. De hecho, la acusación que se me hacía es haber dado contratos, de manera indebida, a parientes míos, lo cual fue absolutamente falso”, apuntó.
La nota de Reforma también consigna que –en dicho del presidente– “Hildebrando creó una pequeña empresa en su propia habitación y 10 años después había crecido”.
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El 20 de abril de 2009, Manuel Espino envió una carta a su relevo en la jefatura nacional del PAN, Germán Martínez Cázares. En la brevedad de tres líneas lo conminaba a una reunión urgente. Se trataba de proteger la figura del presidente de la República, en el remolino de sus propios desatinos: el dinero entregado a Hildebrando Zavala y la violación a los principios de la equidad electoral en 2006.
Escribió Manuel Espino a Germán Martínez:
Germán:
Es muy importante que platiquemos a más tardar mañana, martes 21; después sería demasiado tarde para parar documentos originales que comprometen al presidente y dan la razón a Andrés Manuel.
Anexo copia de uno de los documentos en mención.
Manuel Espino
Tan sólo un día después, el 21 de abril de 2009, respondió Martínez Cázares:
Manuel:
Recibí tu mensaje del día de ayer en el que anexas copia de una factura acompañada de una amenaza. Como bien sabes, el gasto que ampara la factura se efectuó durante tu presidencia y está ejecutado por quien fuera tu tesorero, miembro del Comité Ejecutivo Nacional y actual candidato a diputado por la vía plurinominal.
Como podrás entender –en tu calidad de presidente–, el presidente del PAN no puede ni debe estar sujeto a ningún tipo de amenaza, ya sea por parte de sus militantes o adversarios.
Respecto a la reunión que solicitas, te comento que con motivo de tu mensaje, el único encuentro posible entre nosotros se dará en las reuniones del CEN teniendo a los integrantes de ese comité como testigos de calidad.
Sin más por el momento,
Germán Martínez [rúbrica]
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El tema del gusto del presidente de la República por la bebida lo llevaba en la mente y un día resolví abordarlo con Manuel Espino en el único lenguaje posible: la franqueza. Antes, sin embargo, conversaríamos sobre la salud física y mental de los predecesores de Felipe Calderón en el Poder Ejecutivo. Pareciera que de todos ellos no se haría uno.
Adolfo López Mateos había padecido un aneurisma que a menudo lo apartaba de su trabajo, habitante único en un cuarto oscuro que mitigara el dolor de la migraña. Humberto Romero, su secretario y amigo incondicional, velaba el sigilo sobre asunto tan serio.
Gustavo Díaz Ordaz finalmente cayó vencido por la matanza del 2 de octubre de 1968. Embajador en España varios años más tarde, no resistió a los periodistas que lo interrogaron en Madrid y tocaron el punto de la tragedia. Díaz Ordaz huyó de la embajada, algún tiempo acéfala. Después fue huyendo de la vida.
A Luis Echeverría lo extravió su megalomanía. Pretendió, en complicidad con el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, sustituir a Fidel Castro como vocero de América Latina. Documentos desclasificados de la Casa Blanca muestran sin retoque a un hombre hecho para la traición.
El 30 de junio de 1982, Día de la Marina, José López Portillo hizo burla de su condición de presidente de la República y, convertido en fauno, persiguió a Rosa Luz Alegría, toda de blanco y atractiva en el sudor que la bañaba. López Portillo, atleta consumado, trataba su cuerpo como asunto de gobierno, alta prioridad en la agenda cotidiana.
Miguel de la Madrid gobernó con la flojedad de un hombre sin pasiones. Fue como el agua que se evapora al sol. Decía que, ya como ex presidente, querría asistir a los restaurantes como un sujeto bien visto, respetado.
A Carlos Salinas de Gortari lo perseguirán por siempre el asesinato de Luis Donaldo Colosio, a estas alturas enigma sin solución, y la faraónica fortuna de Raúl, su hermano mayor. Por la fuerza de los hechos no podrá decir que dejó la Presidencia con las manos limpias; tampoco olvidar que Colosio, efímero candidato a la sucesión, dijo en su último discurso que México tenía hambre y sed de justicia.
De Ernesto Zedillo destaca su indiferencia por México.
Vicente Fox, corrupto e impune, carga con el peso en toneladas del Chapo Guzmán. Las puertas de la cárcel de Puente Grande le fueron abiertas al capo de par en par y sólo faltó que lo despidieran con la alfombra roja que se estila en circunstancias solemnes. Fox admitió el silencio cómplice de los miembros de su gabinete de seguridad.
–Y Felipe Calderón, don Manuel.
–Platiquemos.
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Me pesa el lenguaje y las escenas que describe Espino sobre la mesa del restaurante semivacío. Su relación con Calderón se fue degradando hasta el rompimiento definitivo. Dice:
“El gusto por la bebida es viejo en el presidente. Le ha hecho daño a él en lo personal y al país. Voy a ocuparme con usted de hechos públicos. No se me ocurriría mentir o difamar; mucho menos calumniar.
”En mi condición de diputado federal [2002], se me presentó la oportunidad de acceder a la secretaría general del Comité Ejecutivo Nacional del partido. Al aceptar el nombramiento, la diputada suplente tomó mi lugar. En ese entonces ya tropezaba mi relación con Calderón. Sin embargo, él la complicó aún más al divulgar falsas historias sobre mi persona. Un día decidí buscarlo en la Cámara de Diputados. Lo confrontaría:
”–Estás diciendo muchas pendejadas acerca de mi persona y eso no se vale –le dije–. No quisiera faltarte al respeto ni que llegara el día en que tuviera que darte un chingadazo.”
–¿De qué asuntos se trataba? –inquirí con Espino.
“Calderón aseguraba que yo cobraba en la Cámara de Diputados y también como secretario general del partido. Le reclamé. Se sostuvo en su dicho. Le expliqué, pausado hasta donde me fue posible.
”Mi suplente era originaria de Ciudad Obregón, yo vivía en Hermosillo. Contaba con una pequeña oficina y una secretaria. A mi suplente le pedí que le mantuviera un sueldo por el tiempo que restaba del periodo legislativo, unos meses. También le pedí que la ayudara con un boleto de avión al mes. Calderón llegó a decirme que a la diputada suplente le aceptaba dinero de su dieta.
”También decía que yo me promovía como posible coordinador parlamentario en la Cámara de Diputados, en el caso de que él se lanzara como candidato al gobierno del estado de Michoacán. El propósito me parecía claro: suscitar recelos, agitar la grilla.
”Le propuse que platicáramos. Me invitó a cenar a la Barraca Orraca, un restaurante ubicado en Insurgentes Sur y Eje 5. Era cliente del establecimiento al que asistía regularmente con sus amigos: Juan Camilo Mouriño, Alejandro Zapata, Francisco Blake, Cuauhtémoc Cardona y Jordy Herrera.
”Instalados en la Barraca, solos, pedimos, a instancias de Calderón, la primera bebida. Y luego otra y otra. Yo le seguí el paso y le hice al valiente, pero no pude alcanzar el mismo ritmo.
”Ahí empecé con un reclamo: por qué hablaba de una novia que nunca existió. Me dijo que había sido don Luis H. Álvarez el autor de la versión. Y remató:
”–Y tú sabes que él tiene autoridad.
”–Ah, lo dijo don Luis, pues ahora le reclamo por teléfono –y le dije a Calderón que lo llamaría de inmediato.
”No fue necesario. Me pidió disculpas y aseveró que un grupo de panistas platicaba en una reunión donde participaba Luis H. Álvarez, pero que él nada había dicho a propósito del asunto.”
Continuaron los reclamos, apuntó Espino:
“–Tú dijiste que yo pretendía ser coordinador parlamentario, que ambicionaba mucho poder. Felipe, yo no dije eso.
”–De buena fuente sé que lo dijiste.
”Cuando la versión salió publicada en varios medios, hasta en Proceso, me parece, yo me sorprendí. Llamé a Jordy Herrera, su agregado de prensa en el grupo parlamentario, para indagar de dónde provenía la versión de que yo me apuntaba como relevo de Calderón en caso de que fuera candidato al gobierno de Michoacán. Herrera admitió que Felipe le había dicho que ‘soltaran’ la versión.
”–Fue Jordy el que me lo contó, Felipe.
”–Yo no le tengo confianza. Es un muchacho mentiroso.
”–¿Me crees?
”Sin más, le hablé a Jordy y le dije que en esos momentos me encontraba con Felipe, quien reclamaba mi autopromoción en el PAN.
”–Jordy, tú me dijiste que él te lo dijo. ¿Es así o no? –Jordy asintió–. Te paso a Felipe por el teléfono.”
Continuaba la discusión esa noche larga. Cuenta Espino que Calderón le dijo:
“–Como secretario general del PAN has tratado muy mal a Margarita [Zavala].
”–¿En qué consiste el maltrato? Siempre le doy su lugar. Ella es la secretaria de Promoción Política de la Mujer. No tiene de qué quejarse.
”–La tratas muy mal, eres indiferente. No le das apoyo.
”Discutíamos otros temas y no sé a qué hora o cuánto tiempo después de nuestra última discrepancia, llegó Margarita Zavala. Yo le había dicho a Felipe que ya era hora de que nos fuéramos, pero él quería seguir bebiendo.
”Dijo Margarita:
”–Felipe, te he estado buscando. No te reportas, tu chofer me dice que no me puede decir dónde estás. Lo forcé a que me diera tu paradero y por eso estoy aquí. Ya habíamos quedado en que no ibas a tomar.
”–Perdóname por haber venido a platicar con tu marido, Margarita. Ya hemos hablado. Te ofrezco una disculpa, no era ésa mi intención.
”–No te preocupes, Manuel.
”–Discúlpame, pero ya estás aquí, Margarita. Felipe dice que yo te trato mal en el comité ejecutivo del partido, que no te doy tu lugar, que no te apoyamos. ¿Te hemos faltado en algo, Margarita?
”–¿De dónde sacas tú eso? –Margarita voltea hacia Felipe y le dice–: ¿cuándo me he quejado yo?
”Y abandona el local.”
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”Ya en la transición de un gobierno a otro, me invitó a comer Juan Camilo Mouriño. Asistí a la cita con el doctor Enrique Navarro, secretario general de Fortalecimiento Interno de Acción Nacional. El doctor Navarro formaba parte de mi equipo en la dirigencia del partido.
”Mouriño me dijo, sin esconder una sola palabra:
”–Nos interesa la dirigencia del partido.
”–¿A quiénes? –pregunté en el mismo tono.
”–Al presidente, a nosotros, su equipo…
”–¿A qué se refiere con eso de ‘nos interesa’?
”Me explicó, claridoso:
”–Queremos que el partido esté dirigido por una persona de nuestra confianza y te proponemos que renuncies antes de la toma de posesión del presidente Calderón, el primero de diciembre. Tú sabes que hay ciertas diferencias, no hay entendimiento ni mucha confianza. Lo más sano es que Felipe Calderón inicie su gestión con un presidente del partido de su confianza. Puedes irte como embajador a España.
”–Dile al presidente que no tienen de qué preocuparse. Yo les he mostrado el apoyo institucional y desde el partido tendrán ese mismo apoyo en todo aquello que sea para bien del país. En lo que no estemos de acuerdo, pues lo platicamos. Ofrézcanme una embajada, si quieren, cuando yo termine mi periodo, pero no antes, no ahora.
”Recibí el primer ofrecimiento a través de Juan Camilo. A los pocos días vi a Calderón en su oficina. Le dije:
”–Estoy preocupado porque Juan Camilo me hizo un ofrecimiento e hizo explícito que era a nombre tuyo.
”–Mira, Manuel, entre tú y yo existe una relación como la que se da en un matrimonio que ya no se entiende. Lo más saludable, llegado el caso, es el divorcio. Entonces, cada uno sigue su camino. Pero el partido tiene que mantenerse muy cerca del gobierno, plenamente coordinados los dos órganos.
”Calderón continuó, sobradamente enfático:
”–Yo necesito un presidente diferente, con el que sí me pueda entender, y tú y yo no nos entendemos, Manuel.
”–No nos entendemos en asuntos que a veces no van con la conducción democrática del partido ni con sus principios. En lo que sea para bien del país y honre la democracia del PAN, no vamos a tener problema alguno, Felipe.
”–Yo necesito la dirigencia del partido y creo que vale la pena que tomes en cuenta lo que te propuso Juan Camilo.
”–Juan Camilo me hablaba sobre la embajada de España. Y me dijo: ‘Piénsalo, hombre, puede ser esa embajada o puede ser otra. Felipe necesita la dirigencia del partido’.
”Seguí, con el énfasis ahora por mi cuenta:
”–No es necesario que sigamos platicando. Yo ahora te digo que no, que voy a terminar en la presidencia del partido.”
Espino puntualiza:
“Las reuniones que llegué a tener con Felipe Calderón, ya como presidente de la República en funciones, ocurrían los lunes por la tarde. Así había quedado establecido desde el tiempo de Fox. Su objetivo consistía en coordinar los trabajos del gobierno con el partido.
”Fox y Calderón tenían diferencias sustanciales. Fox planteaba las reuniones en términos de la coordinación. Calderón, no. Él determinaba lo que debería hacerse tanto en el gobierno como en el partido. Escuchaba poco.
”Supe desde entonces acerca del carácter autoritario de Calderón y de su temperamento hirviente. Solía regañar a algunos de sus colaboradores e imponer la agenda del partido. Tuve la impresión de que le dedicaba más tiempo a las relaciones personales que a los asuntos de Estado. Yo me acomodaba a su manera de ser pero me resistía a la subordinación del PAN frente a Los Pinos.
”Ya rumbo a la elección de gobernador en Yucatán, en 2007, Felipe Calderón me dijo:
”–Hay que bajar a Ana Rosa Payán en su intención de ser candidata. Hay que pensar qué pudiera interesarle; a lo mejor una subsecretaría de Estado o una dirección general.
”Como dirigente del partido, le dije que esa tarea a mí no me tocaba y no la iba a cumplir. Razoné con palabras que me parecieron sobradamente claras: si Ana Rosa Payán quería gobernar a su estado, estaba en pleno derecho de intentarlo y yo no tenía por qué disuadirla. Si ganaba, bien, y si no, que los panistas decidieran.”
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Felipe Calderón Hinojosa tuvo la cercanía de dos personalidades recias y sobresalientes: Luis Calderón Vega, el padre biológico, y Carlos Castillo Peraza, el padre político. En el caso de Castillo Peraza, Calderón fue un mal hijo.
Acerca de este tema, central en la vida del presidente de la República, converso con Luis Correa Mena, coordinador de la campaña de Castillo Peraza en la lucha política por el gobierno del Distrito Federal en 1997. El encuentro tuvo lugar en su casa, en Mérida. Hablamos frente a un flamboyán, encendidos los pinceles del pintor, rojas las flores del árbol como las nochebuenas que invaden la estancia, el comedor y un patio espacioso. Bebimos agua, diabético como es Correa Mena, de peso completo, fuerte y gordo como un campeón que ya no entrena.
Correa se refirió en primer lugar a la relación de Calderón Hinojosa con Castillo Peraza.
“El trato que finalmente le dio fue indigno, injusto, inmerecido y mucho más. Felipe debió haberle guardado respeto y agradecimiento por siempre. Tenía muchas razones para que así hubiera sido, en el mejor sentido de las palabras: la cercanía, el respaldo, la confianza, el apoyo, la promoción, la enseñanza, la orientación, la guía. No creo que se deba tratar con faltas de respeto a una persona que te da todo eso.
”Hubo un texto de Felipe donde se burlaba de Carlos. Recuerdo que me lastimó particularmente. Expresó que estaba haciendo un papelón por su manera de comportarse y que ésta no correspondía a la estatura de un expresidente panista. Felipe pretendía que Carlos actuara como él, que se condujera exactamente igual que él.
”Tuve la oportunidad, más de una vez, de incitar a la cordura a uno y a otro. Me llevaba bien con los dos, les decía que eran amigos crecidos, y que si se empeñaban podrían arreglar sus diferencias. Quienes los rodeábamos, entre tanto, debimos mantenernos al margen de sus diferencias. El resultado final terminó en el fracaso.”
–¿Por qué?
–Carlos muere sin haberse reconciliado con Felipe. Por su parte, Felipe, más allá de los errores cometidos por Carlos, no tuvo la valentía o la grandeza para dar y recibir un abrazo de reconciliación que le habría significado tranquilidad luego de su muerte. En última instancia, se trataba del presidente del partido.
“A la muerte de Carlos, todos atestiguamos la profunda tristeza que poseía a Felipe. Se veía deshecho y su pesar, para mí, obedecía en parte al remordimiento que lo calaba. En el funeral, a sabiendas de que algunos de nosotros apenas podíamos hablar, nos pidió que, expuesto el féretro, montáramos una guardia juntos. Me acerqué a Jesús Galván, su compadre, y le transmití el deseo de Felipe. Montamos la guardia, hermanados de alguna manera con un padre común.”
Sigue Correa Mena, el tono bajo:
“No me desdigo del mal trato que Calderón dio a Castillo Peraza, desastrosos los resultados para él. Un hombre sin amigos es como un árbol sin hojas, sin ramas renovadas ni flores. En su momento, el resentimiento personal con Felipe fue tal que, habiendo sido yo uno de los promotores para que llegara a la presidencia del partido y después de quedar sin cartera, simplemente le deseé éxito y le dije adiós.
”–¿Cómo que adiós? –respondió Felipe–. Si tú fuiste uno de los que me buscó para que yo fuera candidato aquellos días en que los ojos estaban puestos en Ernesto Ruffo.
”Nada dije y las cosas simplemente quedaron ahí.”
–Al paso de los años, ¿lamenta usted la época vivida?
–Lamento algunos sucesos que se desencadenaron. Pienso sobre todo en aquellos que tuvieron que ver con la candidatura de Carlos para el gobierno del Distrito Federal. Carlos resultó electo por la convención nacional que votó abrumadoramente en su favor y 15 días después Calderón declaró: “Creo que nos hemos equivocado de candidato”.
Me limito a escuchar, detengo los ojos alternativamente en el rostro de Correa Mena y la grabadora, incesante:
“Ahí, en esa declaración, empezó el pesar de Carlos y el nuestro. A mí me sigue pareciendo insólito, por decir lo menos, que un presidente nacional emita semejante frase. Se trató de un error de kínder, elemental.”
–Corre la versión de que al equipo de campaña de Carlos Castillo Peraza, el Comité Ejecutivo Nacional del PAN lo dejó sin dinero.
–No se trata de que le hubieran quitado el dinero, sino el control de los recursos más importantes, los que se invierten en medios de comunicación, en propaganda, en la elaboración y difusión de los spots. Personalmente le reclamé a Calderón ese manejo, que me parecía equivocado. Le expresé que a nadie emocionaban los mensajes y señalé un contraste: mientras la izquierda orientaba su campaña en torno a la candidatura de gobierno del Distrito Federal, el candidato panista debía someterse a los criterios del PAN nacional.
–¿Hasta qué grado les afectó la declaración de Felipe Calderón?
–Si yo no la olvido, si todavía me duele, no me atrevo a imaginar lo que Castillo Peraza sentiría. Más aún, esos temas ni siquiera los tocábamos con él, conscientes todos de la hondura de su herida. Si así marchaban los asuntos en el orden interno y si al exterior tu presidente te cuestiona y dice que no eres el candidato adecuado, de entrada te está dando un empujón, pero hacia un hoyo, no para adelante.
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Hasta el fin de su vida, Carlos Castillo Peraza confió en Francisco Barrio Terrazas. Sin conocer su eclipse en la embajada mexicana en Canadá, decía Castillo que le guardaba respeto. Alguna vez le escuché: “Si Barrio asciende a la presidencia del PAN y toca el tam-tam, regreso al partido”.
Le pregunté a Espino si, en circunstancias parecidas u otras, estaría dispuesto a regresar a las huestes de su vida.
–No lo sé. Castillo Peraza decía que él tenía vocación de político y no vocación de arqueólogo. Yo pienso igual y sé bien que a mí no me gusta reconstruir ruinas. Si se presentara la oportunidad de regresar, que podría ocurrir dentro de dos años, a lo mejor ya sería demasiado tarde. Yo hice mi esfuerzo durante 33 años, y construí cuando me tocó construir.
“Ya en esta etapa de mi vida no quiero cambiar de profesión ni de oficio. Seguiré siendo administrador y político. Si en dos años existe la posibilidad de regresar al partido y participar en su reconstrucción, estaría dispuesto con el mejor ánimo. Pero lo que no haré será perder tiempo en quejas y lamentaciones.”
–¿Alguna vez usted fue llamado por el presidente Calderón para hablar acerca de la guerra contra el narco?
–Sí.
–¿Antes de declararla?
–Después. Felipe Calderón no es de los que consultan antes de tomar decisiones. No es así. Es de los que piden opinión respecto a sus decisiones una vez que han sido implementadas.
“Calderón le declara la guerra al crimen organizado la primera quincena de diciembre de 2006. Así lo dijo, aunque años después, ya padecidos sus estragos, quiso retractarse afirmando que no era una guerra, aunque él la hubiera denominado de esa manera.
”En enero de 2007, siendo presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), hice una gira por Europa. Estuve en Madrid durante varios días. Ahí, en el periódico La Razón, me preguntaron mi opinión respecto a la declaración de guerra de Felipe Calderón contra los criminales. Dije lo mismo que había dicho antes en México y en otros países. Aseguré que me sentía orgulloso de tener un presidente valeroso, resuelto, que había tomado la decisión de combatir con toda la fuerza del Estado a los criminales, y ejemplifiqué con una comparación: ‘No es el presidente de México como el de España, que aquí está negociando con los dirigentes de la ETA para dejar en libertad a algunos terroristas. Allá en México no se negocia con criminales, se les combate’. No dije más.
”A los 11 días llegó el presidente Calderón a Madrid y un reportero del periódico Reforma le dijo, malicioso: ‘Presidente, ¿ya se enteró usted de que Espino estuvo aquí y le dejó la víbora chillando, criticó la política de seguridad de Zapatero?’
”Cuando Calderón pronunció su discurso hizo una alusión a mi persona sin pronunciar mi nombre: ‘Yo no vengo aquí, como otros, a cuestionar la política de seguridad del presidente de este país, yo la respaldo, la avalo’.
”Busqué a César Nava, entonces secretario particular del presidente, le dije lo que yo había declarado en Madrid y que no era correcto que hubiera dejado correr una versión equivocada.
”El día que volvió Calderón a México lo vi en Los Pinos. De inmediato le hice la aclaración pertinente y me dijo que todo quedaba claro. Aproveché la oportunidad del encuentro y le comenté que había un suceso que me preocupaba. Hice hincapié en la acción que había seguido a la lucha contra el narcotráfico. Así lo recuerdo:
“–Está bien que decidas la estrategia que quieras seguir –le dije a Calderón–. Eres el presidente de México. Es tu derecho. Pero deja que la implemente el secretario de la Defensa o el de Marina, el procurador General de la República o el secretario de Gobernación. Abre paso a tu gabinete de seguridad para que tome el asunto en sus manos y le declare la guerra a los narcos.
” ‘Me preocupa que seas tú y que te vistas de militar, más todavía si envías una señal para subrayar que personalmente te harás cargo de la estrategia en la lucha contra el crimen organizado. Creo que como jefe de Estado tienes el deber de tratar por igual otros temas, como la educación, el rezago social, el crecimiento económico, la salud, y enfáticamente el de la seguridad.
” ’Por razones políticas, diplomáticas, sociales o coyunturales, convendría que evitaras problemas que podrían sobrevenir en el futuro. Un día podría ser necesario que bajaras la intensidad de la guerra y si así lo decides podrías mostrarte débil frente a la opinión pública. En cambio, no te verás débil si le ordenas al general secretario de la Defensa o a la persona que hubieras designado para acometer la batida contra el narco que disminuyera su intensidad.’
”Deseaba verlo como jefe del Estado en plenitud.”
–¿Cuál fue la respuesta del presidente a su planteamiento?
–No me dijo nada.
No se me ocurrió alguna pregunta pertinente, pero no hacía falta. Espino prosiguió:
“El presidente parece tener algún problema de audición. En las ocasiones en que alguna persona le planteaba la revisión o la rectificación de su estrategia, solía responder: ‘Me están pidiendo dejar de combatir a los criminales, me proponen que cese en su persecución’.
”Hasta el día de hoy no he escuchado a un solo mexicano que le pida dejar de combatir al crimen. Lo que sí he escuchado es la sugerencia de que revise la estrategia, pues ésta ha sido fallida.”
–¿De qué manera se enteró usted del inicio de la batalla contra el narcotráfico?
–Leí la noticia en los periódicos y la vi por la televisión.
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Estaba empeñado en conocer al Felipe Calderón de los años que antecedieron a la posición eminente que ocupa ahora. Recurrí a Alfonso Durazo, testigo en primera línea del asesinato de Luis Donaldo Colosio, como su secretario que fue, y autor de la carta pública que describió a Marta Sahagún como un ser deleznable (5 de julio de 2004), lastimoso el desenfreno de su ambición personal.
La vida cotidiana había sido el punto de partida de nuestra amistad. Con el tiempo llegamos a la confianza mutua. Me dijo que el día de la protesta de Colosio como candidato a la Presidencia, éste no permitió que Carlos Salinas de Gortari conociera con antelación su mensaje a la nación. Para lograrlo, ordenó a Durazo que enviara el texto histórico simultáneamente al Monumento a la Revolución –la tribuna de Colosio– y a Los Pinos.
Para Salinas el momento debió de haber sido terrible. Colosio, su hijo, así lo llamaba Octavio Paz, sibilinamente hacía pública su desconfianza al padre. No era para menos. Colosio habló contra el presidencialismo instaurado en el país. Fue categórico:
Sabemos que el origen de nuestros males se encuentra en una excesiva concentración del poder que da lugar a decisiones equivocadas, al monopolio de iniciativas, a los abusos, a los excesos… Reformar el poder significa un presidencialismo sujeto estrictamente a los límites constitucionales de origen republicano y democrático.
Enseguida le propinó otro golpe a Salinas: “Yo veo un México con hambre y sed de justicia, un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían servirla”.
Secretario particular y vocero del presidente Fox de 2000 a 2004, le pregunté a Durazo:
–¿Cómo era el Calderón que conoció usted, don Alfonso?
Se detuvo un rato. Luego dijo:
–Es coincidente la desmemoria de quienes lo tratamos desde Los Pinos. Nadie recuerda un dato memorable de su paso por Banobras, la Secretaría de Energía y los distintos gabinetes en que participó. Ni siquiera se recuerda su voz, algo digno de retener en la memoria, no obstante los álgidos temas del momento, como el desafuero de López Obrador. Se le recuerda más bien inactivo y silencioso. Llegaba, tomaba su lugar, distante siempre del presidente Fox, instalaba su computadora y empezaba a escribir, haciendo abstracción de la agenda que se desahogaba.
“Recuerdo con claridad un solo desencuentro.
”A mediados de diciembre de 2003 recibí una llamada urgente de Felipe Calderón, en ese entonces coordinador de la fracción parlamentaria del PAN en la Cámara de Diputados. Deseaba saber si el presidente Fox asistiría a la cena de fin de año de los diputados panistas que se realizaría esa misma noche.
”Le respondí que era la primera noticia que tenía sobre dicho evento y que en consecuencia no estaba en agenda.
”–Lo que pasa es que no le toma la llamada a mis colaboradores –me reprochó Calderón con ánimo violento.
”–Mira –le dije–, aun cuando ése fuera el caso, que estoy seguro de que no lo es, no te permito el tono grosero.
”Un día cualquiera, después de una reunión informal que había tenido Fox con Calderón, me dijo el presidente:
”–Es un tipo muy pesado.
”Pero no sólo eso. No es casual –agrega Durazo– que los propios diputados que coordinó Felipe Calderón en la Cámara Baja le hayan apodado el Erizo.”
Apenas hay espacio para los silencios en el encuentro con Durazo. Suelto, dice:
–La biografía política de Felipe Calderón lo ubica como un hombre desconfiado y arrogante que subordina su inteligencia a lo visceral y a lo inmediato. Contrario a la opinión pública de que es un hombre de “mecha corta”, siempre he tenido la impresión de que no tiene mecha. Es un sujeto de temperamento primario, se conduce por impulsos, no por razonamientos.
–¿Incapacitado para el poder, don Alfonso?
–Ésa es, ahora, la más evidente de sus numerosas limitaciones. Así, el futuro del país quedaría atado a la capacidad de sus colaboradores. Pero los complejos de Calderón le impidieron rodearse del talento de otros. Su equipo cercano, íntimo, formado en la intriga, el cotilleo y el sensacionalismo político, ha vivido siempre inmerso en la política pequeña, en la política de pasillos y oídos… la ausencia absoluta de grandeza.
Ya en la despedida, Alfonso Durazo se duele de sus propias palabras:
–Algo estamos haciendo mal en nuestro país cuando un político intolerante, inexperto y explosivo se puede colar hasta la Presidencia de la República.
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