Víctor Flores Olea
En el seminario de Consuelo Sánchez en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, al que tuve el gusto de asistir como ponente el pasado martes (con el doctor José Gandarilla, de la UNAM), surgieron algunas cuestiones interesantes referentes a la situación política actual de México, en particular de la izquierda, que en los últimos tiempos, a pesar de su innegable fuerza creciente (en la última votación casi 15 millones de votos en favor de Andrés Manuel López Obrador), ha sido víctima sistemática de marrullerías y fraudes (en 1988, en 2006 y en 2012).
Por supuesto, se mencionó la decisión y la capacidad de la derecha y de las derechas en México para unirse y formar un sólido bloque político que ha resultado hegemónico hasta el momento, considerando además sus cuantiosos recursos materiales, que incluyen varios de los más importantes medios de comunicación e informativos (canales de tv, también la principal prensa del país, universidades y centros de enseñanza que difunden su ideología –los privados, que han proliferado–, y también escuelas de todos los niveles e iglesias y organizaciones cívicas y sociales afines, es decir, lo que se ha llamado genéricamente el aparato cultural y de difusión de la clase dominante).
Es obvio que este conjunto de aparatos resulta uno de los apoyos contundentes de la derecha, además de los partidos políticos y de la cohorte de organizaciones sociales que políticamente militan (directa o indirectamente) en la mencionada derecha. Como sabemos, seguidores que han sido cooptados o simplemente que por inercia y hasta por convicción forman parte y consolidan a la derecha mexicana. En los próximos años, la derecha estaría representada esencialmente por el PRI de Enrique Peña Nieto y, en la mayoría de cuestiones fundamentales (salvo algunas de coyuntura que obedecen a tradiciones que siguen vigentes en el PAN, como las de la democracia sindical en las organizaciones obreras). Pero en los asuntos básicos del interés nacional se darán fácilmente las coincidencias básicas entre PRI y PAN, como ya se prueba en las declaraciones de los mandatarios (entrante y saliente), por ejemplo sobre la privatización de Pemex, en que han coincidido plenamente.
Yo no diría que en la derecha mexicana exista una base teórica mínimamente sólida y coherente. Lejísimos de esa idea. La derecha actúa prácticamente siempre en función de intereses inmediatos y redituables en el menor tiempo posible, y no en función de principios que puedan recibir ni por asomo el calificativo de teóricos. Al contrario, la derecha en México (también la del PRI, lejísimos ya de la Revolución Mexicana) resulta tremendamente pragmática e inmediatista, y de ahí probablemente su capacidad de imposición en horizontes de corto plazo. Ni siquiera le concedería la capacidad e imaginación para sostener sus propios intereses a largo (o mediano) plazo, sin valerse de un conjunto de circunstancias combinadas, incluso surgidas después de la Revolución de 1910, que la han favorecido y que, eso sí, han sido aprovechadas desmesuradamente por quienes han tenido la oportunidad.
En la izquierda mexicana, en cambio, hay un espíritu teórico y crítico indiscutible. Pero también, lo digo directamente, tal espíritu teórico y crítico, en general, se ha aplicado a corto y mediano plazos, cuando no en el cortísimo de la coyuntura. Desde el ángulo de la izquierda hay mil y una ocasiones de aplicar la crítica, incluso acerva, a los acontecimientos políticos más próximos, lo cual, por supuesto, es de elogiar y estimular. En tal sentido, me parece, la derecha publicitaria vive bastante acorralada y apenas defendiéndose de esas críticas, recurriendo al superficial anecdotario de las observaciones ácidas sobre los líderes de la izquierda. Nada sustantivo que confirma la observación de un pragmatismo superficial, también en el terreno de las ideas, que en este caso apenas son opiniones vulgares y hasta frívolas, que no resisten el menor análisis.
Lo que subrayamos con el mayor énfasis es que, aparte de su capacidad crítica sobre lo inmediato, la izquierda requiere, me parece que urgentemente, una elaboración teórica profunda no sólo sobre los eventos de la coyuntura, sino sobre el desarrollo nacional en su conjunto. Permítanme opinar que esa ausencia es uno de los vacíos o carencias más graves que sufre la izquierda mexicana, y que a la postre ha terminado también por debilitarla en lo político y electoral.
Tendrían, por supuesto, razón quienes dijeran que sí existen escritos de la izquierda en México de importante alcance crítico y teórico, pero también debemos decir que no son particularmente abundantes y que en el terreno de las ideas, como dije anteriormente, predominan la crítica y las reflexiones sobre la coyuntura, más que los análisis de alcance teórico general sobre el desarrollo del país y su orientación dominante. Y, al caso, precisamente sobre las características fundamentales de la dominación de clases en México, sobre los mecanismos de la imposición de las hegemonías en el país, por supuesto también en sus aspectos culturales e ideológicos (que en México no pueden ser ajenos a nuestra vecindad con la gran potencia), y desde luego reflexiones individuales y colectivas sobre los caminos del cambio social profundo en México, que equivale a reflexionar en serio sobre los caminos y métodos posibles de la revolución en un país como el nuestro.
Repito: en México hay multitud de atisbos que se inscriben y tienden a llenar el hueco o carencia teórica de que hablo, pero sin duda hace falta un trabajo más amplio y sistemático sobre la estructura del poder, que además se aplique en la práctica de la política. Por ejemplo, no resultó muy feliz el hecho de que al principio del lanzamiento de Andrés Manuel López Obrador como candidato a la Presidencia de la República se elaborara un libro programático de indudable alcance teórico que después, a lo largo de la campaña, casi no volvió a mencionarse. Así, los huecos o vacíos, en lugar de colmarse, en la izquierda mexicana tienden a agravarse.
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