Octavio Rodríguez Araujo
La amenaza se está cumpliendo y tanto Fox como Calderón la hacen más grande. Me refiero a la amenaza de evitar a toda costa que López Obrador sea el presidente de México y sea posible otro régimen político. Lo que estamos viviendo me recuerda un planteamiento teórico que, por el interés lógico en la coyuntura, parece haberse olvidado: el de Pierre Salama en su libro (con Gilberto Mathias) El estado sobredesarrollado (1983 en francés y 1986 en español). Procuraré simplificar la explicación de Salama para los lectores no especializados y porque no es un planteamiento fácil. Adaptaré también esta explicación a la condición de México en estos momentos. No hago responsable a Salama de los posibles errores de mi interpretación-adecuación.
Utilizaré dos conceptos de difícil comprensión para quienes no somos teóricos: Estado y régimen político. El Estado, como lo concibe Salama, es una abstracción derivada del capital y a la vez es garante de las relaciones de producción capitalista. El régimen político, en cambio, es la forma de existencia del Estado, la forma en que se manifiesta éste. Su definición, dice nuestro autor, se da en relación con las clases y las fracciones de clase o, en mis términos, en función de la correlación de fuerzas sociales y económicas en un momento dado. "Se caracteriza por el tipo de autonomía que posee en relación con las clases sociales, por la diferenciación que opera entre ellas, por la legitimación que obtiene y además, en los países subdesarrollados, por la autonomía relativa que tiene frente a los regímenes políticos del centro." En otras palabras, el régimen político estará determinado -en un país capitalista- no sólo por la clase dominante (la burguesía), sino principalmente por fracciones de éstas y por su diferenciación con quienes forman las clases dominadas. Estará determinado también por la legitimación que tiene u obtiene, que no será igual si se trata de fracciones de la clase dominante que si se trata de fracciones de las dominadas. En el ámbito de las clases dominantes incluyo no sólo a las de países como Estados Unidos, sino a los grupos de poder económico que dominan un país, el nuestro por ejemplo.
Un régimen político puede corresponder clara y abiertamente a la lógica y a la esencia del Estado o puede ser una forma desviada de éste. Una forma desviada de la existencia del Estado capitalista se da cuando el régimen político se apoya más en grandes movimientos de masas que en las clases dominantes. Y si esto ocurre se trata de una contradicción que sólo se resuelve por la negación de uno de sus términos, como ocurrió en Chile durante el gobierno de Allende: el golpe de Estado fue, en palabras de Salama, para garantizar la necesidad objetiva de la reproducción del capital y de la relación social subyacente.
Cuando Salinas de Gortari dijo que su grupo gobernaría por 24 años más se refería a la consolidación de un régimen político basado no sólo en una doctrina, la neoliberal, sino en las fracciones de clase beneficiadas por ese régimen, independientemente del número de gobiernos y del partido en el poder. Igual Chana que Juana, igual el PRI neoliberal que el PAN liberal simpatizante del neoliberalismo. Lo que se defiende no es sólo el Estado, cuya esencia no cambiaría -en principio- con López Obrador, sino también el régimen político que a la vez que ha construido ciertos privilegios para fracciones de clase se apoya en éstas fortaleciéndolas, dándoles más privilegios incluso al margen de la ley. Es en este punto que López Obrador es un peligro para esos detentadores de privilegios y para las fracciones del capital que han sido favorecidas en México por el neoliberalismo y su régimen político.
La propuesta de López Obrador no ha sido en contra de la esencia de clase del Estado ni en contra del capital, sino en contra de un régimen político claramente definido. Su propuesta es otro régimen político, uno en el que sin dejar de existir el capital se pueda beneficiar a grandes masas que han sido víctimas del régimen político que se quiere cambiar y sustituir. Esto es, una nueva y desviada forma de Estado en la que se moderen las ganancias del capital, en la que se puedan regular las inversiones para conveniencia del país y no únicamente de las empresas inversionistas, en la que los trabajadores tengan mejor nivel de vida, y, en una palabra, en la que el capital continúe reproduciéndose en forma menos ofensiva para la mayoría de los mexicanos.
Es por esto que los representantes del régimen político, como forma de Estado favorable a sus intereses y privilegios, se han opuesto a la posibilidad de otro régimen político basado en otra correlación de fuerzas, entre éstas el pueblo depauperado y cansado de mejoras que nunca llegan. Fox, y quienes están arriba y detrás de él, sabe muy bien que otro régimen político, que ignorantemente confunde con un regreso al pasado como si esto fuera posible, pondría en riesgo el sistema de privilegios para las fracciones de clase que representa y de las que él y su gabinete son socios o cómplices. Cuando Fox habla de un posible descarrilamiento del futuro de México, se refiere precisamente al futuro de México en la lógica de su régimen político y de lo que éste significa para él y sus cómplices o protegidos.
Como gobierno (materialización del Estado y del régimen político), el de Fox no ha vacilado en usar todos los aparatos de Estado (incluido el Poder Judicial en su conjunto y sin autonomía) para evitar que otro régimen político, distinto al neoliberal, pueda construirse en México. De aquí el golpe de Estado ex ante del que ya he escrito hace 15 días.
Ante este golpe de Estado las izquierdas mexicanas tenemos dos opciones: aceptarlo o combatirlo como podamos. Voto por lo segundo; no nos han dejado otro camino.
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