José Agustín Ortiz Pinchetti
En la víspera
19 de noviembre de 2006. A 140 días de las fatídicas elecciones de 2006, en la víspera de que AMLO asuma como presidente legítimo ante una multitud, y a 10 de que intente hacerlo en el recinto oficial Felipe Calderón, la situación política sigue incierta y cada vez más oscura. Como dice Ignacio Marván: "sólo quien no conozca la política sabe cómo va a terminar esto".
En esta hora subsisten dos versiones distintas de lo que sucedió en las elecciones presidenciales. El PAN y sus aliados (que no se atreven a decir que las elecciones fueron limpias, magníficas) se atrincheran en el formalismo: el Tribunal Federal Electoral debe ser obedecido y AMLO y sus partidarios deben someterse. Pero, para millones, la elección fue un largo proceso fraudulento inequitativo y parcial. Ambas posturas siguen enfrentadas. Calderón y su gente suponen que en cuanto tomen el poder, la inercia de las instituciones mexicanas les permitirá consolidarse.
Andrés Manuel ha logrado un triunfo abrumador, si se toma en cuenta que a pesar de la derrota formal y el cerco informativo, es hoy el líder político más importante del país. Sus detractores y defensores, y toda la opinión pública, centran su atención en él. El pone la agenda y es blanco de críticas feroces y de alabanzas encendidas. El problema para Calderón no es que AMLO y su grupo digan que son el gobierno legítimo, sino que millones piensen lo mismo y aclamen al ex candidato como tal.
AMLO ha resistido el peor ataque, el más calumnioso y feroz que político alguno haya sufrido desde la época de Juárez. A pesar de los costos de la resistencia civil y del ataque concertado de los medios electrónicos, mantiene cerca de 30 por ciento de aceptación.
Calderón, en cambio, aunque los personajes del PRI y la oligarquía lo reconocen como presidente, no puede sentirse tranquilo. No parece presidente, no ha dado el "estirón", no ha demostrado hasta hoy sensibilidad política. Tendrá que pagar innumerables facturas de sus cómplices. Calderón va a encontrarse con un país resquebrajado por 24 años de estancamiento, por el pésimo gobierno de Fox y por la forma en que terminaron las elecciones. Cometió el peor error de su vida política al negarse al recuento de votos. Subirá con la sospecha de que "ganó" con trampas. Como si fuera poco, el conflicto de Oaxaca, el más grave y peligroso desde 1968, no está resuelto.
AMLO ha logrado un triunfo implícito. Cualquiera que quisiera hacer política en grande tendrá que vérselas con él. Los daños del 2 de julio parecen irse absorbiendo poco a poco. En todos los estados donde ha hecho de nuevo giras, ha sido recibido por una multitud que no sólo lo vitorea como presidente, sino que está dispuesta a seguirlo y a presionar sobre el nuevo gobierno panista. No será fácil levantar el movimiento que pretende implantar en los 2 mil 500 municipios del país, pero los vaticinios del agotamiento del antiguo jefe de Gobierno no se han cumplido y, seguramente, no se cumplirán.
¡Es un honor estar con Obrador!
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