Octavio Rodríguez Araujo
En el supuesto de que Calderón logre protestar como presidente constitucional de México, no puede pasarse por alto que lo hará con el apoyo de esa guardia pretoriana conocida como Estado Mayor Presidencial y con la protección de la Policía Federal Preventiva; es decir, sobre las bayonetas y no con el clamor popular. Esto ya es un mal principio.
Peor todavía es que haya nombrado como secretario de Gobernación a un represor y torturador en Jalisco, a una persona que no tiene experiencia alguna en asuntos nacionales y que jamás en su vida ha tenido acercamientos con las diversas corrientes de izquierda, a pesar de que en su estado son reducidas y poco influyentes.
La mano dura de Calderón, además de sucia, se asoma entre los cortinajes del poder. El nombramiento de Francisco Ramírez Acuña es un mensaje a la nación y a los partidos de oposición, incluso al PRI. Los militantes de este partido no podrán olvidar las acusaciones de que fue objeto su candidato al gobierno de Jalisco, Arturo Zamora, con la intención de desacreditarlo, para después decir que fue un error (cuando el daño ya estaba hecho). Fue el entonces gobernador el que, como hizo Fox durante la campaña presidencial contra López Obrador, patrocinó la campaña de guerra sucia contra sus principales contrincantes en ese estado: el PRI y su candidato. Ese es el método de acción del futuro secretario de Gobernación, el encargado de la política interior del gobierno de Calderón, ni más ni menos.
Ramírez Acuña, el destapador de Felipe Calderón en mayo de 2004, es el mismo que siendo gobernador mandó encarcelar y torturar (en esas mismas fechas) a los altermundistas que protestaron en las calles durante la tercera Cumbre de Jefes de Estado de América Latina, el Caribe y la Unión Europea ("Quiero cien detenidos, ¡ya!"), y que luego desdeñó olímpicamente las recomendaciones de los organismos oficiales y no oficiales de derechos humanos. Se trata de un personaje orgulloso de sus modos autoritarios, incluso cuando se trata de aplicar la ley. Es el mismo que avasalló, desde el Ejecutivo, a los otros dos poderes del estado, al Legislativo y al Judicial, subordinándolos.
Era previsible, pues el mismo Calderón ha dicho en más de una ocasión que por encima de la política y de la negociación está la aplicación de la ley. No debería de sorprender a nadie, pues, que haya escogido a Ramírez Acuña como secretario de Gobernación. El ex gobernador de Jalisco será su brazo ejecutor, el encargado de someter a los opositores del gobierno, a los que hagan una manifestación de protesta sin haber solicitado previamente el permiso correspondiente; el que no vacilará, a diferencia de Creel y de Abascal, en usar la fuerza represiva contra quienes alteren el orden o se opongan a los proyectos del gobierno.
Lo que estamos en vías de vivir en el país es la mano dura de un gobierno al que no "le tiembla la mano" para imponer sus políticas y sus modos de ejercer el poder. Esto tampoco nos sorprende: Calderón, hasta para poner un ramo de flores en un monumento se ha hecho acompañar por militares, no confía en nadie más. Al día siguiente de sentirse, gracias a Ugalde, el presidente electo (aunque faltara el dictamen del tribunal electoral), ya había doblado su guardia pretoriana de seis a doce efectivos del Estado Mayor Presidencial, para luego continuar aumentándola incluso a costa de las garantías individuales de los demás, de los que, le guste o no, forman el pueblo mexicano, sus futuros gobernados.
La tónica del próximo gobierno será "me aceptan o me aceptan". Esta política ya se ha iniciado, por supuesto con el "uso de la ley". En Chihuahua el diputado panista local Manuel Narváez ya denunció el martes, ante la Procuraduría General de la República, a López Obrador por el delito de sedición "y los que resulten" por incitar a sus seguidores a impedir la toma de posesión de Felipe Calderón.
El presidente del PAN en el Distrito Federal lo ha dicho muy claro: Ramírez Acuña cuenta con la capacidad necesaria, de mano firme, para manejar la política interior, "sobre todo en momentos complejos como los que vivimos ahora", es decir, Oaxaca y el movimiento lopezobradorista, más los que veremos muy pronto. No es de dudarse que Calderón escoja al general Juan Alfredo Oropeza como secretario de Defensa. Al igual que lo hizo Zedillo con el general Cervantes Aguirre (quien más experiencia tenía en la lucha contrainsurgente, tanto en Guerrero como en Chiapas), es probable que Calderón nombre al general Oropeza por lo mismo, ya que se ha destacado por sus acciones militares durante la guerra sucia de los años setenta, también en Guerrero.
En suma, un gobierno represor, de mano dura ("firme", dicen sus correligionarios) y, por si no fuera suficiente, tecnocrático en lo económico y santurrón de ultraderecha en lo social (la educación y la salud incluidas). Tiempos difíciles, señales ominosas.
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