Miguel Ángel Granados Chapa
El presidente Fox reprochó a legisladores el rechazo a sus solicitudes para viajar al extranjero, y lo atribuyó a sesgos partidarios, como si él estuviera a salvo de ellos y no los hubiera practicado al punto de presentarse como ganador de dos elecciones, en 2000 y 2006
Tras las dos veces que el Congreso rechazó solicitudes del presidente Fox para viajar al extranjero, el Ejecutivo acudió a su privilegio de dirigir mensajes a la nación por medios electrónicos para quejarse ante la sociedad de la actitud de los legisladores. Las dos ocasiones lamentó que "intereses partidistas" entorpecieran la marcha de su gobierno, como si él no actuara animado por intereses de corte semejante. Asestar esa acusación a sus adversarios y soslayar su propia práctica en tal sentido es un acto de hipocresía que fue especialmente notorio ahora, al día siguiente de su cínica admisión de que él ganó dos elecciones presidenciales, la suya propia hace seis años y la de Felipe Calderón.
En una entrevista al Grupo Imagen (en que presumo que participa con acciones la señora Marta Sahagún) durante el regreso de Montevideo, Fox se ufanó de su doble triunfo. En su estilo chabacano, que a él le parece sencillo, y entre risas, contestó a Yuriria Sierra, quien le preguntó si le gusta Felipe Calderón como sucesor: "Pa qué te digo que no si sí... realmente me tocó ganar dos veces: me tocó ganar el 2 de julio del año 2000 y me tocó ganar el 2 de julio del año 2006". En el contexto de su grosera intromisión en el proceso electoral, reconocida aun por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, su campanudo autorregodeo es una inequívoca confesión de parte.
Si él ha ejercido de modo extremo sus intereses partidistas lo menos que puede hacer es guardar silencio sobre los que en su opinión esgrimen los partidos diferentes al suyo. La mayoría de los diputados (incluidos algunos panistas) negó a Fox autorización para viajar a Australia y a Vietnam no para estorbar el ejercicio de sus funciones sino al contrario, para que no deje de desplegarlas en las delicadas últimas semanas de su administración. Aun si su sexenio concluyera en medio de la tersura con que se inició, sería impropio que la mitad del último mes de gobierno se dedicara a las relaciones exteriores. Pero en la circunstancia presente, cuando en Oaxaca la presencia policiaca federal y la rebelión social pueden agudizar en cualquier momento el conflicto provocado por el terco Ulises Ruiz, y cuando la delincuencia organizada secuestra y asesina a decenas de víctimas cada semana, sin que nadie sea detenido por ello, a Fox sólo le faltaría tañer el laúd para asemejarse a la legendaria imagen de Nerón ante el incendio de Roma.
La reacción presidencial ante la negativa del Congreso a autorizar viajes presidenciales ignora que esta práctica va cobrando normalidad, desde que en 1997 el partido hegemónico empezó a dejar de serlo. El 5 de noviembre de ese año, la flamante LVII Legislatura de la Cámara de Diputados hizo saber, de modo al mismo tiempo tajante e inocuo, que ese órgano legislativo había dejado de operar como simple oficialía de partes. El presidente Zedillo, como sus antecesores lo habían hecho inveteradamente, pidió una autorización del modo burocrático y desdeñoso que estilaba el Ejecutivo, sabedor de que en todo caso las Cámaras autorizarían su viaje. En aquella ocasión, Zedillo pidió en un solo documento permiso para cuatro viajes, dos de ellos en fecha remota. La mayoría opositora autorizó los más inmediatos, como prueba de que no estorbaría el trabajo presidencial y negó los restantes, con el atinado argumento (que se actualizó ahora) de que los permisos deben tener en cuenta, así la naturaleza del viaje de que se trate como la coyuntura nacional en el momento en que se realice. En su momento, presentadas oportunamente las nuevas solicitudes, fueron autorizadas sin problema.
La misma legislatura, en diciembre de 1999, se disponía a rechazar un nuevo pedido presidencial. Para no exponer al Presidente a ese desaire, la bancada priista rompió el quórum el día en que el asunto sería desahogado, lo que dio tiempo a Zedillo para retirar su solicitud, relativa a un encuentro con el presidente Clinton en Washington. Prudencia semejante observó Fox al final de su primer año de gobierno, cuando calculó que su solicitud para viajar a Buenos Aires le sería rechazada (a la vista del resultado de su primera y prolongada gira trascontinental) y oportunamente la retiró.
La primera negativa rotunda que varó al Presidente fue la ocurrida en abril de 2002. El viaje previsto no incluía encuentros con el Presidente ni congresistas norteamericanos ni con el primer ministro o legisladores canadienses. Era, sí, una gira de trabajo en que la tarea sustantiva podía ser realizada por agentes presidenciales o por el Presidente mismo sin tener que abandonar el país. La relación entre el Senado y el Ejecutivo padecía entonces singular deterioro, entre otros factores por el desdén que en los 16 meses del gobierno el canciller Jorge G. Castañeda había manifestado al órgano legislativo supervisor de la política exterior.
En los mensajes televisados con que Fox quiso vengarse de la negativa congresional el Presidente se quejó de que la cancelación de su viaje constituía un desaire a quienes lo recibirían, cuya reacción sería lesiva para la imagen mexicana. Qué dirán las naciones extranjeras, se decía durante el porfiriato en circunstancias análogas. No se reparaba entonces, ni Fox repara ahora, en qué dirán los ciudadanos si el Presidente viajara (en medio del boato en que esas giras ocurren) cuando hace falta la conducción firme de los asuntos de Estado, necesaria aunque no la hayamos experimentado a menudo.
Cajón de Sastre
No siempre ocurre así, pero a veces el Presidente tiene raptos de sinceridad. Entrevistado por Telemundo, en 10 segundos trazó su semblanza: dijo sentirse ya libre, por lo que está "diciendo tonterías", puesto que al fin y al cabo ya se "está yendo". Luego encabezó la entrega de los premios nacionales de Ciencias y Artes. No sé si a modo de disculpa, o para reír de sí mismo, recordó su gazapo de llamar José Luis Borgues a Jorge Luis Borges. Quizá para hacer creer a su auditorio que su problema es de dislexia y no de ignorancia, llamó Carvalo, con ele y no con doble ele como corresponde al notable crítico e historiador de las letras mexicanas, Emmanuel Carballo, uno de los recipiendarios del máximo galardón otorgado por la República a sus creadores e investigadores. La ocasión fue aprovechada por la gran actriz Julieta Egurrola, invitada a la ceremonia, para presentar directamente a Fox un reclamo para que se castiguen las agresiones sexuales a mujeres detenidas en Atenco el 4 de mayo. Fox no reaccionó ante la inesperada petición.
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