Nos envía Concepción:
Siguiendo con el tema de la revolución de las conciencias propuesta por nuestro Señor Presidente, aquí les va este texto que puede servir para hacernos la pregunta de si vale la pena seguir alimentando la bonita tradición de despilfarrar todo lo que se pueda en fin de año con el pretexto de dar amor en nombre de Dios.
Porque la realidad es que el fin de año es la mejor época para las tiendas que se lanzan a dentelladas sobre nuestro mísero aguinaldo y llevárselo antes que se nos ocurra querer ahorrarlo.
Interesantes datos históricos que seguramente a mucho les sorprenderá saber -por ejemplo - que la fecha 25 de diciembre para celebrar la Navidad tiene orígenes "paganos" mejor dicho terrenales.
23 Diciembre 2006
Mundo: Los orígenes de la Navidad
Jane y Pepe Barabini, corresponsales de Prensa Indígena
Próximos como estamos a la celebración de las fiestas navideñas y del solsticio de Invierno, no está demás que dediquemos unas líneas acerca de los orígenes de dicha celebración, con la pretensión de dar a conocer y, sobre todo, recuperar su significado auténtico.
La Navidad tal como la concebimos hoy conmemora el nacimiento de Cristo, sin embargo, curiosamente, la Iglesia jamás ha reconocido oficialmente que el Mesías naciera el 25 de diciembre. Esta fecha fue elegida enteramente bajo la influencia pagana; desde tiempos inmemoriales era el aniversario del sol, que se celebraba entre los pueblos indoeuropeos significando la vuelta de la luz tras la oscuridad invernal. La fecha del nacimiento de Jesús es, sencillamente, desconocida.
En el antiguo oriente no se celebraban los cumpleaños y, generalmente, los padres ni se acordaban, ni daban importancia a la fecha del nacimiento de sus hijos (hasta en una época reciente la mayor parte de ellos no recordaban siquiera su edad). En la época del cristianismo primitivo no se festejaba por esta razón la fecha del nacimiento de Jesús. Las escrituras no aportan datos significativos que puedan servirnos para aclarar la cuestión.
El evangelio más antiguo, el atribuido a Marco, ignora todo sobre la infancia de Jesús. Mateo sitúa su nacimiento en Belén de Judá a causa de una profecía de Miqueas (II, 1; cfr. también Lucas, II, 4-7). Juan (VII, 41-42). lo sitúa vagamente en Galilea, citando, sin refutarla, la profecía según la cual el Mesías debería nacer en Belén.
La tradición hacía alusión a la gruta de los pastores, pero es desconocida para los evangelistas; pudiera hacer referencia a un santuario del Dios Adonis que fue tardíamente asimilado por la Iglesia. Sobre el período del año durante el cual el acontecimiento habría tenido lugar, los evangelios no ofrecen ninguna información. El prólogo añadido al Evangelio de Lucas (III, 6), con los pastores velando, en la noche al aire libre, guardando sus rebaños, parece sugerir una fecha más bien primaveral.
Cuando a partir del siglo II, los cristianos creyeron un deber situar en el año la fecha del nacimiento de su Dios, se produjeron las afirmaciones más contradictorias. Clemente de Alejandría propondría el 18 de noviembre; otros el 2, el 20 de abril y el 20 y 22 de mayo. Los cronologistas egipcios optarían por el 28 de marzo. En el 243 el documento “De Pascua Computus” adoptaría la misma fecha.
Por otro lado sectas gnósticas hacen descender a Jesús del cielo apareciendo ya adulto en la ciudad de Cafarnaun, el quinceavo año del reinado de Tiberio. Posteriormente aparecerían gran cantidad de protoevangelios o evangelios considerados como apócrifos carentes de relación con la tradición cristiana y en algunos casos fantasiosos.
Es en la primera mitad del siglo II cuando las comunidades gnóstico-cristianas que operaban en Alejandría, seguidos por los cristianos de Siria y luego por el conjunto de comunidades de Oriente, se decidirían definitivamente por el 6 de enero como fecha oficial del nacimiento de Cristo. Esta iniciativa sería tomada bajo presión de una antigua costumbre y con un evidente deseo de sincretismo.
El 6 de enero, en efecto, estaba consagrado a la bendición de los ríos en el culto a Dionisios, que entre los egipcios se identificaba con Osiris. La Epifanía (del griego Epiphaneia, aparición, manifestación) de Dionisios se decía que se había producido en la isla de Andros (en la que un vino milagroso atestiguaba su misteriosa presencia) en la noche del 5 al 6 de enero.
La de Osiris, festejada en la misma fecha el 11 de Tybil (equivalente a la fecha del 5 al 6 de enero), era precedida de un período de duelo preparatorio; se lloraba a Osiris muriendo en la época del solsticio. Luego el feliz acontecimiento se producía y las aguas del Nilo se trocaban por vino. El mismo día, igualmente, Isis alumbraba a Harpocrates, el Sol (re)naciente. En Alejandría las ceremonias tenían lugar en el templo de la Virgen, el Koreion.
Se conmemora el nacimiento de Aion, hijo de la Virgen, el Eterno, homólogo de Dionisios y de Osiris: tras una noche de oraciones, se descendía a una cripta para retirar la estatua de un niño recién nacido, con una cruz y una estrella de oro marcada en la frente, las manos y las rodillas. Se escribía entonces: “la Virgen ha tenido un hijo, ahora la luz va a renacer”.
Esta fiesta tenía un carácter cívico; en 331 a. JC. Alejandro Magno había fundado Alejandría y, para asegurar la perennidad de su ciudad, la había consagrado a Aion, el Eterno. Es pues bajo la triple influencia del culto a Dionisios, de Osiris y de Aion, como el nacimiento de Jesús, entonces idéntico a la Epifanía, fue primeramente fijada el 6 de enero. Este origen explica también la atribución en esa misma fecha de otro episodio de la vida de Cristo de singular importancia: el milagro de las bodas de Canaá.
La tradición griega se relacionaba también con el simbolismo de las “bodas” del dios solar con las aguas (no en vano el sol al caer tras el horizonte se decía que se sumergía en las aguas) y en el caso de Jesús es significativo que esencialmente el milagro consistiera en la transformación del agua en vino en una fecha en que los rituales griegos, egipcios y siriacos se celebraban con vino.
En el s.IV, todo el oriente cristiano celebra definitivamente la natividad del Señor el 6 de enero. En el 386 se dice oficialmente que las dos grandes fiestas cristianas son la Pascua y la Epifanía. Melitón de Sardes compara Cristo con Helios (el sol en la mitología griega): “¿cuando el sol con las estrellas y la luna se bañan en el océano por qué Cristo no podría haber sido bautizado en el Jordán? El rey del cielo, el príncipe de la creación, el sol levante que apareció también a los muertos del Hades y a los mortales de la tierra, como un verdadero Helios, ha ido hacia las alturas del cielo”.
Pero en esta fecha, en occidente, otra tradición estaba surgiendo. Y que tenía por centro el día 25 de diciembre. Esta decisión tuvo motivos muy similares a los que inspiraron a los cristianos de oriente. Aquí, no se trataba ni de Osiris, ni de Dionisos con quien se trataba de comparar a Jesús, sino de la vieja tradición indoeuropea de los ritos del solsticio de invierno y, por otra parte, las prácticas relacionadas con el culto a Mitra.
Desde tiempos inmemoriales, el solsticio de invierno ha constituido una de las fiestas más importantes de los pueblos indoeuropeos y ha sobrevivido en todas las culturas que estos han creado. Durante este periodo (los “doce días”), que marca el momento donde las noches son las más largas del año, los ancestros de los europeos celebraban el próximo regreso del sol y el renacimiento de la vida que no muere.
En Roma, el mitraismo rivalizaba en dura competencia con el cristianismo primitivo. El (re)nacimiento de Mitra era festejado todos los años el 25 de diciembre, o sea en pleno solsticio, poco tiempo después de las Saturnales romanas, en las que, durante una semana, multitudes de hombre y mujeres portando guirnaldas y coronas de flores, se ofrecían mutuamente regalos.
Igualmente este día se celebraba, ya bajo el Imperio, la fiesta del “Sol invictus”. En esta fecha, refiere Macrobio se sacaba de un santuario una divinidad del Sol, representado como un niño recién nacido. Cuando la Iglesia a finales del s. IV, quiso conmemorar la fiesta de nacimiento de Cristo y su bautismo en el Jordán, se adoptó la fecha del nacimiento de Mitra. El hecho es admitido por algunos autores cristianos.
Credner escribe: “Los Padres transfieren la fecha del 6 de enero al 25 de diciembre porque la costumbre pagana quería que se celebrara en esta fecha el día del nacimiento del sol alumbrado, velas como signo de alegría y cómo los cristianos tomaban parte en estos rituales paganos. Cuando los doctores de la Iglesia vieron cómo los cristianos permanecían apegados al culto solar, tomaron la decisión de celebrar la natividad de Jesús ese día” (De nataliorum Christi origine, 1833).
La primera mención latina del 25 de diciembre como fiesta de la natividad se remonta al año 354. Figura sobre el calendario de Filocalo, que fue publicado por vez primera en 1850 por el historiador Theodor Mommsen. Aquí, el 25 de diciembre está señalado como el “Dies Natalis Solis Invicti” al mismo tiempo que se indica como la fecha de los nacimientos de Cristo y de Mitra. En esta fecha sin embargo todavía no se celebraba ninguna ceremonia particular.
La navidad habría sido instituida como fiesta por el papa Julio I (337-352), pero el dato no descansa sobre ningún documento fiable. Es en este periodo cuando la fiesta comienza a extenderse por toda la cristiandad y colocada en un plano de igualdad con las fiestas de Pascua y Pentecostés, mientras que esta última continuaba siendo considerada la fiesta de los Reyes Magos, al mismo tiempo que el de las bodas de Canaan y el bautismo de Jesús en el Jordán.
En el 440, la Iglesia se decide oficialmente a celebrar la ceremonia del nacimiento de Cristo en la fecha del 25 de diciembre la cual se convertirá en una fiesta obligatoria en el 506. El emperador cristianizado Justiniano lo hará un día festivo en todo el Imperio de Occidente.
Paralelamente en el 450 el papa León el Grande definió la Epifanía como la “fiesta de los Reyes Magos”. En Milán San Ambrosio conmemora ese día al bautismo de Cristo. A principios del siglo V, en la alta Italia, la Epifanía es llamada la “fiesta de los tres milagros” (es decir, la venida de los magos a Belén, el bautismo de Jesús y el agua cambiada en vino).
De forma muy reveladora, la transferencia de la navidad del 6 de enero al 25 de diciembre coincide con la implantación del cristianismo en Europa y su triunfo en Roma, y con el abandono progresivo de los ritos orientales. En los siglos IV y V resulta de todo esto un conflicto violento entre la Iglesia de oriente y la de occidente. Las comunidades cristianas de Armenia y Siria, especialmente, se escandalizaron por la elección del 25 de diciembre, día que reconocían como fundamentalmente “pagano”.
Acusaron a los “occidentales” de idolatría y decidieron permanecer fieles a la fecha del 6 de enero, olvidando aparentemente los orígenes así mismo paganos de esta fecha.
Posteriormente algunos terminaron sometiéndose, mientras que en Europa la tradición se unificaba poco a poco; antiguos textos litúrgicos fueron corregidos para unificar criterios y los sacerdotes recordaban oportunamente que la Biblia llama al Mesías “Sol de Justicia” (Malaquías, IV, 2), celebraban la “luz nacida de la luz” (Lumen de Lumine), expresión que había sido tomada de los textos mitráicos (”la llama nacida de la llama”).
En Oriente, la Epifanía no guardará una importancia menor a la que tendrá en Occidente. En el Imperio bizantino, el “agua de la Epifanía” será durante mucho tiempo bendecida y entregada a los fieles. El obispo de Jerusalén participará, en la noche del 5 al 6 de enero en la celebración de este culto en Belén. La Iglesia armenia, sometida al rito jerusalemita, rechaza todavía hoy la fecha del 25 de diciembre. Y los coptos cristianos celebran siempre la fecha del 11 de Tybi, el Aid-el-Guitas o “fiesta de la inmersión”.
Dirigiéndose a sus contemporáneos, San Agustín (Sermones CXV, 1) les suplica no venerar el 25 de diciembre como un día no sólo consagrado al sol, sino también en honor de Dios. A principios del s. VII, Bede el Venerable refiere que el año 601 el Papa Gregorio I dirigiéndose especialmente a los misioneros ingleses, en particular a Melitus y Agustín de Canterbury, les pide trabajar para desterrar el sentido de las fiestas paganas arraigadas todavía en la cristiandad, especialmente la fiesta del solsticio de invierno.
Escribe Gregorio I: “No destruyáis los santuarios en donde están entronizados los ídolos, sino solamente los ídolos que están en estos santuarios. Consagrad el agua colocada en estos santuarios; construid altares en estos templos de forma que la población viendo que los edificios no están destruidos, renuncien a sus errores y adoren al dios verdadero”.
Ulteriormente se asistirá en Occidente a un nuevo desdoblamiento de los ritos del 6 de enero, perdiendo cada vez más su importancia la Epifanía pasará a ser sólo la fiesta de los reyes magos. La conmemoración del Bautismo en el Jordán pasará a ser el 13 de enero.
El carácter original y pagano de la fiesta de la Navidad frecuentemente ha sido cuestionado por sectores radicales y fanáticos de la Iglesia católica. Bajo Cromwell, las celebraciones navideñas fueron prohibidas en toda Inglaterra, en función de la hostilidad que los puritanos profesaban respecto a todo lo que pudiera recordar el carácter de los orígenes; no fueron restablecidas sino hasta el reinado de Carlos II.
En Escocia, la Navidad, considerada “fiesta pagana” fue prohibida en 1583 y se aplicaron correctivos a quienes realizaran cualquier tipo de festividad ese día. Aún hoy ciertas sectas cristianas como los Testigos de Jehová se niegan a celebrar la Navidad.
Y es que, en todo esto, seguimos a Nietzsche cuando afirma que “la Iglesia ha corrompido las fiestas: hace falta ser necio para no sentir que la presencia de los cristianos y los valores cristianos es una opresión funesta contra todo lo que constituye la atmósfera moral de una fiesta. Una fiesta implica la exhuberancia, una divina afirmación de si, nacida de un sentimiento de plenitud y de perfección animales, estados que el cristiano no puede aprobar sinceramente. Toda fiesta es pagana por esencia…”
En estas fechas nuestros ancestros celebraban la vuelta del sol, de la luz que disuelve las tinieblas, de la vida, el comienzo de un nuevo renacer marcado por la presencia del astro rey. Como diría Renan “la historia del mundo no es otra que la historia del sol”.
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