Rolando Cordera Campos
Sin haberse preparado ni tan siquiera gozado de las vacas gordas del petróleo caro, México se adentra de nuevo en los territorios ingratos de la austeridad. La adversidad entró de lleno por el estómago al encarecerse sin clemencia la tortilla, pero es claro que a pesar del optimismo desbordado de los hombres de Davos, la sombra de la Montaña Mágica se impone al mundo global, cuyo veleidoso centro hegemónico entra en ruta de colisión interna.
Tortilla, petróleo y confrontación en el norte forman un triángulo duro de roer para un país que, como México, apostó sin chistar a una integración con el mundo mediada férreamente por la economía y la política estadunidenses. Los beneficios de esta opción llegaron en la segunda mitad de la década pasada, cuando el presidente Clinton decidió el rescate mexicano y la economía estadunidense, en frenética expansión, nos permitió aprovechar la devaluación y exportar a más no poder al país vecino. Todo parecía ir sobre ruedas, y así lo imaginó el hombre del Cubilete que quería hacer una revolución como la cristera.
La relación virtuosa entre comercio exterior y crecimiento interno parecía haber llegado para quedarse y, junto con el draconiano ajuste doméstico instrumentado desde las computadoras de Los Pinos, propició que el siglo cerrara con un crecimiento igual o superior al promedio histórico, un peso firme y estable "fuerte" lo bautizaron los apresurados de siempre , y una alternancia en el poder presidencial con la que poco antes apenas podía soñarse.
El milagro duró poco y las durezas de la economía internacional se presentaron apenas iniciado el milenio, aunque ya estaban aquí desde finales de 1999, sin que se tomara nota de ello. Así, la recesión estadunidense duró más que la nuestra y la pérdida de ingresos y empleos afectó a muchos que toparon con la inseguridad laboral y social y cayeron en los pozos de la economía informal como única vía para resistir los embates de un ciclo para el que no estamos preparados.
Todo dependió de la habilidad o el coraje de cada quien, y la válvula ignominiosa de la migración del desaliento se abrió hasta llegar a las cuotas pasmosas de la actualidad.
La sangría social y económica ha sido formidable y la reacción de las bases sociales se expresó destempladamente en la calle y en las urnas, o con la aceleración de la huida. En esta combinatoria de informalidad explosiva y estampida migratoria, mucho se ha perdido: talento y potencialidad productiva, así como expectativas sobre la vida en México. Por eso es que la política flaquea a la primera finta conflictiva, los políticos parecen sonámbulos, y los órganos del poder del Estado pronto tienen que vérselas con la soledad y el peligro del autismo como opción única ante el espectro de la ingobernabilidad tan anunciada.
No ha llegado aún el ajuste de las cuentas insolutas dejadas por la escalada de la tortilla, pero el fiasco de los planes de emergencia deja ver a un gobierno presa de la contingencia y, según apunta nada menos que The Wall Street Journal, de los "poderes fácticos" a los que tuvo que recurrir para ganar. Flaca plataforma para buscar una legitimidad que para ser algo más que un simulacro al gusto de los "nuevos politólogos", tendría que sostenerse en un discurso de los hechos más que de los textos sagrados.
Los hechos hablan de abuso de poder y descuido de las obligaciones elementales con los más débiles. Después del chaparrón de julio-septiembre vino el jolgorio de una "ofensiva" presidencial en uniforme, pero duró poco. Y ahora, llegó el momento de una realidad que reclama redistribuir una austeridad que ha acompañado a los más por demasiado tiempo. Las vacas flacas de este tiempo no son bíblicas.
Con Arnaldo, Lorenzo y Ana Paola, mi solidaridad y cariño
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